La escritora francesa nacida para importunar se alimenta de las controversias que genera con sus libros o con el manifiesto que firmó contra el movimiento #Me too. Catherine Millet –que hoy a las 19 inaugurará el 10° Filba, Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires, que tendrá como invitados a Irvine Welsh, David Leavitt, Anne Carson y Horacio Castellanos Moya, entre otros (ver aparte)– no le teme al debate, a la polémica, a la disidencia, aun cuando apele a la hipérbole para describir lo que sucedió en el campo cultural a partir de las acusaciones de abuso sexual contra el productor estadounidense Harvey Weinstein. “La ola purificadora parece no conocer ningún límite. Allí, censuramos un desnudo de Egon Schiele en un póster; pedimos la eliminación de una pintura de Balthus de un museo con el argumento de que sería una apología de la pedofilia; en la confusión del hombre y la obra, pedimos la prohibición de la retrospectiva de Roman Polanski en la Cinemateca Francesa y obtenemos la postergación de la muestra dedicada a Jean-Claude Brisseau. Una académica considera que la película de Michelangelo Antonioni Blow-Up es ‘misógina’ e ‘inaceptable’. A la luz de este revisionismo, ni John Ford (La prisionera del desierto) ni incluso Nicolas Poussin (El rapto de las sabinas) quedan a salvo”.
Millet (Bois-Colombes, Francia, 1° de abril de 1948) nació en un barrio de la periferia parisina, en un medio sin muchas perspectivas intelectuales. A los 18 años decidió huir de esa estrecha atmósfera familiar con el único equipaje de sus lecturas. Tenía la certeza de encontrar en los libros, en las obras de arte, el acceso a una forma de vida distinta. Pronto se desplazó del arrabal oeste de París al mundo del arte en el barrio de Saint-Germain-des-Prés. Y pasó de un hombre a otro –de orgía en orgía–, una amplitud y eclecticismo que se revela en La vida sexual de Catherine M., libro que vendió más de 3 millones de ejemplares y se tradujo a 45 idiomas. La escritora francesa, fundadora y directora de la prestigiosa revista Art Press, llegó al país invitada por la Secretaría de Cultura de la Nación para participar del ciclo “Idea” y presentar también su último libro: El arte contemporáneo (La Marca Editora). “El manifiesto que escribí junto a varias amigas -y que fue firmado por un poco más de cien mujeres, entre las cuales estaba Catherine Deneuve, que nos dio mucha publicidad– incluye una variedad de críticas hacia el movimiento #Me too porque nos parecía que las mujeres que participaban de ese movimiento llamaban a una forma de censura cuando pedían la supresión de algunos cuadros en algunos museos o incluso la prohibición de algunas películas; formas de censura que implican un retroceso de más de un siglo. A través del #Me too se estaba pidiendo una codificación de la relación entre hombres y mujeres que también nos parecía un regreso de la moral victoriana”, plantea Millet en la entrevista con PáginaI12.
–Hacer hincapié en la censura y la codificación de las relaciones,
¿no es tomar una parte, por cierto negativa del #Me too, por el todo de un movimiento que es mucho más complejo?
–Nuestro manifiesto también es mucho más complejo… El movimiento #Me too no es positivo, le hace daño a las causas de las feministas. No me gusta cómo usaron la definición de la violación; por lo menos una tendencia dentro de ese movimiento usó la palabra violación para actos que no eran violaciones. Como ese hombre francés, que es el marido de una ex integrante del jurado del premio Nobel de Literatura en Suecia, que ha sido juzgado porque hubo una mujer que le reprochó haberla forzado a seguir haciendo una felación que ella había decidido empezar. Esto es un uso inapropiado de la palabra violación. Algunas mujeres usan la palabra violación para designar situaciones en las cuales durante la relación sexual cambian de opinión. No me parece justo; la mujer tiene que asumir sus responsabilidades desde el inicio.
–Jean-Claude Arnault, el marido de Katarina Frostenson, fue condenado en Suecia por violación a dos años de cárcel, no por el reproche de esa mujer que se sintió forzada a seguir haciendo una felación.
–Sí, yo me refería a las mujeres que hacen acusaciones sobre relaciones que primero consintieron.
–A propósito del tema de la violación, usted declaró en diciembre del año pasado: “Lamento mucho no haber sido violada, porque así podría dar fe de que una violación también se supera”. ¿Qué busca al lanzar una frase tan polémica? ¿Decir algo así no implica banalizar la violación?
–Esto tiene que ver con el impacto que genera la mediatización porque esa frase la había dicho varias veces, pero la volví a pronunciar justo en el período en que se iniciaba el movimiento #Me too. Conviene aclarar que yo me estoy expresando como Catherine Millet, como mujer singular, y estoy diciendo que yo creo que la violación se supera. Pero no puedo hablar por otras mujeres que viven la violación de otra manera y sufren un trauma. Lo que simplemente yo reivindico es el derecho de expresarme. Igualmente no dudaría en volver a decir esa frase hoy porque me parece que muchas veces estamos favoreciendo el lugar de la mujer como víctima. El entorno de algunas mujeres colabora en colocar a las mujeres como víctimas y les aconseja hacer juicio, un juicio que va a durar muchos años y durante el cual van a tener que recordar los detalles de ese momento traumático. Entonces lo que quise hacer es dar mi posición para que algunas mujeres se den cuenta de que hay otras posibilidades; que con la fuerza psicológica podemos sobrellevar ese trauma, olvidar y volver a reanudar una vida con relaciones sexuales sanas con varios hombres. Después de la publicación del manifiesto, dos mujeres que son amigas me vinieron a contar que ellas habían sufrido una violación de jóvenes, cosa que yo ignoraba, y gracias a ese manifiesto se sintieron autorizadas a contar lo que habían sufrido porque después de un tiempo lograron tener una vida sexual normal.
