Hay dos formas de ver De eso no se canta, la última propuesta del director y dramaturgo Pablo Gorlero, actualmente en cartel en La Comedia: como una obra sobre lo prohibido, o como una obra sobre la libertad. Es cierto que la línea puede ser fina, pues una y otra son contracaras de una realidad que niega lo opuesto, que lo anula. Pero el foco desde el cual pararse es clave y, quizás como resabio o herencia de su práctica profesional, el también periodista eligió hacerlo desde el de quienes “no tienen voz”, una decisión política con consecuencias notorias en lo estético y poético, ya que lo de no tener voz en este caso es literal, porque la pieza hace un recorrido por todas canciones y poemas prohibidos a lo largo de la historia.
Con proyecciones audiovisuales, música en vivo y algún que otro efecto especial pero con poca pretensión escenográfica, la pieza se compone de distintos cuadros musicales interpretados por los actores, actrices y cantantes Déborah Turza, Julián Rubino, Laura González y Nicolás Cúcaro. Pero, aunque en un análisis más técnico y circunscripto a los género teatrales podría decirse que son “solamente” eso, intérpretes, convendría abrazar la posibilidad de considerarlos también personajes, entendiéndolos como sujetos con historia pasada, vínculos con otros y subjetividad. ¿Por qué? Porque más allá de que canten canciones de distintos tiempos y espacios, lo que los lleva a personificarse de distintas formas, es posible ver una misma línea coherente entre los papeles que desempeña cada uno. Es más, desde una perspectiva más histórica, si se quiere, incluso sería posible ver en cada uno la personificación de una clase social: una oprimida, fuera del sistema, una obrera, una media y una burguesa. Cada una con sus canciones, cada una con sus textos.
Lo interesante de eso es que mezcla canciones populares (“¡Ay, Carmela!”, “Bella Ciao”, “Canción de Alicia en el País” o “La marcha de la bronca”) con otras que el público no conoce o no sabe que estuvieron prohibidas, lo que como mínimo garantiza la existencia de climas diversos dentro de la obra. También que retoma músicas prohibidas en la Segunda Guerra Mundial, en la Guerra Civil Española, en la Guerra de Secesión, en el Mayo Francés y en las dictaduras latinoamericanas, algo que, además de darle un rasgo universal a la deconstrucción de la intolerancia, hace que el trabajo sea verdaderamente un “musical documental-testimonial”, como lo presenta Gorlero, con el repaso por la obra de Alberto Favero, Violeta Parra, Víctor Jara, Bob Dylan, Moris, Pipo Lernoud, María Elena Walsh, Piero, Miguel Cantilo-Jorge Durietz y Charly García, entre otros.
Pero si hay algo que inclina la balanza hacia la libertad por sobre lo prohibido es la reivindicación que el director, los actores y los músicos Juan Ignacio López y Tomás Pol hacen sobre la historia no contada y que radica en el tono de la interpretación, prolija al extremo pero no por eso menos visceral y conmovedora. Es la fuerza con la que se erige desde lo prohibido cada estrofa, cada frase; la convicción con la que se actúan la valentía por sobre el miedo, la lucha por sobre la rendición, la paz por sobre la guerra. Es como si cada garganta estuviera gritando, en cada minuto del espectáculo, un fuerte y al unísono “Nunca Más”.