PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
Criticada por eurófobos y eurófilos de su propio partido, crucificada por la renuncia del ex representante británico ante la Unión Europea (UE), tildada de Theresa “Maybe”, la Hamletiana primer ministro británica eligió la ruta de un “Hard Brexit” en la negociación con la UE. Adiós al Single Market (mercado común), a la Unión Aduanera, a la Corte Europea de Justicia, prioridad absoluta para el control de la inmigración. “No estaremos la mitad afuera y la mitad adentro, no buscaremos un acuerdo de asociación con la Unión Europea, no queremos conservar pedazos de nuestra participación en el bloque. El Reino Unido está abandonando la Unión Europea”, dijo May ayer en un discurso ante diplomáticos, ministros y periodistas.
La primer ministro buscó endulcorar un poco su mensaje duro con promesas de amistad y continuidad. “Nuestro voto a favor de abandonar la Unión Europea no fue un rechazo de los valores que compartimos, ni un deseo de distanciarnos de nuestros amigos y vecinos europeos. Queremos una nueva relación igualitaria entre una Gran Bretaña independiente con vocación global y nuestros amigos y aliados de la Unión Europea”, dijo la primer ministro.
Como “prueba” de esta amistad, May señaló que el gobierno garantizará los subsidios agrícolas de la UE, incorporará la legislación europea a la del Reino Unido para que el parlamento británico decida luego qué leyes mantener y cuáles derogar, seguirá compartiendo información en temas de seguridad y respetará los derechos de los dos millones de europeos que viven en el país bajo la premisa de que sucederá lo mismo con el millón de británicos que reside en el continente.
El discurso dejó en claro que el Reino Unido buscaría un acuerdo provisorio con la UE que le permita extender la negociación más allá de los dos años que estipula el Tratado Europea a partir de la activación del artículo 50, puntapié inicial de la negociación. May buscó calmar otro frente de tormenta prometiendo que habría un voto en el parlamento sobre el acuerdo final. “Otra manera de dar la certeza que quiero que todos tengan sobre este proceso, es confirmar que el gobierno someterá el acuerdo a la votación de ambas cámaras”, dijo May.
A siete meses del referendo que sorprendió al mundo con la decisión de los británicos de abandonar el bloque europeo, el discurso de May aportó sustancia a las negociaciones que comenzarán este año. En la conferencia de prensa posterior, May no aclaró el alcance de la votación en el parlamento, aunque sugirió que se trataría más de aceptar o rechazar el acuerdo que de volver a los brazos de la Unión Europea. En términos de la Unión Aduanera May pareció buscar el “to have the cake and eat it”, expresión inglesa para el que quiere todo, “comer la torta y que siga intacta”. “Quiero que el Reino Unido pueda negociar sus propios acuerdos comerciales, pero también quiero un comercio libre de aranceles con el resto de Europa. No quiero estar limitada por el arancel común europeo para los acuerdos que haga con otros bloques. Pero quiero un acuerdo aduanero con la Unión Europea. Estoy abierta a distintas posibilidades al respecto”, dijo May.
La primer ministro no se privó de lanzar una advertencia a la UE: si hay una postura dura europea en la negociación del Brexit, el Reino Unido está dispuesto a convertirse en un paraíso fiscal. “El Reino Unido quiere seguir siendo un buen amigo y vecino de la Unión Europea. Pero hay algunas voces que quieren negociar un acuerdo que castigue al reino Unido y desaliente a otros países a tomar su camino. Prefiero no tener un acuerdo de Brexit a tener un mal acuerdo. Si eso sucediera, seguiríamos comerciando con la Unión Europea, tendríamos acuerdos de libre comercio con el resto del mundo y la libertad de tener una política impositiva competitiva para atraer inversiones y compañías extranjeras. Si somos excluidos del acceso al mercado común, seríamos libres de cambiar las bases del modelo económico británico”, señaló May.
En otras palabras el Reino Unido estaría dispuesto a comerciar con la UE en base a las reglas que rigen para todos los países miembro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) si le ofrecen un “bad Brexit”. Esto implicaría que en vez del actual arancel cero y plena libertad comercial con los otros 27 miembros de la UE, el Reino Unido y el bloque europeo se impondrían aranceles comerciales a las distintas áreas de intercambio, abriendo el camino a una potencial guerra comercial. En este caso, el Reino Unido se dedicaría a reducir al máximo el impuesto corporativo para absorber la inversión extranjera convirtiéndose en un paraíso fiscal al estilo de la República de Irlanda. Según el índice de opacidad financiera de Tax Justice Network (Red de Justicia Fiscal) el Reino Unido es el actor más importante del mundo de los paraísos fiscales, pero la propuesta de May significaría otra vuelta de tuerca que podría marcar el comienzo del fin del atribulado Estado de Bienestar británico. “Es imposible para un Paraíso Fiscal de estas características generar la recaudación que requiere un estado de bienestar moderno. El precio de la caída de la recaudación debido a esta búsqueda de una ventaja impositiva competitiva es el desmantelamiento del Estado de Bienestar. En concreto es una amenaza al acceso universal a la salud, la educación, la jubilación, el seguro social”, señaló a este diario Alex Cobham, director de Tax Justice Network.
El estado de Bienestar británico fue la creación intelectual de un Liberal, Lord William Beveridge, y la realización concreta del Partido Laborista en la posguerra. En los rangos conservadores siempre existió una nostalgia por el laissez faire de la pre-guerra en el que las prestaciones sociales dependían del sector privado y voluntario, es decir, las organizaciones de Caridad. Hong Kong, bajo gobierno británico hasta 1997, estaba más cerca de los sueños conservadores que el Reino Unido.
El Brexit puede convertirse en una vía regia para este desmantelamiento. Pero todavía falta para eso. Si uno suma los dos años de negociaciones a partir de la invocación del artículo 50, el acuerdo transicional posterior que quisiera Theresa May y la aprobación de ambas cámaras parlamentarias del acuerdo final, el proceso durará un mínimo de cinco años. Con Donald Trump, una economía global estancada y tanta incertidumbre, ¿quién puede decir donde estará en cinco años?