El ruido de los motores abre un tajo en la tranquilidad del campo abierto. Tres motos aceleran por el camino de tierra. Marcos se da vuelta y las ve acercarse a toda velocidad. Parecen apuntarle a su cuerpo. Empieza a caminar más rápido. Pasan a pocos centímetros y apenas puede escuchar lo que le gritan los pibes que las manejan. Se queda inmóvil. Está asustado, encogido, como si esos gritos lo hubieran golpeado de forma silenciosa. La cámara muestra toda esa secuencia inicial con él en primer plano, no se corre de sus ojos negros y suaves. A partir de ahora, a través de esos ojos van a reflejarse las sacudidas emocionales que lo llevarán a dejar de ser Marcos para convertirse en Marilyn, la mujer que anida dentro suyo. En ese viaje luminoso y desgarrador que tendrá que atravesar para alcanzarla, terminará por destruir todo lo que conoce hasta ahora.
“Llegué a la película sin saber del todo el transfondo de la historia. Me fui enterando de la vida de Marilyn a medida que me convertía en ella. Fue en un momento en el que estaba transitando una experimentación personal, y Marilyn me abrió muchas puertas a mí también”, dice el actor Walter Rodríguez, quien hace su debut cinematográfico en Marilyn, que estrena este jueves en salas nacionales y que llega como ganadora del premio a mejor película de ficción en el Tel Aviv Festival Internacional de Cine LGBT y a mejor largometraje en el Festival de Cine Queer Lisboa 22. Opera prima del director Martín Rodríguez Redondo, Marilyn está inspirada en la historia de Marcelo Bernasconi, un peón de campo condenado a cadena perpetua por asesinar a su madre y a su hermano luego de recibir, durante varios años, maltratos y hostigamientos a causa de su homosexualidad. Dentro de la cárcel, Marcelo Bernasconi se convirtió en Marilyn.
“Fue difícil porque su historia se empezó a tocar con la mía. No llegué al extremo que llegó ella, de matar a su familia o algo así, pero aparecieron demasiadas vivencias que compartíamos, situaciones de violencia que yo también había sufrido en mi casa y en la calle por mis decisiones sexuales”, asegura Walter Rodríguez, que con 20 años acaba de ganar el premio a mejor actor protagónico en el reciente Festival Audiovisual Bariloche (FAB). “Ahora ya atravesé la parte más tóxica de todo eso, llegué de alguna forma a una comprensión en mi familia, pero durante todo el rodaje tuve que aprender a volcar esas memorias emocionales sin que me lastimen.”
Marilyn gira en torno al despertar sexual de Marcos, un adolescente que descubre su homosexualidad en un ambiente completamente hostil. Su padre –el único que apoyaba sus decisiones– ya no está para acompañarlo, su madre y su hermano se niegan a aceptar esa verdad que empieza a germinar en él, los adolescentes del pueblo lo convierten en su objeto de deseo y de discriminación. El silencio que lo rodea en ese paraje rural enquistado en la provincia de Buenos Aires –la película fue filmada en las inmediaciones de Cañuelas– se vuelve cada vez más opresivo y violento. Sus intentos por experimentar sin temores sus sentimientos se destrozan ante los rugidos de su madre y las vejaciones a las que lo someten en el pueblo. En todo ese recorrido, quizás el mayor logro de la película es el de correrse del juicio moral, al punto de dejar flotando una pregunta perturbadora: llevados a esa misma instancia, ¿cuántos seríamos capaces de torcer esa decisión final?
Lo que esconden las miradas
Walter Rodríguez llega a la entrevista con el NO vestido con una especie de overol beige en el que se van intensificando los tonos rojos a medida que desciende, con un único cierre que le atraviesa el pecho. Sus rasgos aindiados y finos le dan a su mirada un aire enigmático. Sus ojos, alejados ahora de los de Marcos, tienen un brillo alegre que le ilumina el rostro. “Toda mi ropa me la hago yo. Me enseñó mi vieja, que es costurera. La madre de Marilyn también le enseñaba a coser de chica, pero después empieza a rechazar toda la atracción que se le despierta por la ropa de mujer”, dice Walter, sentado en posición de loto, con las piernas atravesadas sobre el sillón del bar. “En el rodaje me golpeó mucho volver a escuchar la canción Oh Marilyn, de Agrupación Marilyn, por la que empiezan a llamarla así. Esa canción de chico me hacía llorar siempre. Fueron muchos puntos de contacto que empezaron a tejerse entre las historias y que me dejaron dando vueltas sobre esto de las casualidades, preguntándome si es que existe algo así.”
