Lejos de representar un fenómeno imprevisible, el ascenso de Jair Bolsonaro se encuentra enraizado en la historia de Brasil, en casos como los de los ex presidentes como Collor de Mello y Janio Quadros. Ambos carecían de partidos relevantes, y llegaron al Palacio del Planalto con campañas atractivas, subidos a una ola de la opinión pública. A su vez, puede ser fácilmente encuadrado como un fenómeno que recorre el mundo, con el triunfo de Trump en Estados Unidos y las extremas derechas en Europa.

Este ex militar cuenta con especial apoyo entre los hombres del Sur, la parte más rica del país. Se trata de un movimiento protagonizado por una clase media tradicional que percibe amenazado su estatus en la sociedad ante los cambios producidos durante los últimos años de gobiernos del PT. Estos cambios implicaron el ingreso de los negros a las universidades, las políticas sociales del Bolsa Familia, la posibilidad de que los pobres puedan viajar en avión, y la emergencia de nuevas demandas feministas. Una parte de los electores de Bolsonaro rechazan estas transformaciones y se ilusionan con volver a un Brasil tradicional, de “orden y progreso”.

A pesar de que hace 28 años es diputado por Río de Janeiro, el ex militar se presenta como un político anti-establishment. Se ha beneficiado del fuerte rechazo que existe frente a una clase política tradicional que preserva sus intereses, compuesta mayormente por hombres en Brasilia, distanciados del pueblo y sus reclamos. El presidencialismo de coalición como sistema favorece una baja renovación en las cámaras. Lo que predomina es el dinero como insumo de costosas campañas para elegir candidatos, y esa lógica personalista dificulta renovaciones necesarias.

Al tiempo que se convirtió en catalizador del antipetismo, Bolsonaro capitalizó también el sentimiento anti-establishment que dejó la operación Lava Jato liderada por el juez Sergio Moro, la cual reveló la oscuridad de los manejos políticos de Brasilia.

En esta elección, los principales representantes del establishment político fueron castigados, como Dilma Rousseff, que no ingresó como candidata al Senado por Minas Gerais. El voto record en San Pablo por Janaína Pascoal, abogada que presentó el impeachment a Dilma, simboliza el ascenso de esta ola conservadora. Joao Doria, el tucano que apoya a Bolsonaro, también obtuvo su rédito electoral en San Pablo. 

Bolsonaro se define como el “guardián de la tradición”, “la familia” y el “ciudadano de bien” frente a la “izquierda corrupta”. La narrativa polarizante que construye le da sentido a sus adherentes. No es posible entender este fenómeno sin trazar una genealogía que va desde las manifestaciones de junio de 2013, la ocupación por parte de la derecha del espacio público, el irregular impeachment a Dilma Rousseff, hasta la política antipopular del gobierno de Michel Temer. Esa combinación de crisis económica, social y política es el caldo de cultivo del bolsonarismo. 

A diferencia de lo que sostiene la prensa internacional, la principal amenaza a la democracia brasileña no está constituida exclusivamente por Jair Bolsonaro. Esa es sólo la punta del iceberg. La principal amenaza es el apoyo con el que cuenta entre sus electores, los poderes fácticos y los cuarteles militares. Quienes adhieren a su movimiento, un proto-fascismo con arraigo popular que nunca se había visto en la democracia recuperada desde 1985, representan un serio obstáculo de carácter antidemocrático. 

Un eventual gobierno de Bolsonaro tendría fuertes apoyos. El mercado financiero, la bancada ruralista, la bancada evangélica, la bancada de portación de armas y los militares.

Al faltar al debate de Globo y presentar mientras éste transcurría una entrevista por TV Record, el canal evangélico, Bolsonaro muestra el tipo de alianzas que se están construyendo. Es una recomposición inédita de los poderes fácticos con apoyo popular que de llegar a la presidencia representaría una fuerte amenaza a la democracia.

* Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (Iealc). Autor de “Prensa tradicional y liderazgos populares en Brasil” (A Contracorriente).