El holgado triunfo de Jair Messias Bolsonaro en la primera vuelta presidencial en Brasil debe ser analizado meticulosamente: hablamos de un candidato ultraderechista, misógino, que públicamente se suele presentar como defensor de la última dictadura cívico-militar en ese país. La victoria de Bolsonaro se sustenta en primer lugar en la ausencia del principal candidato opositor al gobierno de Temer: Luiz Inácio Lula da Silva, detenido arbitrariamente desde abril en Curitiba. No se puede analizar la elección sin dar cuenta que Lula fue condenado sin pruebas por el ya famoso tríplex de Guarujá, posteriormente impugnado electoralmente y hasta inhabilitado para entrevistas y hacer oír su voz en la campaña electoral, todos hechos que hicieron que la Organización de Naciones Unidas se manifieste a favor de los derechos políticos y civiles del fundador del Partido de los Trabajadores.
Si antes de la elección el propio Lula y Bolsonaro concentraban dentro de los votantes la idea de que podían “poner orden” ante la grave situación política-institucional, la impugnación de la candidatura del pernambucano –que ya había demostrado poder gobernar en dos oportunidades– dejó al candidato del Partido Social Liberal (PSL) solo en esa valoración de quienes acudieron a las urnas. Dicho esto, también hay que mencionar que, a diferencia de lo instalado por los grandes medios de comunicación del continente, el PT no hizo una mala elección: con menos de un mes de instalación Haddad sacó casi 29 por ciento, cerca del 35 que tenía Lula en los sondeos. Hubo, como se ve, un gran traslado de votos a favor del ex alcalde de San Pablo.
Hay un aspecto más a resaltar: Bolsonaro es el resultado directo del proceso de degradación del sistema político brasileño, impulsado por un Lava Jato que, juez Moro mediante, se propuso como meta principal derrocar al petismo de Planalto. Luego de esto vino el ataque a la caravana de Lula, el asesinato de la concejal de Río de Janeiro Marielle Franco, y la propia detención del ex líder sindical. Sin bien Bolsonaro es diputado desde el año 1991, en los últimos años supo constituir un imaginario de outsider que hizo derrumbar al histórico partido de la centro-derecha brasileña: el PSDB, que había disputado los últimos cuatro ballottages. La debacle, entonces, no es del PT sino del partido de Fernando Henrique Cardoso, que se derrumbó para el lado del bolsonarista PSL (que además contó con el apoyo del creador de la influyente Iglesia Universal del Reino de Dios –también dueño de Record TV– Edir Macedo).
El voto a Bolsonaro concentró el “anti-petismo”, a tal punto que el propio O Globo lo reconoce en su editorial posterior a los resultados, al decir que “la oposición al PT es uno de los vértices del espacio de radicalización que se abrió en estas elecciones”. A contrapelo de los consejos de politólogos de todo tipo y pelaje, la virtud de Bolsonaro fue radicalizar su discurso, tristemente lleno de odio, incluso a costa de regar de fake-news los grupos de Whatsapp de todo Brasil. Así constituyó un poderoso 46 por ciento, particularmente sólido en los segmentos: habitantes del Sur del país; blancos; hombres; universitarios; religiosos. Si bien los manuales politológicos aconsejan que ahora debería correr al centro su discurso, el mismo denegó esa chance, afirmando que “no me puedo volver Jairzinho amor y paz”.
El PT sabe mejor que nadie lo que es un ballotage en Brasil –ganó los últimos cuatro, dos con Lula y los otros con Rousseff–, pero ahora las condiciones son sumamente desfavorables: hay casi 18 millones de votos de diferencia entre ambos candidatos. Será titánica la tarea para Haddad en estas semanas: deberá conquistar a los electores de Ciro Gomes, Marina Silva, Guillermo Boulos e incluso a parte de los de Gerardo Alckmin si quiere tener chances. Y además apuntar al sector de las y los desencantados que no fueron a votar o lo hicieron en blanco o nulo. De no poder hacerlo, la banda presidencial del país más importante del continente llevará el nombre del mito que se pretende salvador: Jair Messias Bolsonaro. Una tragedia que, por más que anunciada, será tragedia igual.
* Politólogo UBA / Analista Internacional.