En la calle Ministro Brin 615/617, del barrio de La Boca, hay un edificio gris de dos plantas, con ventanas que parecen tapiadas, un portón negro y algunos grafitis indescifrables. La construcción no tiene identificación alguna, ni siquiera una pequeña señal de que ahí funciona el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken que depende del Gobierno porteño. Adentro realizan tareas unos cincuenta empleados entre el archivo, la biblioteca y la administración. Conviven con un acervo fílmico de alto valor patrimonial que, traducido en materiales químicos, equivalen a 3.363 kilos o tres toneladas de nitrato de celulosa y 93.977 kilos o noventa toneladas de acetato. “Ambos en mala condiciones de guarda”, dice un amparo judicial que presentó el secretario general de ATE Capital, Daniel Catalano, el 18 de septiembre. María Martha Notari, la delegada del personal, denuncia que “es un peligro para todas las personas que trabajamos acá y de las que viven en edificios aledaños”. El inspector del Gobierno de la ciudad, Edgardo Castro, dio aviso a su superior jerárquico, el director general de Protección del Trabajo, Fernando Cohen, porque “el día que pase algo va a ser un desastre. Ni siquiera está habilitado, ni siquiera cumple con las condiciones de seguridad”. Alerta sobre que podría repetirse una tragedia semejante a la de Iron Mountain y “hasta peor”.
El Museo del Cine se completa con una sala de exhibición de películas que está ubicada a tres cuadras, en Agustín Caffarena 51. Su historia es la de una institución sin sede propia que deambuló por siete direcciones distintas desde que se fundó, en 1971. Algo así como una mudanza casi siete años. En Ministro Brin se instaló en 2014. “Acá se alberga todo el patrimonio que preserva el Museo del Cine. O sea, hay archivos en diferentes soportes y materiales. Papel, textil y películas que están hechas principalmente de tres materiales: nitrato, acetato y poliéster. Lo que más se acumula, protege y resguarda son el nitrato y acetato, los más antiguos, los de más difícil conservación. Por eso nos preocupa que este lugar no esté preparado para ese tipo de tareas, de cuidar ese tipo de material. Nos encontramos al lado del río, donde hay muchísima humedad y las paredes no tienen las dimensiones necesarias, ni están preparadas para ese fin”, explica Notari.
Entre sus compañeros hay profesionales en conservación, archivología, bibliotecarios, investigadores de arte o historiadores especializados en el mundo del cine. Se desempeñan ahora en lo que antes era una empresa de informática. Son unos 900 metros cuadrados de una construcción en dos pisos que desde el exterior se parece más a una metalúrgica o textil que a las instalaciones de un museo. El declive del Ducrós Hicken –lleva ese nombre en honor a un pintor y estudioso del cine que murió en 1969– comenzó, según la delegada, con una decisión del actual titular del Sistema Nacional de Medios Públicos y ex ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi.
“Cuando llegó al Gobierno de la ciudad con Macri, inició una obra que se llamó Polo Cultural del Sur, le dio todo un edificio al Museo de Arte Moderno en Defensa al 1200 y sacó al Museo del Cine de ahí después de una licitación internacional con un préstamo del BID y que resolvía el tema de nuestra sede. Nos mudó a un galpón que pertenecía al Correo Argentino, en Barracas, en Salmún Feijó al 500, y durante siete u ocho años nos dejaron en ese lugar al que le faltaba todo. Lombardi es una persona que no está capacitada para los cargos que ocupa y hace mucho daño”, cuenta Notari.
Atrás había quedado la promesa de Macri como flamante jefe de Gobierno cuando en su discurso ante la Legislatura, a fines de 2007, aseguró que el Museo del Cine tendría una sede acorde a las obras que conserva. No fue así y al patrimonio se lo declaró en emergencia en 2011 por iniciativa de sus trabajadores y algunos diputados porteños. Se trata del 80 por ciento del cine mudo disponible en el país, como la película Amalia, el primer largometraje argentino, filmado en 1914; el noticiero Sucesos Argentinos en su formato original de 35 milímetros y otros de canal 9 de los años 70-80. Los únicos materiales que existen del caricaturista y director ítalo-argentino Quirino Cristiani, quien hizo el primer film de animación del mundo; una copia de la célebre Metrópolis, película muda de ciencia ficción dirigida en 1927 por el austríaco Fritz Lang o Muñequitas porteñas, la primera producción hablada del cine argentino que hizo José Ferreyra en 1931. También hay centenares de películas en 16 milímetros, aunque no tanto en 35. Muchas fueron cedidas por productores y directores.
“Cada gestión en épocas diferentes aceptó distintas donaciones o hemos ido a rescatar de volquetes varias cosas, porque las tiraban las productoras. Por ejemplo, el noticiero de canal 9 lo salvamos así” cuenta Notari. Las irregularidades de funcionamiento en el Museo del Cine se prolongan porque no existe una Cinemateca Nacional y, de alguna manera, el Ducrós Hicken la reemplaza como archivo de películas. “Desde el punto de vista legal, el INCAA debería ser el lugar a donde tendrían que ir a parar las películas que se estrenan en los cines, las que se producen comercialmente”, dice una trabajadora que pide reserva de su nombre y se desempeña en el depósito. Hasta ahí llegaron en septiembre pasado un inspector de la Agencia Gubernamental de Control y un funcionario de la dirección general de Casco Histórico y Museos para verificar las condiciones en que se encuentra. “Nos excede el tema”, respondieron ante varios testigos.
En el depósito no hay sólo películas. Se conservan guiones originales, materiales de vestuario, escenografías y otros elementos que no se pueden mostrar al público porque no hay suficiente lugar para guardarlos u ordenarlos. “Este museo tiene una característica que no tienen otros y es que sigue recibiendo cosas todo el tiempo. Siempre va a continuar creciendo porque el cine no se agota como industria”, explica la investigadora que acompaña a Notari durante la entrevista. La delegada agrega dos datos para entender cómo se sostiene el Ducrós Hicken: “El presupuesto equivale a once cajas chicas, con lo cual es ostensiblemente exiguo. Y en el previsto para 2019 no está contemplado ni un peso de aumento para nuestro Museo y sí para el Teatro Colón y el Complejo Teatral Buenos Aires”.
El inspector Castro, que hizo un relevamiento del depósito, redondea el tema más preocupante, además del deficiente estado de conservación del patrimonio cinematográfico. “Yo presenté la denuncia en el organismo donde estoy, en la policía del Trabajo, y la voy a impulsar donde corresponda porque hay dos cuestiones fundamentales. Primero la desidia absoluta en el mantenimiento del material y eso no responde solamente a la falta de dinero. También obedece a una desidia de los principales responsables políticos del área que podrían llevar esto a la destrucción total y permiten que vayamos hacia allí. Estamos a unas cuadras de Iron Mountain y espero que esa historia no se repita”.