Mientras la condena a seis prefectos por torturar a dos pibes militantes de La Garganta Poderosa fue celebrada por excepcional; y el policía que mató a Facundo Ferreira, de 11 años, en Tucumán, fue detenido pero por robar una cartera, un abogado redactó un libro en el que aconseja a policías cómo evitar la “telaraña judicial” cuando quedan detenidos por matar a tiros a una persona; el autor recomienda estar bien preparado para matar, selecciona las técnicas para abatir de uno o varios disparos, pero aconseja que luego de ser detenido el policía declare que “podría haber actuado por error o ignorancia”. El libro, en exposición entre los anaqueles de los puestitos de la plaza Lavalle, fue escrito por Marcelo Soriano, especializado en seguridad e instructor de tiro y tiene un título escasamente metafórico: “Cómo matar un chorro y no ir en cana siendo policía”. Fue denunciado ante la Procuvin para que se investigue si incurre en apología de la violencia institucional, apología del delito y otras variantes.
El libro forma parte de una saga con títulos igual de sugerentes: “Cómo matar un chorro y no ir en cana”, “Cómo matar un chorro y no ir en cana: Recargado”, y “Doctrina de Seguridad: La Solución Final”.
Soriano, tomó el caso Chocobar como eje de sus argumentos, y lo publicó –a contrarreloj– en seis meses, ya que el hecho por el que fue procesado el policía –mató por la espalda al joven Pablo Kukoc– tuvo lugar el 8 de diciembre pasado y el libro fue publicado en junio. En su tapa, una imagen de una bala en primerísimo plano y una gorra policial detrás, acompaña al expeditivo título.
En su recorrido de 162 páginas y un anexo, el autor propone un análisis de jurisprudencias sobre la legítima defensa; el estado policial; la portación y cuestiones de procedimiento policial como la voz de alto; el disparo de advertencia; la bala perdida; el concepto de proporcionalidad para el uso de arma de fuego; la “justicia” por mano propia y el gatillo fácil.
La perspectiva de Soriano respecto a la temática tiene características peculiares. Al iniciar el capítulo sobre “justicia por mano propia y gatillo fácil” sostiene que “parte de la vox populi, en general fogoneada por los periodistas ignorantes y/o ideológicamente posicionados califica de ‘justicieros’ o de ‘hacer justicia por mano propia’ a policías y demás ciudadanos que ejercen su Derecho a la legítima defensa (...)”.
Para tener noción del ideario, considera a la Coordinadora de Familiares de Víctimas de Gatillo Fácil, surgida en Córdoba a partir de los fusilamientos cometidos por la policía cordobesa, como una organización terrorista y corre a Patricia Bullrich por derecha: “¿Para qué carajo están ocupando el sillón de un Ministerio de Seguridad personajes como la Bullrich, si no reaccionan ante semejante demostración de terrorismo?”.
En relación al caso Chocobar, el autor considera que la actuación policial demostró “imprudencia, negligencia, impericia, o con inobservancia de los reglamentos o deberes a su cargo”. Y apunta a la inexistente formación policial. “El gran problema, es la falta de capacitación y formación acorde y/o falta de voluntad de mejorar lo aprendido y adquirir nuevos y mejores conocimientos, para el cumplimiento efectivo –eficiente y eficaz–, de los deberes y obligaciones de la función pública asumida”, señala el autor. Pero claro, el cumplimiento efectivo, se verá a lo largo del libro, es para el autor inescindible del título del libro: como policía, “matar y no ir en cana”.
“Existe una gran diferencia –dice–, entre pretender hacer justicia por mano propia y ser (sic) gatillo fácil, toda vez que la primera se refiere a pretender, precisamente, hacer justicia y, la segunda, es producto de una instrucción deficiente y/o falta de quien, por cualquier motivo, dispara su arma.”
Según el autor, cuando se produce la ausencia del Estado (por la instrucción deficiente), este es suplido por la sociedad que se “organiza” y “arma” para “autobrindarse seguridad” y pone como ejemplo una imagen de Tijuana, México, donde los vecinos, “cansados de ser víctimas de los delincuentes, acuñaron la frase: ‘Si te agarramos robando, te lincharemos’.”
