A pesar de los problemas que afronta a partir de la precarización política de sus medios de producción, el cine argentino sigue ofreciendo buenas noticias. Ya a principios de 2018 una nutrida delegación nacional planto bandera en la Berlinale llevando una muestra potente y ecléctica. El grupo incluía, entre otras, a las ya estrenadas Teatro de guerra, de Lola Arias; Malambo, el hombre bueno, de Santiago Loza; o Viaje a los pueblos fumigados, último documental de Fernando Pino Solanas que este domingo a las 18 tendrá su premier televisiva a través de Canal 26. Hoy le llega el turno a Marilyn, ópera prima de Martín Rodríguez Redondo que provocó un gran impacto no sólo en sus proyecciones en la capital alemana, donde estuvo nominada a mejor ópera prima y al premio Teddy que distingue a la mejor película de temática LGBT, sino más recientemente en el Festival de San Sebastián, donde participó de la competencia Horizontes Latinos, o en los festivales LGBT de Milán y Tel Aviv, en los cuales ganó en la categoría de Mejor Película.
Basada en un caso policial de 2009 que concentró bastante atención mediática, Marilyn cuenta la historia de Marcos, un adolescente que vive con sus padres y un hermano mayor en un pueblo de campo, y que a partir de la búsqueda de su propia identidad de género debe soportar no solo el acoso de otros chicos, sino el desprecio de su propio núcleo familiar. “Conocí la noticia la apenas ocurrió, a través del diario, y lo que me resultó interesante de ella fue el crimen”, cuenta Rodríguez Redondo. “La historia de acoso y abuso familiar que sufría este chico la conocí después, y a partir de ahí me empezó a interesar más, porque tiene que ver con cosas que relacionaba con mi infancia. Yo iba mucho al campo de chico y había estado expuesto a ritos de paso a la masculinidad, entonces algo de esta historia que tiene que ver con una situación opresiva, resonó en mí”, prosigue. “Cuando leí la noticia enseguida tuve ganas de contactarme con el protagonista, que en ese momento todavía era Marcelo. Lo visité y lo entrevisté en la cárcel varias veces. Hoy es ella y aunque no hizo el cambio de DNI se identifica como Marilyn. A partir de esas entrevistas me entregó un diario íntimo que tenía como título El sufrimiento por no ser igual, donde contaba su historia desde que había nacido hasta ese momento. También fui varias veces al pueblo donde ocurrieron los hechos y a otros de los alrededores, conocí gente que lo conocía y que conocía su historia. A partir de eso empecé a escribir el guión”, dice el director.
–Sin embargo, un aviso al comienzo indica que la película está “inspirada” y no “basada” en hechos reales. ¿Por qué la diferencia?
–Tiene que ver con una cuestión legal, con asumir precauciones que te obligan a tomar cierta distancia. Es una forma de aclarar que los hechos reales no se dieron exactamente así, porque uno no está retratando solo al protagonista sino a un pueblo. Y aunque tenemos la autorización de Marilyn para contar su historia, no puedo guiarme solamente por la subjetividad del protagonista. Por supuesto que todo eso toma como base la realidad pero, como dije, una realidad que es subjetiva: el relato de Marcelo/ Marilyn acerca de lo que le pasaba. En ese sentido, siento que lo que cuento se acerca a la realidad. Pero también hay pequeños cambios que, aunque los hechos centrales se mantienen fieles a la historia, me obligan a avisar que está inspirada y no basada en hechos reales.
–A pesar de las cosas tremendas y crueles que le pasan al protagonista, la película consigue que el espectador se encariñe con él y sienta la necesidad de que encuentre una salida.
–Pero se trata de una tragedia y en las tragedias no hay salidas. Por otro lado hay una construcción ligada a ciertas convenciones cinematográficas que tiende a armar un relato donde se termina justificando un crimen y para mí no está justificado en ningún punto. Ni en la película ni en la realidad. Por otro lado, nos cuidamos de no caer un arquetipo cinematográfico de la persona trans o travesti ligado a lo perverso, que va desde Psicosis hasta El silencio de los inocentes. Para mí era muy importante tomar distancia de eso, porque construir un psicópata hubiera sido el camino fácil. Pero el personaje no es un psicópata. Siento que es alguien que mata, lo cual no quiere decir que sea un asesino. Para mí no es lo mismo un asesino que alguien que mata empujado por las circunstancias en las que está involucrado en su entorno familiar y social. Por supuesto que mi intención tampoco fue, nunca, la de justificarlo ni juzgarlo. Ni condenarlo ni salvarlo. Para mí, lo más trágico es que él no termina saliendo nunca de esa casa; esa era la angustia que quería transmitirle al espectador. Esa falta de salida es la que convierte a esta historia en tragedia.
–¿No teme que eso pueda ser interpretado como determinista?
–Es que la película tampoco afirma que no existen otras posibilidades. De hecho, también se muestra a otra familia que es distinta, la familia del chico del que se enamora Marcos, que tiene otra visión. Pero esta familia, en estas circunstancias y una carga incluso incestuosa, no tenía forma de evitar la tragedia. Mi idea era trabajar la idea de un acorralamiento de muchos niveles, no solo la que sufre el chico socialmente, sino el que sufre toda su familia, que es acorralada por un patrón y por el entorno, y que responde acorralando también al hijo menor.
–Una estructura en la que termina perdiendo el más débil.
