El 22 de septiembre pasado el Vaticano y China firmaron un acuerdo de importancia política sustancial aun al margen de los aspectos religiosos. El denominado “protocolo provisional para el nombramiento de los obispos” supone un paso trascendente de acercamiento entre la Santa Sede y el gobierno chino y un avance en la normalización de las relaciones entre ambos estados, si bien el convenio no adelanta en el restablecimiento de los vínculos diplomáticos, interrumpidos desde 1951, dos años después del acceso de los comunistas al poder en el gran país asiático. Mientras tanto, por impulso de Francisco, el Vaticano sigue colaborando en la medida de sus posibilidades para el acercamiento entre Corea del Norte y Corea del Sur. Todo forma parte de la estrategia geopolítica impulsada por Jorge Bergoglio, destinada a incrementar la presencia de la Iglesia Católica en toda la región asiática y a situar al Vaticano en el centro de la escena de la política mundial.
Varios son los factores que pesan en esta decisión. Por una parte el reconocimiento de la Iglesia respecto del papel estratégico de China en el escenario mundial, a lo que se suma la decisión de Francisco para ampliar la presencia católica en todo el mundo. Se agrega el espíritu misionero de los jesuitas, la congregación de la que proviene Bergoglio, decididamente vinculado con Asia.
Siendo el más importante, el acuerdo firmado ahora con China se suma a otras iniciativas vaticanas en marcha en la región. La Santa Sede ha estado trabajando también para facilitar el acercamiento entre Corea del Sur y Corea del Norte. El gobierno del Norte, con sede en Pyonyang, ya dejó trascender que extenderá una invitación a Francisco para una visita. Lázaro You Heung-sik, obispo surcoreano de Daejeon, que participa en el Sínodo que actualmente se realiza en Roma, dijo sin embargo que para que ello se concrete antes los norcoreanos deberían permitir –entre otras cuestiones– que los sacerdotes católicos actúen en su territorio.
El 18 de este mes, el presidente surcoreano Moon Jae-in, será recibido por Francisco en audiencia privada, y el día anterior, el Papa participará de una misa “por la paz en la Península Coreana”, que se celebrará en la Basílica de San Pedro y que estará presidida por el Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin.
Según los datos disponibles, en China hay actualmente 12 millones de católicos chinos, una porción muy pequeña de la población total estimada en 1.500 millones de personas. Sin embargo, esta comunidad religiosa se ha mantenido dividida entre una iglesia denominada “patriótica”, dependiente del gobierno, y otra porción no reconocida oficialmente y que, desde la clandestinidad, ha respondido al Vaticano.
Desde que Francisco llegó al pontificado puso sus ojos en China y en Asia en general y dedicó muchos esfuerzos diplomáticos para avanzar en negociaciones diplomáticas con la finalidad de asegurar la presencia del catolicismo en esos países. El acuerdo rubricado entre el Subsecretario de Estado de la Santa Sede, Antoine Camilieri, y el Viceministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Chao, es un broche importante dentro de esa estrategia diplomática.
El convenio según informó el Vaticano, formalmente solo “concierne el nombramiento de obispos, un tema de gran importancia para la vida de la Iglesia” pero “crea las condiciones para una mayor colaboración a nivel bilateral”.
Como parte del mismo la Santa Sede reconoció ocho obispos de la “Iglesia patriótica”, nombrados por las autoridades del gobierno chino sin el consentimiento del Vaticano, incluyendo entre ellos al obispo Antonio Tu Shisu, fallecido en 2017, y que antes de su muerte había pedido el reconocimiento papal. En el mismo acto Francisco dejó sin efecto toda sanción canónica contra estos obispos a quienes pidió que “manifiesten, a través de gestos concretos y visibles, la restablecida unidad con la Sede Apostólica y con las iglesias dispersas por el mundo”. Una expresión elocuente de la nueva situación es que dos obispos chinos, Yan Xaoting y Guo Jincal, participan en estos días por primera vez en un Sínodo convocado por Roma, a donde fueron autorizados a viajar por el gobierno de Beijing. El obispo surcoreano Lázaro You Heung-sik, quien también participa del Sínodo, se alegró de su presencia y dijo que “ellos me trataron como si fuera un hermano mayor, nos intercambiamos nuestras direcciones y seguramente pronto iré donde ellos viven o ellos vendrán a mi casa”. Respecto del acuerdo del Vaticano con China el surcoreano dijo que “dará muchos frutos buenos para China y para el mundo”.
Las conversaciones entre China y el Vaticano se iniciaron realmente durante el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005) y fueron continuadas por Benedicto XVI (2005-2013), pero el impulso definitivo se lo dio Francisco desde que asumió la jefatura de la Iglesia. A comienzos de este año el Vaticano había dado fuertes indicios del avance de las negociaciones. Uno de los colaboradores directos del Papa, el obispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de Ciencias, sorprendió entonces con una declaración después de una visita a Beijing. “En este momento –dijo– los que mejor realizan la doctrina social de la Iglesia son los chinos” porque ellos, subrayó, “buscan el bien común, subordinan las cosas al bien general”. A Sánchez Orondo se le atribuye la llamada “diplomacia del arte” que promovió el acercamiento entre los museos vaticanos y los organismos culturales chinos.
Sin embargo Jorge Bergoglio, que viene enfrentando resistencias internas y externas a su pontificado, sabe también que recibirá nuevas críticas por el paso dado. En una carta enviada a los católicos chinos Francisco hizo frente a las críticas de quienes lo acusan de haber “vendido” la Iglesia Católica en China, “traicionando” a quienes han sido víctimas de la persecución del gobierno durante décadas. Uno de los que se expresó en tales términos, diciendo que a través de las negociaciones se “malbarató a la Iglesia” es el cardenal emérito de Hong Kong, Joseph Zen ze-Kiun, un opositor directo a los acuerdos. Por su parte el Papa admitió la “confusión” y la “perplejidad” de algunos, incluso “la sensación de que han sido abandonados” por el Vaticano, pero hizo un llamado para que “todos los cristianos, sin distinción, hagan ahora gestos de reconciliación y de comunión”.
En diálogo con los periodistas a su regreso de la reciente visita a Lituania, el Papa se hizo cargo personalmente de la responsabilidad del acuerdo firmado. “Fui yo el responsable de firmar”, dijo. “El acuerdo lo firmé yo, las cartas plenipotenciarias la firmé yo. Yo soy el responsable”, subrayó y destacó el trabajo de quienes “trabajaron durante diez años”, descartando toda “improvisación” y señalando que lo hecho representa “un verdadero camino”. Pero, admitió, “cuando se hace un acuerdo de paz o una negociación, las dos partes pierden algo. Es la regla”, dijo el Papa.