Lo primero que escribió Camila Sosa Villada fue su nombre de varón, Cristian Omar. “Enseñarme a escribir es el gesto de amor que mi papá tiene para mí”, confiesa en El viaje inútil, publicado en la colección Escribir de Ediciones DocumentA/Escénicas. La actriz, dramaturga y escritora cordobesa –que participará del 10° Filba Internacional– rastrea el origen de su escritura y el impacto paradójico que tiene el poder de la lectura y de la palabra escrita en el ecosistema de una familia humilde. Aunque el punto de partida es ese “gesto de amor” paternal, terminarán muy lejos el uno del otro. “Yo acabo por ser todo lo que mi papá nunca hubiera querido para un hijo. Una vez que aprendo a leer y a escribir, ese recuerdo se borra bajo las ruinas que deja la violencia, el alcoholismo, la indiferencia y la soledad que experimento desde que nazco hasta que me voy de mi casa, a los 18 años. Entiendo que ese conocimiento de nuestro cariño, allá en mi infancia, es una revancha para nuestra historia. Saber que estuvimos tan cerca, afanados en algo tan hermoso como aprender a escribir mi nombre en un papel, me causa una felicidad que no puedo soportar”, reconoce Camila.
Sosa Villada (La Falda, 1982) despliega un acento cordobés que combina la ternura con la picardía, como si la llave de la escritura que le dieron sus padres también abriera las puertas de las modulaciones de una lengua que busca un punto de equilibrio entre la aspiración a escribir como habla y hablar como escribe. El material autobiográfico, en manos de Camila, es de una intensidad insoportablemente bella, como el momento en que recuerda que junto a su madre pasaban horas leyendo una al lado de la otra, bajo la luz de las velas, porque entonces no tenían luz eléctrica en el pueblo Los Sauces. Después de estudiar Comunicación Social y Teatro en la universidad de Córdoba, estrenó la obra teatral Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti (2009), donde combinó la poesía y el teatro de Federico García Lorca con los textos de su blog La novia de Sandro, título de su primer libro de poemas, publicado en 2015. Luego actuó en la película Mía (2011), de Javier Van de Couter, y en la miniserie La viuda de Rafael (2012). El gobierno nacional le otorgó un documento nacional de identidad que acredita su género femenino con el nombre de Camila en 2013.
“Me resulta imposible disociar mi transformación de varón a travesti sin ese otro proceso que hice en torno a la literatura y a la práctica de la escritura en mi cuarto, encerrada, empezando a escribir con una voz femenina. En torno a los escritores hay un prejuicio infundado sobre muchísimas cosas buenas y malas: los escritores son sensibles o son unos borrachos o maltratadores, más o menos los mismos prejuicios que hay en torno a nosotras”, compara Sosa Villada en la entrevista con PáginaI12.
–A propósito de prejuicios, queda resonando esa idea de que escribir no produce nada, esa expresión que decía su padre que “los escritores son lomos vírgenes”. ¿Por qué se asocia la escritura con algo no productivo?
–La escritura está por fuera del sistema; hacés un trabajo que necesita apartarse, desagregarse. Mi papá pensaba que si no se rompía una piedra, si no se hachaba un árbol, si no se levantaba una pared, si no se suturaba una herida, no era un trabajo. Mi papá pensaba que los escritores éramos personas que no producíamos para el bien común.
–Sus bisabuelos maternos eran analfabetos. Si se viera desde una perspectiva genealógica, ¿la escritura y la literatura son una venganza de clase?
–Nunca lo había pensado así... puede ser una venganza de clase en mi caso porque provengo de una familia muy humilde, pero los millonarios también escriben y usan la literatura como un arma para perpetuar sus privilegios, ¿no? Mi mamá me enseñó a leer, ella es una lectora bastante instintiva que ahora está leyendo fascinada a Lucia Berlin. Cuando yo digo que la literatura me separó de mis padres, me separó porque me dio un mundo privado, me dio una intimidad, un lugar adonde refugiarme. Y también me dio una voz que en esa familia no tenía. Me separó por lo que significó poder encerrarme en mi cuarto a escribir y no dedicarme a ser una trabajadora, como lo eran mis padres, unos buscavidas que vendían comida y helados.
–En El viaje inútil plantea que la inocencia de la literatura como arma de comunicación se pierde. ¿En qué momento sintió que perdió esa inocencia?
–Cuando me empezaron a leer, cuando publiqué, cuando me editaron, cuando hicieron La novia de Sandro, ahí me convertí en una desvirginada. La inocencia de la literatura tiene que ver con la inocencia de no saberse leída o de ser leída por poca gente. Cuando me di cuenta de que lo que escribía estaba en un libro, inmediatamente me dije: “tengo que escribir bien”, “tengo que empezar a escribir de otra manera”, porque la inocencia es algo que está por fuera de lo que se cree que puede estar bien o mal, ¿no?
–En varios momentos del libro afirma que no es “buena” escritora, que escribe “mal”. Dice que aspira a escribir como habla o hablar como escribe, que no haya distanciamiento entre la palabra escrita y la palabra hablada. ¿Será esta aspiración lo que la hace sentir que no es una buena escritora?
–Sí, me doy cuenta de que no soy buena escritora en los términos heteronormativos de la literatura. Para las estructuras de la literatura actual, claro que hay algo que está mal en mi escritura, que se excede, algo que es cursi. De todas maneras “me vale madre”, como dicen los mexicanos, no es que me preocupe, yo intento seguir manteniendo ese error como propio, como una virtud. Me parece que las travestis –y hablo del sentido de una minoría, de una comunidad– no tenemos por qué escribir bien como escriben los hombres o las mujeres blancas de clase media pudientes que han ido a una universidad, que han tenido acceso a la posibilidad de leer mejor, de leer grandes escritores y filósofos.
–Sin espoilear el final del libro, interpela esa casa que se quema, porque el fuego es algo aterrador, pero a la vez fascinante en cuanto a lo purificador. ¿El fuego y la escritura se parecen?
–No sé si es aterrador la palabra… No me aterra escribir, al contrario, me da mucha felicidad. El fuego en ese final es importante destacar que se produjo por una vela a la virgen, una virgen en la que mi mamá sigue creyendo muchísimo. La literatura es como el fuego en el sentido del calor, de la energía, de la potencia, pero también como un arma destructiva, como una fuerza transformadora que puede convertir una cosa en otra. La literatura da fuerza a las “máquinas deseantes”, como decía (Guilles) Deleuze.
* En el Filba presentará La conferencia del duende, teatro + música, el domingo 14 a las 21 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415). Para más información www.filba.org.ar