A los 17 años, después de haber sido rechazado en el ingreso a la Universidad Nacional de las Artes (UNA), Walter empezó a participar en talleres de actuación y a buscar castings en Facebook. Lo atrajo uno por la foto que tenía de portada: un chico disfrazado con una peluca y un antifaz. Mandó su currículum y lo llamaron. Fueron tres meses de trabajo hasta saber que sería el protagonista de la película, y que esa foto que tanto le había fascinado era el momento de mayor felicidad de Marilyn. “Era de la escena en la que se mete en el carnaval vestida de mujer y baila como nunca antes había podido: pasa de un movimiento casi nulo a ponerse los tacos y salir a seducir a todo el mundo. Es el momento de mayor liberación, cuando parece que quizás todo en su vida puede ir bien, antes de esa curva que lo lleva hacia el vacío emocional que termina sintiendo”, dice Walter. “Hicimos esa escena para un teaser y fue la primera vez que me vi completamente de mujer. Ya estaba arriba del tren, ahí lo sentí de lleno.”
¿Cómo trabajaste la construcción del personaje?
--Marcos habla mucho más con la mirada que con sus palabras. Ese fue el trabajo puntual que tuvimos: buscar el decir con la mirada y el cuerpo, encontrar esos colores de tensión y violencia desde un lugar interno. Se terminó de construir cuando conocí a todo el elenco. Tomé partes de los vínculos con los otros actores para llevarlos a los sentimientos de Marcos. Con Rodolfo –el actor que interpreta al adolescente por el que Marcos se siente atraído– pasó que a mí me gustaba mucho él. Era una relación absolutamente laboral y él es muy paki, completamente heterosexual digamos, pero esa tensión sexual no recíproca ayudó mucho a la relación en la película, que después me empezó a pegar en mi vida y en mis búsquedas.
¿Cómo se dio ese vínculo entre la película y tus búsquedas personales?
--Me despertó muchas preguntas por la expresión de género. Como Marcos y Marilyn estaban entrelazados en la filmación, todo también pasaba al mismo tiempo dentro mío. Un día determinado grabamos a Marcos y después a Marilyn: ese personaje entrelazado me ayudó a descubrir mi identidad de género y también a permitirme el no encasillarme en nada. Después de ese proceso yo también descubrí un poco más quién soy. No llegué al cambio de género, no soy mujer. Soy no-binario. Ni hombre ni mujer sino alguien que fluctúa entre esas cosas y muchas más. Y poder darme cuenta de eso fue gracias a Marilyn.
La hiel y la miel
En los intentos infructuosos por sacar a la luz su propia sexualidad –una y otra vez cercenados por el acoso y la discriminación–, la historia de Marcos pone en escena una realidad ineludible: la posibilidad de que cualquiera pueda experimentar en paz la sexualidad a partir del propio deseo hoy sigue siendo un universo demasiado lejano. En la última Encuesta Nacional de Clima Escolar para jóvenes LGBT, llevada a cabo en siete países de América Latina –acá fue realizada por la ONG 100% Diversidad y Derechos– se concluyó que “casi dos tercios de los jóvenes LGBT dijo sentirse inseguro por su orientación sexual y más de la mitad por cómo expresa su género”; “más de tres cuartos de las y los estudiantes dice haber escuchado este tipo de comentarios homofóbicos y más de la mitad escuchó lenguaje peyorativo tanto respecto a la expresión de género como de la identidad de género”; “casi tres cuartos de los estudiantes LGBT fueron acosados verbalmente por su orientación sexual, y casi dos tercios por su expresión de género”; y “más de un 10 por ciento dice haber sido atacado físicamente por su orientación sexual o por su expresión de género”. Y la realidad de aquellos jóvenes alejados y alejadas de las grandes ciudades, que apenas pueden hacer visible esas mismas situaciones y que hoy no puede expresarse en ninguna estadística, es aún más hostil.
“Hay muchísimo odio instalado en la sociedad, en el sistema. Creo que avanzamos un montón, pero igualmente hay demasiada gente que quizás por la forma en la que está criada, o por sentimientos encontrados, no puede aceptar que otras personas sean diferentes, y que tengan los mismos derechos que ellos de estar presentes en el mundo”, dice Walter Rodríguez. “No por esa hostilidad tenés que pegarles un tiro. Esa es una particularidad de Marilyn, de su historia y de su psiquis. Pero muchas veces el entorno te ahoga, te censura a tal punto que te sentís menos que un objeto, y eso no es fácil de manejar. A mí me pasó durante muchos años, pero siento que tengo como un súper poder, y lo de afuera me resbala bastante. Hay otras personas que capaz no tienen las herramientas para eso y no pueden manejar toda esa violencia de afuera que se les mete en el cuerpo”.
¿Filmar esta película te ayudó de alguna forma a manejar esa violencia?
--Cuando me doy cuenta de que alguien está siendo violento conmigo, me pregunto qué hago después con todo eso que tengo dentro, que me generó, ¿dónde lo pongo? Eso de transformar la hiel en miel es algo que me pasó al hacer la película. Otros pueden irse a la mierda, escaparse antes de matar a alguien. Pero a veces ni siquiera está esa posibilidad. Hay un camino de aceptación personal para darte cuenta de que toda esa mierda que te tiran no tiene que ver con vos, pero no todos pueden verlo. Entonces parece que la única salida es deshacerte de alguien. Eso te deja la historia: no podés justificar lo que pasó pero si vas un poco más allá podés entenderlo. Ese otro punto de vista capaz puede ayudar a que en algún momento todo esto cambie.