Un mes y medio después del inicio de la última corriente de salida de depósitos en dólares del sistema bancario sólo se recuperaron el 20 por ciento de las divisas extraídas. La mayoría de los ahorristas aún no se sienten seguros para volver a llevar los dólares a los bancos. Es una novedad en la dinámica de la crisis cambiaria que empezó a fines de abril. La percepción de riesgo ha aumentado y la promesa de un nuevo blindaje del FMI por ahora no alcanzó para despejar la incertidumbre. La anterior sangría de depósitos en moneda dura se había producido entre el 2 y el 29 de mayo, cuando las colocaciones del sector privado descendieron de 26.566 millones a 25.747 millones, una caída de 819 millones. Para el 29 de junio ya se había recompuesto toda la pérdida: los depósitos tocaron ese día 26.653 millones de dólares, 906 millones más desde el piso anterior. El segundo episodio de contracción de depósitos fue más intenso. Ocurrió entre el 27 de agosto y el 17 de septiembre, al pasar de un máximo de 28.580 millones de dólares a 26.951 millones, un declive de 1629 millones. De acuerdo al último dato entregado por el Banco Central, al 9 de octubre las colocaciones sumaban 27.220 millones, 269 millones más desde el piso (20 por ciento del total fugado) pero todavía 1360 millones abajo del punto de partida. Desde ese nuevo nivel, varios escalones más abajo que el anterior, las tensiones políticas al interior de la alianza gobernante, los riesgos crecientes de un nuevo shock externo y la agudización de la crisis de la economía real agregan preocupaciones a un panorama cada vez más complejo. El riesgo a la vista es que se produzca una nueva oleada de salida de divisas en caso de que alguno de esos disparadores se detone, en especial el de un reflujo de capitales de mercados emergentes hacia Estados Unidos por la suba de la tasa de interés.

El problema para el Gobierno es que corre contrarreloj. Todo su plan descansa en recuperar la confianza de los inversores locales y del exterior para que vuelvan a apostar a la bicicleta financiera (vendiendo sus dólares para ubicarse en instrumentos en pesos) y que el Estado pueda regresar a los mercados de deuda internacionales. Sin ese financiamiento, los dólares del FMI no alcanzan para cubrir el déficit de divisas que seguirá teniendo la Argentina a pesar del menor ritmo de importaciones, de la disminución de viajes al exterior e incluso de la merma en las compras de dólares para atesoramiento a partir de la devaluación. De acuerdo a la estimación del ex presidente del Banco Central, Alejando Vanoli, el agujero a cubrir alcanza a 8000 millones de dólares aun dando crédito a los cálculos optimistas del Gobierno de renovación total de vencimientos de Letes hasta fines de 2019. Si el plan de restablecimiento de la bicicleta financiera llegara a trastabillar por alguna razón las presiones devaluatorias se tornarían difíciles de controlar. Esta situación precaria es la que frena a los ahorristas para volver a entregar sus dólares al sistema financiero.

“Para que se verifique una nueva oleada de dólares financieros no alcanza con un buen rendimiento; también se requiere diluir las expectativas devaluatorias”, advierte en este sentido el último informe de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE). “El nuevo esquema de ‘zonas’ amplias de flotación e intervenciones reducidas cuando se superen las cotas no parece ser el más convincente para despejar la incertidumbre cambiaria”, agrega. “De hecho –completa–, confirmaría que la idea del FMI es que la insuficiencia estructural de dólares siga ajustando vía tasa de interés y tipo de cambio siempre al alza”. Si las tasas en Estados Unidos sostienen la suba de los últimos días, por ejemplo, la huida de capitales puede volver a activar el nervio de la corrida cambiaria y, en ese caso, la “solución” volverá a ser más tasa y más devaluación.

El Gobierno, de todos modos, jugó su suerte a ese esquema que impuso el Fondo Monetario ante la imposibilidad política de diseñar un plan más virtuoso. Su compromiso es con el capital financiero, con Estados Unidos, con las petroleras, con las distribuidoras de gas, como se vio la última semana con el episodio de las compensaciones en 24 cuotas. Cambiemos nunca opondrá resistencia a los sectores concentrados de la economía si no todo lo contrario, consciente de que esa elección va en contra de los intereses de las mayorías. Si ahora tiene que ubicar las tasas arriba del 70 por ciento para captar fondos especulativos está a la vista que no duda en hacerlo, aunque los costos en términos de actividad económica, empleo, salario y consumo, entre otros, sean devastadores. Lo primordial para el gobierno neoliberal de Macri es sostener la desregulación financiera y cambiaria que genera ganancias extraordinarias al mundo de las finanzas. Los modelos de valorización financiera siempre han tenido como víctimas al desarrollo nacional y a las mayorías populares, como se puede comprobar una vez más con la segunda experiencia del siglo XXI. La anterior, la de la primera Alianza, es sabido cómo terminó.

En la economía real, mientras tanto, las proyecciones de caída del Producto van en aumento. El entusiasmo que muestran los economistas de la city por la baja del dólar a sablazos de tasas de interés desconoce dos hechos alarmantes. El primero es que el Gobierno está recreando el funcionamiento de una economía cada vez más dependiente de los capitales especulativos y que eso, como sobran experiencias, es pan para hoy y crisis monumentales para mañana cuando los fondos golondrina se retiran. O bien porque hacen negocio con ese plan o por anteojeras ideológicas, los mismos que defendieron el modelo que tantas catástrofes sociales está produciendo ahora se excitan al ver que el Frankestein que ayudaron a construir todavía respira. El segundo problema grave es que la contracción económica para domar al dólar resulta cada vez mayor. “En solo tres meses se pasó de un escenario base estimado por el FMI que proyectaba tasas de crecimiento del 0,4 al 1,5 por ciento en 2018 y 2019, respectivamente, a las hipótesis de caída del 2,6 por ciento este año y 1,9 el próximo”, recuerda Mercedes Marcó del Pont en el informe de FIDE. “Las estimaciones, una vez más, lucen optimistas. En particular para 2019, dado que solo el efecto estadístico de arrastre de 2018 dejaría inercialmente una variación negativa en torno al 2,5 por ciento”, avisa. Para colmo, el ajuste fiscal al que se comprometió el Gobierno con la meta de déficit cero (primario, sin contabilizar el pago de intereses de la deuda) será más intenso por el mayor retroceso del PIB, lo que ubicará a la recaudación impositiva por debajo de la meta prevista.

La conformación de ese círculo vicioso de recesión y ajuste impide pensar en una recuperación de la economía a pesar de la ganancia de competitividad cambiaria por la devaluación. Los que decían que Néstor Kirchner disfrutó de condiciones excepcionales por haber heredado la salida del uno a uno ahora tienen la oportunidad de hacer crecer la economía con el 38 a 1. Sin embargo, en lugar de proyectar aumentos de jubilaciones y salarios, en vez de diseñar un programa de recuperación del mercado interno, solo reclaman más ajuste y recesión para que no se escape el dólar. Ese es el proyecto del oficialismo hasta el final de su mandato, si las cosas le salen bien.