Semanas atrás, Noé Jitrik analizaba en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA, que preside desde 1990, la idea de organizar un concurso o premio en homenaje al crítico y ensayista Pedro Henríquez Ureña, puesto que la biblioteca de ese centro de investigaciones lleva el nombre del intelectual dominicano. Al regresar a su casa, el poeta, crítico y narrador argentino de 91 años se entera por mail que había sido postulado al V Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña (México). Días más tarde recibiría la grata noticia. El jurado le otorgaba por unanimidad el prestigioso galardón que distingue a escritores en lengua española que sobresalen en el género.
Según los catedráticos Jaime Labastida, Adolfo Castañón, Ascensión Hernández Triviño, Aurelio González y Jesús Silva-Herzog Márquez, el premio fue otorgado en reconocimiento a su “trayectoria de vida dedicada a la escritura, a la crítica y a la cultura hispanomericana” y por sus textos críticos sobre Sarmiento, Echeverría, Martí, Darío, Lugones, Quiroga, Arlt, Borges, y Rulfo, entre otros, que “se complementan con una búsqueda y definición de los mecanismos de la escritura y de la lectura en y desde Hispanoamérica”. En una mesa del café Thibon de la calle Montevideo, Jitrik se ríe de la anécdota.
–Azar o coincidencia, sin duda algo lo une a usted al dominicano…
–Claro. Su figura y su obra no me son para nada ajenas, por varias razones. Siempre me pareció que había algo inquietante en sus textos, una búsqueda, y la suya fue a través de la literatura y de la identidad latinoamericana. Otro elemento que me liga a él, por simpatía y por afinidad, es que fue un exiliado en la Argentina.
–¿Qué otros recuerdos despertó el anuncio del premio?
–Recordé, por ejemplo, que cierto aspecto de la tarea de Henríquez Ureña me inició en la literatura. Cuando yo era un adolescente en mi familia no había un solo libro, y un día uno de mis hermanos compró una oferta de la editorial Losada. Eran cien volúmenes de la llamada Biblioteca Contemporánea, básicamente de literatura española. Me los regaló con el mueblecito correspondiente, y ahí empecé a leer, esa biblioteca la había pensado Ureña. Es decir, este reconocimiento me trajo un fondo imaginario, una atmosfera especial, muy cálida para mí. Durante mi exilio en México me encontré con él en varias lecturas, por ejemplo, a través de las memorias de José Vasconcelos. No se olvide que Henríquez Ureña fue el maestro de un grupo de intelectuales de primer orden como el mismo Vasconcelos o Alfonso Reyes, y terminó en la Argentina, donde murió penosamente viajando en tren hacia La Plata cuando ejercía como profesor de escuela secundaria. Una figura muy entrañable. En realidad este premio es un merecido homenaje a su obra, porque él gravitó en el pensamiento mexicano de una manera muy fuerte. Incluso Reyes, cuando vino al país, lo reconoció como un maestro, y eso que Reyes era considerado por Borges el mejor prosista de América. ¿Qué puedo decirle? Estuve muy ligado a México, allí publiqué, di clases, pero al volver a la Argentina y al irme alejando, hacía tiempo que tenía la sensación que ése era un capítulo cerrado en mi vida. Y este premio me lo reabre. En verdad, le digo, tengo una doble impresión: por un lado la de seguir ligado a esa experiencia extraordinaria, y por otro, que es como una despedida.
Después de un breve silencio, Jitrik anuncia que acaba de salir el último tomo de la Historia Crítica de la Literatura Argentina (Una literatura de aflicción), trabajo que dirige desde 1999, y que el jurado del premio menciona como uno de las obras fundamentales del argentino. “Lo estaremos presentado a fin de este mes. Fue un proyecto que nos llevó 20 años, y este último tomo cierra el ciclo de los 12 volúmenes. Es una obra muy compleja, pero la hicimos. Tiene sus más y sus menos, yo ya no tengo objetividad, no puedo volver a leer todo el material desde mi perspectiva actual, pero ahí está, es un hecho, son otros los que tienen que examinarlo. Pensé que me iba a deprimir pero no, sigo trabajando, estoy con otra novela, escribiendo poesía, y claro, muy atento al instituto. Tengo el éxtasis del pensamiento ajeno. Hay mucho trabajo que no se ve y ocurre en la Argentina. Es extraordinario. Hay gente que piensa bien y mucho, y eso es una alegría.
Ante el ofrecimiento de un nuevo café, Jitrik advierte que ya no pude “intoxicarse más” porque “las noches son demasiado largas”. Y esa aclaración es la excusa para dejar caer sobre la mesa el asunto del insomnio (“la experiencia nocturna”, como la llama), uno de los modos de la lectura, tema que Jitrik reflexionó en diversos libros como La lectura como actividad; Cuando leer es hacer o “Lectura y cultura.