–Si se pudiera inscribir dentro de alguna corriente feminista, ¿con cuál se sentiría más identificada?
–¿Ustedes tienen acá en Argentina lo que en Francia llamamos el feminismo pro sexo? Mi respuesta, si tengo que definirme, es que yo soy una feminista pro sexo.
–Hay una palabra que empezó a cobrar fuerza en este último tiempo, que es el neologismo sororidad, la solidaridad entre mujeres. ¿Qué piensa de la sororidad?
–La sororidad es uno de los temas de la conferencia que voy a dar en el Filba y de hecho soy muy crítica de ese concepto porque es un término que tiene una etimología religiosa que me molesta. Últimamente en la sociedad francesa estamos hablando mucho de los conceptos hermanos y hermanas, que se están usando en el entorno musulmán e islamista. Yo como mujer considero que no tengo que ser más solidaria con otras mujeres que con los hombres. Si siento compasión, me parece que no tengo que dar prioridad a la compasión por las mujeres en detrimento de los hombres.
–El cuestionamiento a la sororidad pasa porque además de tener una etimología religiosa, ¿remite a una suerte de “complicidad” entre mujeres?
–No, el concepto de complicidad femenina no me molesta, de hecho me parece que las mujeres compartimos mucho en términos de sensibilidad. Después de la publicación de La vida sexual de Catherine M., viajé por muchos países y ahí experimenté una forma de complicidad con mujeres en lugares muy diferentes. Pero las condiciones sociales de las mujeres en sus relaciones íntimas con los hombres varían mucho de acuerdo al país, a la cultura en la que viven y a la religión a la cual pertenecen. Por eso me parece un poco incierta la idea de una internacional feminista.
–Una de las críticas que se le hizo al #Me too, pero que también la recibieron quienes firmaron el manifiesto en contra del movimiento, es que está integrado por mujeres burguesas, de clase media. ¿Qué opina de este cuestionamiento?
–En el manifiesto hicimos hincapié en el hecho de que la situación de las mujeres varía mucho en función de las clases sociales. No es lo mismo una intelectual parisina que una mujer en un entorno donde se impone un poder machista. Sin embargo, nuestro rol como intelectuales -y hasta nuestro deber- es poder expresar esas diferencias para proponer modelos que puedan ser usados por las mujeres de las diferentes clases sociales porque les estamos incitando a ser más fuertes. Queremos que las mujeres sean más fuertes en vez de encerrarlas en la posición de víctimas, que es lo que suele pasar. Efectivamente, es muchísimo más fácil para una intelectual parisina ser más fuerte que para una empleada que está bajo el control de una dirección machista. Nuestro mensaje es que queremos que las mujeres sean más fuertes en la medida de lo posible.
–La primera frase del manifiesto es: “La violación es un crimen”. Después citan al filósofo Ruwen Ogien que defiende la libertad de ofensa indispensable para la creación artística. “De la misma manera, defendemos una libertad de importunar indispensable para la libertad sexual”. ¿A qué se refieren con esa libertad de importunar?
–En francés la palabra importunar significa molestar, para decirlo más vulgarmente sería “romper las pelotas”, y consideramos que importunar no es un crimen. Nos parece que en las relaciones humanas en general y en particular en las relaciones entre hombres y mujeres hay que mantener la libertad del levante. Aunque en esa actitud de levante, la persona que es objeto del levante pueda sentir cierta molestia, aunque pase eso, la respuesta tiene que ser descartar a esa persona que nos importuna o nos molesta. Lo que quisimos dejar bien en claro en ese manifiesto es hacer la diferencia entre un acto que sí es condenable como la violación, que tiene que ser juzgado, y algo que pertenece más a las torpezas de la vida cotidiana; las torpezas de unos hombres tal vez un poco inseguros.
–¿Qué otros temas abordará durante la inauguración del Filba?
–Este verano estuve releyendo a Simone de Beauvoir. En la colección Biblioteca de la Pléiade se publicó Mémoires, sus escritos autobiográficos que me parecen sumamente interesantes. Simone de Beauvoir era una mujer que no se correspondía con la imagen que muchas veces el feminismo quiso dar de ella, como el hecho de que aceptó ser sumisa al amor. Ser sometida al amor no es necesariamente ser sometida a un hombre.
–En el año en que se cumplen los 50 años del Mayo francés, ¿cómo se inscribe hoy esa herencia?
–Lo que pasó después del Mayo del 68 fue que hubo una tolerancia mayor acerca de las prácticas sexuales. Una consecuencia lejana en la sociedad actual es la aceptación del matrimonio homosexual. Sin embargo, lo que observo hoy en cuanto a las prácticas sexuales es que la gente es menos libre. Yo diría que la gente es más libre en su cabeza, en su mente, que en sus prácticas sexuales.
–¿Por qué es más libre solo en su cabeza?
–Uno de los factores tiene que ver con la situación económica. El Mayo del 68 estalló al final de un período de bonanza en cuanto a lo económico y la gente tenía la mente más abierta al placer sexual.