–Y eso también es trágico, porque la cosa no explota para el lado que uno como espectador cree que sería más “justo”.
–Menciona la necesidad de evitar la figura del trans psicópata, pero al tiempo la película se suma a una filmografía extensa que, con mínimas excepciones, parece condenar a los personajes homosexuales a historias trágicas. Como si al cine le costara imaginar historias felices para gays, lesbianas o trans.
–En principio, no creo en la existencia de un cine gay: para mí existe el cine...
–La pregunta no apuntaba a la existencia de un cine gay sino a cómo el cine retrata esas historias.
–De todas formas, no coincido con esa mirada, porque también hay un cine identificado como LGBT que produce películas, y cada vez más, en las que parece que “está todo bien”. Comedias, historias de chicos que se conocen, mucho erotismo y sexo explícito. Como si el cine LGBT fuera eso: mostrar cuerpos sensuales. Mi película es una reacción contra cierta cultura LGBT o cultura gay que tiende a creer que ya está todo bien. Una cultura de la felicidad donde todo está fantástico... y la verdad es que no está todo fantástico.
–También es cierto que ese tipo de películas que usted menciona solo retratan la felicidad de ciertos estratos sociales dentro de la comunidad LGBT, que son sobre todo urbanos y muy progresistas.
–Y a mí me parece que esos retratos terminan siendo falsos. Pero no solo refiriéndome a Buenos Aires, donde siguen ocurriendo abusos. Cuando estuve en Berlín, me contaban que es cierto que en la ciudad está todo bien, pero que si te vas a un pueblito de Alemania ahí nomás ya no está todo tan bien. Entiendo lo del sufrimiento, pero no me propuse hacer una película sobre lo gay o lo LGBT. La película trasciende la historia de una familia que se opone a una identidad sexual, sino que se trata de una familia que directamente anula la identidad de esta persona. Por eso digo que el punto de partida por el cual me interesé en la historia era el crimen dentro de un entorno familiar. Porque en esas historias trágicas que mencionás, las víctimas siempre terminan siendo víctimas, que es lo que pasa habitualmente, porque es una realidad. Lo distinto de este caso es que el protagonista termina haciendo un giro completo que lo coloca en el lugar del victimario.
–Realidad es la palabra más repetida en esta charla. ¿Qué provocó en usted penetrar en la realidad de la historia que eligió?
–A lo largo del proyecto, pero sobre todo durante el casting, empezaron a escribirme muchos chicos, sobre todo del interior, contándome sus historias, lo mal que la pasaban, y me parece que también existe una necesidad de ver reflejado eso. Es cierto: la película no propone una salida, pero ojalá proponga un debate. No una solución, porque no creo que una película sea capaz de ofrecer una solución frente a esto.
–Eligió a un actor muy vinculado a la realidad del personaje, en tanto se encuentra transitando caminos similares en la construcción de su identidad. ¿Ese detalle era importante para usted?
–Sí. Por supuesto que Walter Rodríguez es un chico mucho más libre que el personaje que interpreta o que la Marilyn real. Primero, porque tiene la libertad para hacer lo que quiera sin preocuparse por lo que opine el resto. De Walter me interesó esa afirmación constante de su identidad, ese desafío. Desafío entre comillas, porque es lamentable que en esta sociedad que un chico decida ir maquillado por la calle todavía sea desafiante. Dentro de ese “desafío”, siento que él negaba lo que pasaba alrededor, porque cuando le preguntabas si había sentido situaciones de rechazo respondía que no. Después empezó a reconocer que sí. Creo que la película lo ayudó a ser consciente de eso, a darse cuenta de que es él el que elige no ver o no escuchar ciertas cosas que todos escuchamos. Cuando lo conocí, no tuve dudas de que era lo que estaba buscando para el personaje. De todas formas, requirió un trabajo actoral muy intenso de casi nueve meses, porque Walter era mucho más expresivo de lo que yo quería para el personaje de Marcos.
–A veces las coproducciones incluyen imposiciones, sobre todo en el elenco, que terminan lesionando el relato. Su caso parece opuesto, porque la labor de la actriz chilena Catalina Saavedra como la madre de Marilyn es estupenda. Permite percibir el lado monstruoso, pero también comprender su drama e imaginar que podría haber tenido otro destino.
–Cuando me lo ofrecieron, yo tenía muchos prejuicios, porque no quería que hubiera una madre chilena en una historia que transcurre en el campo argentino. Me parecía que en el marco de una película iba a verse falso. Pero cuando la conocí, me pareció increíble, que tenía una fuerza magnética. Su presencia es imponente, su rostro, como transmite la emoción sin palabras... Trabajamos el tema del acento, pero muy poco, porque ella mostró una gran facilidad para captar el tono. Hay otro actor chileno, Andrew Bargsted, que interpreta al novio de Marilyn, con quien también trabajamos muy bien, así que creo que la experiencia de la coproducción fue muy beneficiosa.
–¿Se imagina presentando la película en el pueblo de Marilyn?
–No sé. No creo que caiga bien. No. Sí la vio Marilyn en la cárcel. Pero en el pueblo... no creo.
–¿Y ella cómo se sintió al verla?
–Se identificó, como si no fuera una ficción sino de un documental sobre su vida. Si bien tiene pequeños cambios, cosas que imaginé porque no sé cómo fueron, creo que ella se sintió identificada con cierto clima, con la búsqueda que el personaje realiza durante el relato. Se emocionó mucho al verla.