–Todavía recuerdo la noche que tuve la mala ocurrencia de leer antes de dormir El proceso de Kafka. Empecé a leerlo y supongo que me dormí en algún momento. Al despertar recordé que durante el sueño había estado repetidamente reescribiendo ese libro, y llegué a la conclusión de que hay textos que no dejan dormir porque ellos son los insomnes. Lo mismo me pasó con Arlt y luego con el Facundo. Hay una serie de textos que son insomnes quizá porque constituyen lo esencial de la cultura, van más allá de lo accesorio, de lo que puede interesar en un momento determinado, incluso más allá de las valoraciones nuestras. No es ninguna casualidad que mencione a estos tres nombres, no por su importancia, sino porque no duermen, están en una vigilia permanente. Luego imaginé con eso la conversación que pueden tener los libros, el diálogo secreto, mudo, interrumpido por la mano que los saca de la biblioteca, que los abre, que los restituye, porque la mano que los saca es como si fuese la voz de esos textos. Esa es, también, mi forma de lectura.
–¿Es el insomnio un momento de lectura distinto a otro?
–Lo es, porque el insomnio convoca a una lucidez extrema y la lectura no nos llega si no existe esa fuerza. Porque leer, es entrar en la materia de la escritura, ir debajo de ella, hurgar. Enfrentarse a un texto es como entrar en una mina para encontrar el metal, hay que explorar, descartar, porque hay escoria y en la lectura hay escoria también. La escoria de un texto es la pretensión, la retórica. Uno necesita atravesar todo eso para encontrar lo que busca, y necesita de esa fuerza, de esa lucidez extrema para encontrar ese metal. Ese metal no lo podemos definir, pero produce una inmensa felicidad. El insomnio es una instancia que contribuye a esa búsqueda del metal precioso, lo contrario sería la lectura condicionada, la lectura que posee una finalidad determinada,
–¿Qué cosas lo desvelan hoy?
–Ciertas ataques de angustia, el asalto de lo no cumplido, y últimamente, ciertas culpas en la esfera familiar, sentimientos de cobardía quizás, no haber enfrentado situaciones en las que correspondía hacerlo. Pero no me siento insatisfecho con el camino que seguí, ahí no me da culpa, siento que no hice las cosas del todo mal en el sentido ético, por ejemplo no creo que haya sido, en la trasmisión de conocimientos como profesor, un avaro, que haya retaceado conocimiento. De alguna manera se cumplió una consigna que tuve muy clara: siempre sentí, pensé, quise, que mis alumnos se convirtieran en mis amigos, que mis amigos sean aquellos que estuvieron conmigo, la gente a la que yo le di algo.
–¿Y la situación del país?
–Desde ya. En el grupo grande al que pertenecemos, hay un malestar, hay una incomodidad. Mi primera sensación es que el país no se merecía esto, no puedo entenderlo, no puedo entender que millones de personas no lo hayan sentido así, que incluso renegaran de la posibilidad de lo que este país debe ser, y que hayan contribuido a que no sea el país que deseamos. Eso me tiene mal, y estoy tratando de interpretarlo. Yo no puedo decir, como afirma la gente, que los errores que cometió Cristina nos llevaron a esto, decir eso es además de una tontería, una manera de justificar una especie de realismo crudo. No fueron los errores de Cristina los que nos llevaron a esta situación, ni siquiera sé cuáles fueron y tampoco me interesa hurgar en ellos, creo que esto que vivimos es la culminación de un proceso que viene de larga data y que habla de una separación muy grande entre dos órdenes, dos mundos que tienen discursos muy diferentes. Este lado, el nuestro, posee un discurso caracterizado quizá por la incertidumbre, la conjetura, por la posibilidad; el otro discurso va por la afirmación. Si bien ambos responden a una actitud defensiva, nuestro discurso defiende una posibilidad de vida, de contacto, de brillo en los ojos en relación con algo que va más allá de nuestros intereses inmediatos. El otro discurso es de intereses muy claros y que descansan en la acumulación y prosiguen en la acumulación. ¿Podemos calificar esa acumulación? Ahí entramos en un lenguaje crítico que está muy bien que se haga, pero a mí me fastidia. Me fastidia hacer el detalle: si son los bancos, si son las financieras… Es otra clase de gente. Lo único que sé es que no me entendería jamás con ese discurso, porque no hablamos el mismo lenguaje. Incluso puedo pensar que el nuestro es un lenguaje y el de ellos es un balbuceo, y ese balbuceo interpreta una inseguridad vital de muchísimas personas y eso es lo que les ha dado el respaldo, esa inseguridad que se dispersa en categorías afirmativas, de las cuales el ejemplo supremo es Carrió: ella es la flor de ese discurso afirmativo.
–En este contexto, ¿cuál es la situación de la literatura?
–La literatura ha cambiado en el contexto discusivo global. Hoy lo que predomina es el discurso económico limitado a una jerga en la que la noción del porcentaje ha tapado a la palabra. En ese contexto los otros discursos aparecen subordinados, y en ese juego de discursos la literatura está en el quinto, sexto, octavo lugar. Nada comparable con aquella idea extravagante de Vasconcelos cuando desde la Secretaría de Educación Pública lanzó una edición de clásicos griegos y latinos para uso popular. ¡Había que tener una fe tremenda en la literatura, había que creer en ella! Uno no puede juzgar la presencia o ausencia de talento, pero lo que sí puede considerar son las condiciones generales en que se mueven las cosas, y eso se ha modificado. No soy un nostálgico del pasado, pero en este momento las cosas que nos están atravesando no cobran un signo que sea realmente gratificante, es como que la ciencia ficción del desastre se aproxima, está viniendo, dando pasitos hacia nosotros….