Era el final, Rodríguez había recorrido un largo camino de amargura y dolor y se encontró acostado en la nieve de un rincón de Rusia atado de pies y mano, esperaba la tortura. El destino lo había empujado a ese final desde que comenzó a experimentar la ansiedad y la depresión a los 10 años y nadie prestó atención a tiempo, ni siquiera él por vergüenza. Había varios más presos de su libertad pero por otros casos mentales, uno se interesó y le dijo: --¿no será el gluten?
-- Antes que eso confío más en un ligamiento genético -contestó Rodriguez.
Más allá de los confines del mundo todos esperaban su turno para ser ejecutados lentamente frente a la gente que tampoco estaba muy bien porque alentaban el “espectáculo” y si no hubiese sido mediados de 1900, la selfie de seguro no podía faltar.
Gutiérrez venía escapando de la ley y de él mismo, cerró los ojos y pensó París, recordó que allí le lanzaron bombas de cationes en un carnaval en el cual conoció a un joven disfrazado de aminoácido y se llamaba glutamato, repartía inhibidores. Los recuerdos en su mente pasaron a Roma, un bar, en el cual sin decir palabra fue parte de una discusión que ya con 29 años lo fastidió bastante. Casi un milenio después de la carta del Imperio Romano, la hipótesis humoral de los griegos se impuso como la teoría de la causa de la depresión y la manía pero en esa mesa sobraba el alcohol y entre los tres dijeron:
-- Escuchame, melancolía libis negra, manía libis amarilla, Hipócrates hermano, Hipócrates.
-- Escuchame vos a mí, pelmazo, Aretio desde Alejandría decía que manía y melancolía estaban juntas en la bilis negra, la manía sólo era un aumento de la melancolía.
-- No es por nada pero están los dos desactualizados, son dos fases dentro de oscilaciones, es como una locura circular.
Gutiérrez miraba nada por la ventana y luego a la lámpara pero escuchaba todo.
Le preguntaron qué opinaba y dijo: --Sólo agradezco ser hombre para no tener que soportar, además, el trastorno disfórico menstrual. Los tres rieron extrañados y uno le preguntó “¿Qué le pasa Gutiérrez?” Por dentro pensó que ya no toleraba esa pregunta pero le contestó “no hay una sola cosa, son muchos factores que actúan en conjunto y le juro Marco que no tienen nada que ver conmigo”. Se levantó, pagó y él -un soñador, un poeta y un artista- había sido vencido por las fluctuaciones en el humor, el pensamiento, la energía y hasta la capacidad de realizar actividades pero era porfiado y estaba insoportablemente enojado. Soñaba con la independencia de Polonia así que mandó al carajo la manía o hipomanía o la bilis amarilla, negra, azul, la depresión o la tristeza e inhibición o ideas de muerte. Moriría luchando por lo que amaba… O a lo mejor tal vez por un problema cardiovascular.
Quedó herido de tantas batallas y un barco lo dejó ahí, en la nieve con otros locos a punto de dar un último show. Vivió a otro ritmo, ciclos acelerados, ciclos rápidos, ciclos lentos, ciclos ultrarápidos en donde el ánimo cambiaba incluso en el día, le dio la vuelta como una media y usó esto a su favor. Por lo tanto se hizo la fama de ser un soldado diferente, un buen soldado, un ejemplo. A la hora de escapar en los barcos la pasó muy mal pero tenía que hacerlo aunque sea por mar. Lo obligaron a tatuarse y en el pecho se escribió “serotonina y dopamina”.
El enamoramiento fue un drama fundamental, era un vital interpersonal… de igual profundidad que la muerte de un íntimo amigo. Y así vivió y murió, conociendo extremos pero no el litio, con un trastorno inofensivo menos para él, con el que coexistió hasta estar agradecido y la última imagen que tuvo fue la de su primer y único perro, obsequio de su padre, al cual de nombre le puso Kindling.
Siempre hay un secreto en la vida de todos, obviamente no son el mismo o los mismos si es que has vivido mucho (como corresponde, porque para eso uno nace). En el caso de Rodríguez les fueron revelados varios unas horas antes de ser ejecutado y lo agradeció porque sabía muy bien que a esos secretos ocultos uno tarda en descubrirlos toda una vida y cuando ya es tarde, refiriéndome a tarde al hecho de que ya se está en el cajón. Pero de todas formas, se estudió a sí mismo y a su vida desde chico, como si en alguna parte de su mente hubiera construido unas réplicas en miniatura que analizaba en una pecera seca. Soñaba, me confió en un bar de Grecia, con una sociedad en la que todas las pasiones y todas las fantasías eran escritas y expuestas como carta de presentación sin ninguna vergüenza ni tabú y es que ”verás Tamara, nosotros no somos máquinas de calcular ni tenemos que fingir un parecido entre masas naturalmente anormal, no nos maneja ningún mecanismo, habría que decirle al capitalismo, porque somos personas y lo único que tenemos desde que nacemos, y deberíamos defender, enorgullecernos y aceptar contentos es nuestro individualismo”.