Está saludablemente generalizada la idea de construir un frente de unidad nacional y popular capaz de derrotar electoralmente al gobierno colonial, para así restablecer los rumbos políticos, económicos y sociales hoy destruídos.
Cuando se recorre el país, se ve que el eje de la recuperación está en esa unidad, proceso siempre anhelado como siempre tan difícil. Y no tanto por el trajín de ponerle nombres propios a esa unidad resultante, sino porque el pensamiento nacional y popular deberá esta vez eludir tanto sectarismos como inocentadas, de igual modo que quienes sinteticen la propuesta al final del camino deberán ser representativos y también, y sobre todo, moralmente intachables. Y además ese frente, unidad o confluencia deberá tener propuestas claras y refundacionales, y muchas de ellas no negociables.
No es prematuro barajar ahora mismo todo lo anterior, más bien hacerlo es urgente porque el cuadro de situación incluye interrogantes complejísimos: ¿cómo enfrentar al gigantesco poder mediático del régimen desde nuestros muchos, vigorosos y activísimos medios liliputienses, que resultan tábanos agudos y necesarios pero nunca suficientes? ¿Y cómo recuperar terreno, imagen e iniciativa desde la ancha avenida de los intereses y necesidades del pueblo argentino, hoy arrasado por un gobierno cipayo, autoritario, violento y hasta criminal porque abandona la salud pública, elimina todas las vacunas y condena a millares de discapacitados?
Y hay otra cuestión esencial a tener en cuenta: que todas las propuestas del discurso nacional y popular, y social y cultural, que los partidos, organizaciones y colectivos impulsamos parecen dirigirse -y éste es un posible grave error estratégico- casi exclusivamente a los propios, es decir a los ya convencidos y seguros acompañantes en la futura gesta electoral. Para decirlo más claro: es como que en general estamos pescando en nuestra propia laguna. Hablamos y exhortamos a los que ya están del lado nacional y popular, l@s compañer@s ya convencidos. Y eso está bien, pero quizás no alcance.
Por eso esta columna, como algunas otras, trabaja temas y hace propuestas que leen, atienden y discuten camaradas de ruta que seguramente ya tienen decidido apoyar a CFK en 2019 si ella es candidata, o a quienes lo sean por la ya lanzada Unidad Ciudadana o como se llame el año próximo. Tales ideas circulan y se debaten hoy en todas las formaciones y estructuras políticas, y así se construye la mejor perspectiva a futuro, barajando nombres y construyendo esperanzas. El Manifiesto Argentino es parte de esa construcción y comparte esos tejidos políticos.
Pero lo que este texto propone reconocer ahora es que también se trata de pescar en el ancho mar. Que es ahí donde no parece que hayamos encontrado los medios y discursos adecuados para ser atendidos. No sólo escuchados -que ya es difícil en un país ensordecido- sino además atendidos, o sea comprendidas las propuestas y argumentaciones por parte de los estafados, los confundidos y mal informados, los arrepentidos silenciosos y los muchísimos dubitativos cuyos votos fueron y pueden volver a ser determinantes.
No es ocioso reconocer que por lo menos la mitad del pueblo argentino hoy está un poco grogui, un más desesperado, y también compuesto por ese tipo de ciudadanía que siempre se lava las manos y se declara harta sin saber bien de qué. La antipolítica ha crecido como yuyo malo y es cómodo refugio de escépticos y cínicos que zafaron y/o se enriquecieron en la hecatombe general. Y también, hay que admitirlo aunque duela, entre esos compatriotas hay muchísimos que hoy galguean corriendo la coneja en pos del esquivo pucherito salvador de cada día.
Los discursos y propuestas superadoras del desastre al que nos condujo el macrismo, además, deben dirigirse a esa mitad de docentes que votó la estafa, y a los pequeños empresarios que se fundieron después de confiar en esta porquería y hoy están fundidos, resentidos y/o viendo de qué manera juntan unos mangos para irse, y ni se diga la siempre cambiante clase media. Es un mar proceloso el de los que todavía no entienden su propio, pésimo voto en 2015 y 2017.
En el ancho mar de nuestra ciudadanía sigue habiendo muchos enfermos de resentimiento, anclados en no ver más que la innegable corrupción que impera en nuestro país desde hace dos siglos y cuyas manchas alcanzaron también a las últimas generaciones, pero no viendo, o negando con necedad, la grosera corrupción de Cambiemos en masa. A eso contribuye el venenoso discurso de los medios oficialistas que avivan el rencor de cientos de miles de televidentes devenidos negadores seriales que miran la telebasura y le creen a Legrand y se dejan vomitar encima por intratables de toda hora. Así se han tragado el sapo de las fotocopias de dudosos cuadernos que nadie ha visto y que sólo sirven para que desfilen por Comodoro Pro bandadas de dizque arrepentidos capaces de decir que han visto y oído cualquier cosa con nulo valor jurídico.
Un problema clásico de la política es cómo llegar a la conciencia ciudadana con la verdad y la esperanza. Difícil misión cuando están cerradas las orejas y los ojos. Es entonces cuando la argumentación clara y la paciencia juegan su papel. ¿Cómo hablarles, cómo explicarles a los confundidos y estafados que consienten tontamente que este gobierno criminal les siga cavando las fosas? ¿Qué van a votar? ¿Qué perspectiva restauradora van a escuchar, atender, considerar, pensar al menos? En ese ancho mar hay que librar la batalla política que viene.
Cierto que entretanto habrá que seguir criando alevinos de la esperanza. Hoy es nuestra tarea central: inducir, estimular y acompañar a miles de jóvenes que ya son protagonistas, que se rebelan en calles, escuelas y universidades y que junto a trabajador@s organizad@s discuten espacios, alianzas y perspectivas y se movilizan en toda la república.
No reducir ni un milímetro, ni un segundo, la acción política anticolonialista y liberadora. Seguir recorriendo el país y afianzando voluntades porque es mucha, muchísima la gente que se acerca, se interesa e incluso se autocrítica en su intimidad. Se abren a nuevas esperanzas y es lo que cuenta. Se nota, se ve. Es fantástico y esperanzador. Pero puede no alcanzar y es por ello que, sin desatenderlos, el pensamiento nacional y popular debe ampliar el horizonte. Más allá de lagunas y anchos ríos está el mar. Siempre está el mar.