“Había que arruinar semejante fiesta, eh”, le decía a sus amigos un fan que se retiraba del Gran Rex cabizbajo, con el paso cansino, como el resto de los que colmaron el lugar para ver a Los Violadores.
Dos horas antes Corrientes y 9 de Julio ofrecía una postal impensado de sábado por la noche: cortada al tránsito por los Juegos Olímpicos de la Juventud, la esquina porteña por excelencia lucía copada de punks nostálgicos, portadores sanos de una historia que buscaba su noche épica en esa inesperada peatonal céntrica. En ese entonces todo era alegría y nadie imaginaba lo que ocurriría después.
La acción comenzó con “Nada ni nadie” a través de una intro orquestada con la soprano Oriana Favaro y un cuarteto de cuerdas que preludió a la versión original, con la banda completa sobre el escenario. Un sobrio pero intenso inicio con Pil y Stuka de traje y corbata negros hacían presagiar una noche prolija y elegante.
La excusa era conmemorar los treinta años de Mercado indio, el último disco que grabó la formación completada con el bajista Robert Zelazek y el baterista Sergio Gramática. Aquella que se desarmó pocos meses después de la salida de aquel álbum por diferencias internas que se volvieron insalvables. Pil y Stuka son dos artistas notables: uno sagaz letrista y soporte ideológico del grupo, el otro virtuoso guitarrista y portador del arrebato rockero. El problema es que sus personalidades resultan antagónicas y por lo visto el tiempo no logró reponer diferencias que el sábado fueron evidentes.
Con Zelazek y Gramática reducidos a un segundo plano, Stuka y Pil copaban la parada aunque en direcciones opuestas: mientras el primero bailaba con su guitarra por todo el escenario, el segundo se proyectaba por las pasarelas laterales que conducían a la platea intermedia del teatro. Solo en algunos pasajes ambos se encontraron en la misma posición, aunque como ocurre con el agua y el aceite quedó claro que podían estar juntos pero jamás unidos. “¡Nos gobiernan unos financistas de mierda!”, intentó arengar Pil, aunque Stuka lo cortó en seco: “Lo mejor que podemos hacer con los políticos es no nombrarlos”. Fue el inicio de una tensión que estalló cuando el violero le reprochó al cantante un error delante de todos. Poco después Pil anunció “Aushwitz”, tal como indicaba la lista, pero Stuka empezó por error “Represión” aunque sin dar marcha atrás.
De los lugares posibles para arreglar diferencias de antaño, tal vez el Rex haya sido el más inapropiado: el público observaba absorto algo que en principio parecía una puesta en escena, una teatralización de esa grieta que definió al grupo y que en cierto punto sus fans también toleraron como parte del encanto autodestructivo del punkrock.
Sin embargo todos comprobaron que la cosa iba en serio cuando, a la hora de los bises, Stuka salió en soledad al escenario para hacer “Viejos patéticos” mientras reclamaba en vano la presencia de sus compañeros. Pocas veces en su historia el Gran Rex habrá lucido tan triste e indolente como en ese tramo. Luego el telón se cerró y, con él, probablemente la historia en vivo de una banda que por su obra y por su público merecía mejor final.