Hace más de 50 años, el golpe militar en Brasil inició una nueva ola de dictaduras latinoamericanas que se extendió hasta bien entrados los años 70. Teniendo en cuenta la influencia que siempre ejerce el más industrializado, poblado y extenso de los países de la región es inevitable temer que la actual elección brasileña –viciada insanablemente por la proscripción de Lula– acelere aún más la ofensiva contra la democracia y los derechos, impulsada hoy por Estados Unidos con un empeño que no siempre ha dedicado a estos países.
Quizás esta inquietante perspectiva sea la más razonable considerando la inusitada cantidad de votos que obtuvo el candidato que reivindica a la dictadura y que –lejos del Mauricio Macri que en el debate electoral prometió mantener el rumbo económico y social de los años kirchneristas– predica con orgullo la misoginia, el racismo y el odio a la democracia. Sin embargo, es posible también pensar de otro modo y, en realidad, estamos obligados a hacerlo.
En vez de ver lo ocurrido en Brasil como el comienzo de una etapa, podríamos también pensar que el reaccionarismo desembozado del capitán que elogia la tortura ha superado todos los límites y que la amenaza electoral provocará reacciones de rechazo más fuertes en la sociedad brasileña. No sólo entre los sectores populares, porque no son pocos los grandes empresarios que temen que Bolsonaro avance en una mayor desnacionalización de la estructura empresarial y hasta la rede Globo se inquieta por la desenfrenada competencia de los evangelistas.
La propuesta de Haddad que convoca a un frente en defensa de la democracia es indispensable para intentar la difícil reversión de los resultados en la segunda vuelta. Sin embargo, pensando plazos más largos, es evidente que para superar esta delirante manifestación de rechazo a la política se necesitará mucho más que juntar dirigentes partidarios. No sólo porque la mayoría de ellos están severamente cuestionados sino porque, en un marco generalizado de corrupción y escándalo, aparece hoy enlodado todo el sistema político.
Entre nosotros, la luz roja encendida en Brasil obliga aún más a promover la más amplia unidad contra la política del Fondo Monetario. La conformación de un polo opositor con la presencia de un más amplio contingente de sindicatos y de las organizaciones sociales pesará para integrar a la gran mayoría del peronismo en un Frente que se irá fortaleciendo en el rechazo al presupuesto del FMI. La convocatoria debe alcanzar también al movimiento de mujeres que revolucionó la sociedad argentina, a los radicales que sientan la vergüenza de la alianza con el macrismo y a la izquierda que, más allá de las diferencias, no debería subestimar la gravedad de la emergencia que estamos viviendo.
Descartando la absurda idea de formar un frente excluyendo a Cristina y al kirchnerismo, esta fuerza, principal contingente de la oposición, deberá desempeñar en este armado político y social un rol fundamental. Frenar al neoliberalismo es la consigna y, por sobre todas las cosas, ese objetivo debe orientar los pasos.