En ciencia ficción, la construcción de un mundo verosímil es la base de todo. Construir mundos es el fuerte de Nicolás Doffo (Casilda, provincia de Santa Fe, 1983), quien publicó a fines del año pasado su segunda novela: Canción para gorilas. La editó en una cuidada y hermosa edición la editorial infantil y juvenil Libros Silvestres, de Caro Musa y Laura Oriato, con veinte ilustraciones de Malen Lecuona.
Los primeros compradores del libro recibieron de regalo una pequeña revista creada por el autor y que forma parte del mundo de la novela. La revista lleva una faja roja que advierte: "Contenido revelador" y recomienda leerla solo después de terminar el libro. Con medios relativamente artesanales, con la complicidad creativa de las editoras y con experiencia en edición de revistas (formó parte del consejo editorial de En voz alta), Doffo parece hacerse cargo de la situación actual de la narrativa en ese pequeño gesto. En este nuevo siglo, la industria cultural alimenta las ficciones multisoporte, las combinaciones de ficción y juego, y la novela gráfica en detrimento de la novela literaria a secas, donde la imagen iconológicamente cargada de significaciones opera como algo más que un complemento del texto.
Con su primera novela, El Molino (EMR, 2010), Nicolás Doffo obtuvo una mención especial con recomendación de publicación en la edición 2010 del concurso municipal de narrativa Manuel Musto de la Editorial Municipal de Rosario. Centrada en la problemática social de la locura, El Molino es un bildungsroman realista rico en guiños al cine de ciencia ficción y a las teorías conspirativas, cuya trama de misterio está ambientada en un pueblo molinero ficticio (o no tanto) de la pampa gringa. Allí Doffo se toma casi 400 jugosas páginas para desarrollar la acción y mostrar los pintorescos personajes del mundo agorafóbico, endogámico y bastante cómico en el que ella transcurre.
Rica en humor sutil e inteligente, Canción para gorilas entra más de lleno en la comedia de género fantástico. El punto de vista es el de un carismático protagonista adolescente, Francisco, de cuya acción salvadora dependerá el destino de un universo distópico casi realista y sólidamente definido. Las zonas grises entre locura y normalidad, o la reflexión sobre lo relativo de esas categorías, en El Molino constituían el meollo de los diálogos y de algunas situaciones, pero aquí se hallan orgánicamente entrelazadas con el todo de la obra, donde el relato se desarrolla como una búsqueda colectiva del elixir.
Desde las primeras páginas (y son 355, pero vuelan), Canción para gorilas subvierte hábilmente ciertas fórmulas. Primero, la de la plaga zombi, reescrita como nonbi (sic). Lo grotescamente macabro es sustituido por lo sutilmente siniestro en la medida en que la mutación (que afecta solamente a los adultos, aunque circula una leyenda urbana sobre "el Chico Nonbi") no altera la funcionalidad de los afectados: "Como había sucedido con los padres del chico, las personas que se convertían continuaban con la misma rutina y los mismos hábitos. Seguían viviendo con sus familias, seguían yendo a sus trabajos y seguían terminando el día frente a la pantalla del televisor".
En segundo lugar, la solución del problema no dependerá de la ciencia (que ha demostrado su fracaso internacional y abandonado la lucha) sino de la alquimia, "la ciencia antes de la ciencia", como repite el abuelo de Fran. En el abuelo y en la generación más joven, representada por Fran y por Anita (alias la Musaraña), radica la esperanza. Contaminada, la generación intermedia está perdida: la particularidad mórbida de los nonbis es un hambre insaciable de carne, que los distrae de cualquier preocupación por el futuro o la crianza. Férreas leyes y una fuerte economía ganadera se establecen para impedir que devoren gatos o conejos y opten por la carne vacuna, relativamente más saludable. A la par se desarrolla una cómica secta, los "resmeditas", consagrados a la adoración y rescate de las vacas.
El relato es llevado por la voz de un narrador amable con el lector y con sus héroes, que resuelve en humorísticas pinceladas satíricas a los deshumanizados personajes secundarios. Es un narrador que establece una complicidad con el lector adolescente y lo guía a través de ese mundo un poco al modo en que lo hace Holden Caulfield en The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger, con esa misma capacidad de establecer de una vez y para siempre la línea divisoria entre lo cool y lo que cae más allá. Llegados a este punto, convengamos en que la novela resulta muy disfrutable para lectores de 13 a 113 años de edad.
Pero no sólo de empatía vive la carnadura (nunca fue más exacto ese término) de los personajes y del universo representado. Lo más inquietante de las primeras páginas, al menos para un lector adulto, es cómo la novela parece ir más allá de la ficción de entretenimiento para lograr asir y articular un malestar intergeneracional de la época actual. Lo hace sin estridencias, inconscientemente, más como una "espectralidad" (el término es del crítico de arte Hal Foster) a descifrar por el lector que como un propósito moralizante del autor.
No es casualidad que Nicolás Doffo haya cursado varios años de la carrera de Psicología en la Universidad Nacional de Rosario. Su fino poder de observación y escucha de la locura ordinaria multiplica aquí los dividendos literarios obtenidos en su opera prima. Los nonbis que saquean heladeras y se dan atracones de carne (al igual que la desopilante parodia de las tendencias new age y el veganismo que se perfila en los exóticos resmeditas) se parecen demasiado a los adultos consumistas, egocéntricos e infantilizados de nuestra época. Y las reacciones de masa, los mitos que la gente inventa, la negación que prevalece en la sociedad, incluso las tensiones sociales normales previas a la catástrofe, poseen una rara verosimilitud psicológica.
Pero la voz narrativa de Doffo no incurre jamás en el tono de denuncia. Presenta el horror naturalizado con naturalidad, desde el punto de vista de una orfandad emocional estoica y nada sentimental, cuya matriz cultural cabe rastrear en la ficción postapocalíptica japonesa del animé y la historieta. (Sin llegar a ser un otaku, Doffo admira la cultura japonesa y es un gran lector de novela gráfica). Los padres y maestros de los chicos, si bien se convirtieron en horrendos mutantes, no están retratados como monstruos. Simplemente, ya no se puede confiar en ellos: "Cuando ellos se habían convertido, Fran había dado un salto a ninguna parte y continuaba dando vueltas ahí".
Escrito en 2014, el libro anticipa la "imagen dudosa" de "un hombre canoso, delgado y aburrido", "resguardado por su gran escritorio": "Nadie podía determinar si el presidente era o no un nonbi".