Soriano no propone que la sociedad se arme para combatir el delito. Propone que los que maten sean los policías, cuestiona que no sean las autoridades quienes preparen para cumplir eficientemente esa tarea, y da los tips para que los uniformados no caigan en el lugar del policía Luis Chocobar, sin que por eso dejen de cumplir la misión de jalar el gatillo cuando lo requiera la situación. Es más, como instructor de tiro, detalla como ser más efectivo al disparar.
Soriano dice: “Sobre los casos de gatillo fácil, el hecho más notorio y reciente –a nuestro criterio– es el sonado caso Chocobar, en el que incluso el gobierno nacional, nuevamente, aunque –tal vez– con buenas intenciones, se equivocó al adelantarse a una sentencia judicial definitiva o, por lo menos, haber tomado contacto con la causa y sus circunstancias de tiempo, modo y lugar.”
Hay diferencia, se entiende, sobre el gatillo fácil entre lo que entiende el autor (falta de preparación, exceso) y lo que denuncian los familiares de pibes baleados por policías, incluidos los de Pablo Kukoc (para quienes el gatillo fácil es lisa y llanamente asesinato).
Sobre el peligro que corría Chocobar recuerda que Kukoc “sólo cuenta con un arma punzo cortante, inútil para causar al policía lesiones o muerte, teniéndose en cuenta la distancia que los separaba” y sostiene que el policía efectuó “tres disparos al aire y cuatro al malviviente en fuga, sin que representara un peligro cierto e inminente, para sí mismo o terceros; sino todo lo contrario, atento a que los proyectiles que no tuvieron como blanco al caco siguieron su trayectoria, y no causaron mas víctimas porque la buena fortuna del tirador no quiso que ocurriera”.
Considera que los camaristas “han caído en la utopía de considerar que Chocobar, por haber realizado un paupérrimo cursillo de formación policial”, está en condiciones y por lo tanto no atendió los límites de los reglamentos. Y sostiene despectivamente en relación a su preparación que además se trata de “un pitufo” (policía local, apodado así por el color de su chaqueta), “que ni siquiera es un ‘patas negras’” (integrante de la Bonaerense).
Afirma que al Estado provincial “no le importa” la “formación de policías locales”, sino “poblar las calles de ridículos uniformes de color ‘pitufo’, y así apaciguar las demandas de la ciudadanía”, ante “la presencia ‘alpédica’ de estos en las calles”.
Se explaya en las técnicas de disparos en enfrentamientos, que el policía deberá conocer porque tendrá que explicar, sostiene Soriano, por qué utilizó tal o cual, entre ellas la de “abatimiento de blanco”, que “habilita” a vaciar el cargador sobre el blanco.
Finalmente, ocurrido el desenlace, hace recomendaciones para la defensa del policía, una vez detenido, para que no ocurra lo que le ocurrió a Chocobar. Si bien no recomienda mentir, explica que “tal vez, podría omitir declarar respecto de alguna cuestión sobre la que no tenga certeza, respecto de la completa legalidad de sus actos”, “dejando al descubierto que podría haber actuado por error o ignorancia”. Recuerda que es conveniente que apenas termina la declaración indagatoria solicite la inmediata eximición de prisión y da un par de formas para tener a disposición inmediata.
Para conclusión deja una pastillita gugleada en Wikipedia: “recordando a Sócrates: ‘El saber os hará libres’ “.
Después de la curiosa cita, que más que a Sócrates recordaba a Carlos Menem, aparece una serie de avisos publicitarios, entre ellos, uno en el que se ve la figura de un hombre encapuchado como blanco de una mira, en el que se lee “Llegado el momento, El o Usted. Curso de legítima defensa con armas de fuego”, “sin distinción de edad”. Y otro en el que hace publicidad de su propio estudio de abogado, en el que se puede ver el texto que dice “recuerde que no pertenecemos al ‘denominado Club de los Sacapresos’ “, “no asesoramos a delincuentes”, “luchamos para inclinar la balanza de la justicia en favor debilis (sic)”. Y se ve la imagen de un arma de fuego que inclina a su favor el peso de la balanza.