PáginaI12 En Italia
Desde Roma
El papa Francisco canonizó ayer a dos nuevos santos que habían pasado a la historia por sus trayectorias como defensores de los pobres y de los principios innovadores del Concilio Vaticano II, el papa Pablo VI y el arzobispo de San Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado mientras celebraba misa en El Salvador en 1980.
En una ceremonia multitudinaria en la plaza de San Pedro a la que se dice que asistieron unas 70.000 personas, donde ondeaban banderas salvadoreñas y las fotos de los beatos decoraban el frente de la basílica, el papa Francisco canonizó también a otros cinco beatos, dos sacerdotes y un laico italianos, una monja alemana y otra española. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, que el sábado fue recibido oficialmente por Francisco en el Vaticano, estuvo presente junto al presidente de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, el de Panamá, Juan Carlos Varela Rodríguez, y la vicepresidenta de Honduras, Olga Alvarado, entre otros.
En la homilía de la misa celebrada por el Papa como parte de la canonización, Francisco hizo referencia a monseñor Romero como alguien “que dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cerca de los pobres y su gente”.
Unos 7.000 salvadoreños se habían preparado para venir a Roma y presenciar la canonización de quien ha sido bautizado como”San Romero de América”, según había anunciado el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar, que también estuvo presente en la ceremonia. Y se los veía caminar por la Via de la Conciliazione, la calle que conduce a San Pedro, sonrientes y esperanzados, algunos incluso acarreando valijas como recién llegados, enarbolando imágenes del arzobispo salvadoreño, banderas de El Salvador o mostrando orgullosos las remeras blancas con la cara de Romero que llevaban puestas.
Monseñor Romero nació en Ciudad Barrios en 1917 en el seno de una familia humilde. A los 12 años trabajaba como carpintero. Cuando fue ordenado sacerdote se dedicó a la vida pastoral, le gustaba el contacto con la gente. En 1977 fue nombrado arzobispo de San Salvador, en pleno período de represión y de enfrentamientos entre la derecha y sus grupos paramilitares, y la izquierda, lo que le permitió apreciar directamente todo lo que estaba sucediendo en el país. Pero eso no le impidió seguir defendiendo a los pobres y a los necesitados. El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba misa en la capilla del hospital de la Divina Providencia de El Salvador, fue asesinado a balazos por un personaje pagado y controlado por el represor y mayor del ejército salvadoreño Roberto D’Aubuisson, según pudo comprobar años después la Comisión de la Verdad creada por Naciones Unidas después de los Acuerdos de Paz de Chapultepec. Los Acuerdos concluyeron en 1992 con la guerra civil de El Salvador. Una guerra que costó la vida a al menos 75.000 personas y produjo varios miles de desaparecidos.
El 25 de mayo de 2015, Romero fue consagrado beato en El Salvador por ser considerado un mártir, es decir, porque fue asesinado por odio a la fe. Según las leyes vaticanas, para ser beato y para ser santo se requiere la comprobación de sendos milagros, a excepción de quien es considerado un mártir de la fe. El decreto de beatificación fue firmado por el papa Francisco en marzo de ese año, después de años de retrasos y obstaculización por parte de miembros de la Iglesia. Entre éstos, dos influyentes y ultraconservadores cardenales colombianos, hoy fallecidos, que consideraban a monseñor Romero un “marxista”, un “títere manipulado por curas de la Teología de la Liberación”.
El proceso de canonización, en efecto, había sido abierto en 1997 pero fue obstaculizado de mil formas hasta que llegó el papa Francisco. El postulador que llevó adelante la causa de canonización de monseñor Romero, el arzobispo italiano Vincenzo Paglia, reconoció las numerosas trabas que sufrió el proceso. “De no haber sido por el papa Francisco, Romero no habría sido beatificado”, declaró. Según otras versiones, los cardenales colombianos temían que la canonización de Romero se transformara en la “canonización de la Teología de la Liberación”, el movimiento progresista de la iglesia latinoamericana que impulsaba la “opción por los pobres”. Nacida y crecida en los años 1960-1970 gracias a teólogos como el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff, la Teología de la Liberación se difundió rápidamente en América Latina porque captó las necesidades de las poblaciones más desprotegidas.
Boff fue condenado en 1985 por la Congregación para la Doctrina de la Fe, guiada entonces por Joseph Ratzinger –luego Benedicto XVI–, a un año de silencio por sus conceptos teológicos demasiado progresistas, críticos del Vaticano y de las jerarquías de la Iglesia en general. Luego se le prohibió enseñar como teólogo. Boff entonces dejó los hábitos de franciscano, alejándose completamente de la Iglesia.
En cuanto a la canonización de Romero, sólo sería posible si se demostraba que había realizado un milagro. Y así fue. Según el Vaticano se trató del caso de Cecilia Flores, una mujer salvadoreña embarazada que sobrevivió por razones científicamente inexplicables a una enfermedad, el síndrome de Hellp, que la tuvo a un paso de la muerte.
Pablo VI, cuyo nombre era Juan Bautista Montini, nació en Brescia (norte de Italia) en 1897. Fue ordenado sacerdote en 1920. Durante la Segunda Guerra Mundial se ocupó de la búsqueda de desaparecidos y la asistencia a los perseguidos, especialmente judíos. Ocupó varios cargos en el Vaticano y en 1958 fue ordenado cardenal por Juan XXIII. El 21 de junio de 1963 fue elegido pontífice. La dura tarea de su pontificado fue implementar las reformas dispuestas por el Concilio vaticano II, algo nada fácil en el mundo conservador que había crecido en el Vaticano.
Una de sus encíclicas sobre todo, fue la más apreciada en América Latina: Populorum Progressio, en la que habló, entre otras cosas, de la cooperación entre los pueblos denunciando el desequilibrio entre países ricos y pobres, criticando el neocolonialismo y afirmando el derecho de todos los pueblos al bienestar. Pablo VI murió en 1978.