El prestigioso neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti fue invitado por la Universidad Nacional de San Martín, para brindar una serie de conferencias y recibir el título de doctor honoris causa. Fue destacado, una vez más, por su trayectoria científica que gira en torno al descubrimiento, en 1996, de las “neuronas espejo”. Un grupo de células nerviosas útiles para comprender los comportamientos empáticos, sociales e imitativos de los seres humanos.
La explicación es simple: cada uno de los actos que realizan los individuos implica un estado mental subyacente. Así, los sujetos se constituyen en espejo de sus pares mediante un mecanismo sencillo que opera en diversas situaciones y de modo inconsciente. Por ejemplo, cuando los futboleros miran un partido por televisión y con su movimiento acompañan las destrezas de los jugadores, o bien cuando observan una película de suspenso, el cuerpo se estremece y se tapan sus ojos como respuesta frente al miedo. Allí, entran en escena estas células cerebrales, que se activan cuando las personas realizan acciones, pero también cuando observan las ejecutadas por alguien más.
Por sus características, se cree que han sido decisivas en los procesos de socialización y construcción de culturas para la especie humana, sobre todo, por sus funciones vinculadas a la empatía y al aprendizaje por imitación. De ahí, que el hallazgo haya traspasado las fronteras disciplinares y adquiera importancia en otros campos como la psicología, la filosofía y la sociología.
A sus 79 años, Rizzolatti dirige el Brain Center for Social and Motor Cognition, del Instituto Italiano de Tecnología, y su trabajo lo ha llevado a conquistar numerosos reconocimientos, entre los que se destacan el Premio Príncipe de Asturias en Investigación Científica y Técnica (2011) y The Brain Prize de la Fundación Lundbeck (2014) –el galardón internacional más importante del campo de las neurociencias–. En esta oportunidad, describe el funcionamiento de las neuronas espejo, explica de qué manera han sido decisivas en el desarrollo de la cultura humana y anticipa los siguientes trabajos vinculados al autismo y a la rehabilitación de pacientes con deficiencias motrices.
–Nació en Ucrania pero estudió en la Universidad de Padua.
–Mis bisabuelos se mudaron a Kiev hacia fines del 1800. Afortunadamente, les fue muy bien con una empresa constructora de mármol y al explotar la Revolución Industrial, nacionalizaron parte de sus bienes. Con la Segunda Guerra Mundial, mi familia debió partir hacia Italia cuando yo tan solo tenía 6 meses. Así que cursé el colegio secundario en Udine, y luego estudié medicina en Padua. Una de las materias que más me gustaba era neurología y me interesaban mucho todos los problemas filosóficos que se abordaban. En aquel momento, se trataba de la rama más aristocrática del campo de la salud y se analizaba en conjunto con la psiquiatría. Así que no lo dudé y decidí especializarme en el área.
–A usted le interesaba analizar las funciones motrices de los humanos y, en 1996, mientras realizaba experimentos con monos, descubrió las neuronas espejo.
–No fue un descubrimiento simple ni tampoco puede reducirse a un instante de iluminación. Cuando comenzamos a investigar acerca del sistema motriz del mono, pasamos de analizar solo sus movimientos a examinar los comportamientos, a partir de una perspectiva que expresaba la relación entre los observadores y los sujetos. Allí, notamos algunas cosas extrañas, por ejemplo, cómo se disparaba la misma neurona cuando el animal realizaba una acción y cuando el observador era quien la ejecutaba. Sin embargo, en principio nos encontrábamos entre sorprendidos y asustados.
–¿Por qué?
–Temíamos que nuestras pruebas no fueran ciertas. En estas condiciones, si hubiéramos publicado este hallazgo en alguna revista famosa hubiera significado un verdadero problema. Al menos, hasta no estar completamente seguros de lo que hacíamos. Fuimos muy cautos, realizamos muchos controles y logramos definir su veracidad a partir de un experimento clave. Cuando el mono cortaba papel se disparaba la misma neurona que cuando el observador lo realizaba. Ello, nos permitió arribar a conclusiones más seguras.
–¿Cómo podría sintetizar su funcionamiento?
–Puedo ilustrarlo con un ejemplo. Cuando un individuo experimenta el dolor, se dispara la misma neurona que cuando se observa a otro sintiéndolo. No se trata de un asunto de moralidad, sino que realmente son procesos que habilitan la comprensión de lo que sienten los otros. Las acciones, luego, dependen de otras cuestiones porque no necesariamente cada vez que sienta un dolor ajeno iré corriendo a ayudar. Existe una diferencia que debo realizar: un asunto es entender y otra es imitar. En este sentido, existen neuronas espejo que facilitan los procesos de comprensión y otras que se ocupan de los mecanismos que favorecen la imitación, es decir, de repetir con exactitud lo que alguien más hace. Los monos no pueden imitar pero sí comprender. Tomemos, por ejemplo, una fruta de juguete que debe abrirse con un mecanismo de 3 movimientos. Mientras un niño de tan solo 1 año podrá realizar la acción sin demasiados problemas, un gorila o un chimpancé podrían tardar semanas hasta lograr el objetivo. Incluso, en muchos casos, podrían cansarse y romper el plástico sin haber conseguido efectuar la acción.
–Es la diferencia entre la capacidad de imitación y la emulación.
–Exacto. Desde aquí, cuando hay una cantidad suficiente de neuronas espejo que logran imitar comienza la civilización porque los hombres empiezan a imitarse entre sí. De este modo, si una generación aprende o genera algún conocimiento, puede ser transmitido a sus descendencias que logran imitar y mejorar los artefactos. Desde aquí, la naturaleza del ser humano es colaborativa porque se vincula por afinidad. Si imito a un par, aprendemos mientras que trabajamos juntos.
–Si la imitación permite socializar, ¿por qué cree que está tan mal ponderada?
–Pienso que para ser originales, antes hay que saber imitar muy bien. Tanto los artistas como los ingenieros reconocidos copian a todos sus maestros para luego lograr producir algo novedoso.
–Las neuronas espejo se encienden de modo automático y no descansan. ¿Qué mecanismo establece el cerebro para no imitar de manera ininterrumpida?
–Existen dos métodos de control. El primero fue hallado por el neurobiólogo Roger Lemony y señala que existen neuronas espejo que se activan cuando una persona realiza la acción pero se inhiben cuando se observa la misma acción ejecutada por alguien más. Estas son las responsables de evitar que automáticamente se repita cualquier acto. El segundo, probablemente más fuerte y complejo, se genera en el lóbulo frontal y se vincula directamente con algunas enfermedades vinculadas a la demencia. La imitational behaviour es una categoría utilizada para explicar, por ejemplo, por qué cuando un médico se coloca la punta del dedo índice sobre la nariz, el paciente copia el movimiento de modo inconsciente. Sin embargo, el valor radica en que el paciente logra controlar las repeticiones y escoge si continúa efectuando la acción o si no lo hace.
–De modo que el lóbulo frontal es el que señala cuándo dejar de actuar…
–Exacto. Por caso, cuando uno se sienta a la mesa en un ambiente aristocrático, por una cuestión de protocolo, debe aguardar a que la patrona comience a comer para probar algún bocado. En situaciones tan comunes como ésta, el lóbulo frontal es el que controla.
–Antes del descubrimiento de las neuronas espejo, ¿cómo se explicaba la empatía desde la neurobiología?
–En el pasado, no se explicaban los mecanismos subyacentes y los investigadores tan solo se ocupaban de observar las acciones. Simplemente, en tal o cual demencia, solo decíamos que el lóbulo frontal estaba deshecho y se encontraba imposibilitado de realizar sus tareas. Sin embargo, la imitación había sido muy estudiada desde hacía tiempo. Existieron grupos alemanes que estaban convencidos de que la imitación era el resultado de un complejo entramado cerebral que actuaba en base a estímulos. Nuestro aporte fue afinar y ajustar estos preceptos.
–Uno de los grandes problemas del campo científico es la segmentación de las disciplinas. Hallazgos como el suyo, contribuyen a conectar áreas como la neurobiología, las humanidades y las ciencias sociales. ¿Qué cree al respecto?
–El descubrimiento ayudó a la unificación de varias áreas como la psicología, la sociología y hasta la propia religión. Se trata de un mecanismo que puede ser útil para profundizar en muchos aspectos importantes de las ciencias. En la actualidad, trabajamos con filósofos e ingenieros con el objetivo de realizar registraciones cerebrales en el humano, para traducir algoritmos que suponen una enorme cantidad de datos en poco tiempo.
–¿Cómo se modificó el panorama de investigación a veinte años del descubrimiento de las neuronas espejo?
–En el pasado experimentábamos con monos pero en la actualidad se determinó que muchas otras especies como las aves poseen neuronas espejo, no sólo ubicadas en las zonas motoras –como sosteníamos en el pasado– sino también en el sistema límbico (emocional). En relación al cerebro humano, en la actualidad, trabajamos sobre epilépticos fármaco-resistentes, es decir, que resisten los medicamentos que les suministramos. Son casos en los que el médico debe operar y utilizar electrodos en el cerebro. Representan buenas oportunidades para la realización de experimentos.
–¿Y en relación al autismo?
–Más allá de todas las causas ya conocidas, descubrimos que existe un vínculo entre madre e hijo que se genera en las primeras etapas de vida en relación al movimiento. De modo que si se estudia a temprana edad, podrían conseguirse resultados muy positivos. Por otra parte, una cuenta pendiente que hoy en día intentamos profundizar es el estudio de los procesos de rehabilitación. Cuando una persona que tuvo yesos en sus piernas comienza a caminar, requiere de mucho esfuerzo y de lapsos prolongados de recuperación. Creemos que si se les proyecta un video que exhibe cómo esa persona caminaba en el pasado, se activan las neuronas espejo y en tan solo diez días podría rehabilitarse. Soñamos con obtener resultados sorprendentes.