Sin dar por el partido más de lo que el partido da (se trata de un simple amistoso), el nuevo seleccionado argentino que conduce Lionel Scaloni jugará mañana en Arabia Saudita ante Brasil su parada más brava. Como siempre, el resultado terminará condicionando todas las conclusiones. Si mañana la Argentina gana, habrá muchos dirigentes y no pocos periodistas que tomarán la victoria eventual como una señal de que Scaloni (y sus estrechos colaboradores Pablo Aimar y Walter Samuel) deberán continuar al frente, por lo menos hasta la Copa América del año próximo en Brasil.
Si por el contrario, la Argentina pierde (y mucho más si pierde por diferencia amplia o jugando muy mal), los mismos dirigentes y los mismos periodistas considerarán la derrota como el indicio más firme de que hay que salir cuanto antes a buscar un técnico definitivo, que asuma un proyecto de selecciones nacionales sólo existente de la boca para afuera de los hombres que conducen la AFA.
Preocupa el partido. Argentina lo encarará con un equipo experimental, expresión del rotundo fracaso sufrido en el Mundial de Rusia. En cambio, Brasil pondrá todo lo mejor que tiene. Mientras Lionel Messi, Sergio Agüero y Angel Di María verán el juego por televisión desde la comodidad de sus hogares en Barcelona, Manchester o París, los cracks brasileños como Neymar, Coutinho, Arthur, Gabriel Jesús, Firmino o Marcelo estarán mañana dentro de la cancha, soportando el elevado calor de la ciudad de Jeda, sede del encuentro.
Mientras Scaloni seguirá haciendo pruebas buscando un rumbo, una identidad, una idea de juego, Tité recorrerá una partitura ya conocida. También hará cambios el entrenador brasileño. De hecho, en esta convocatoria fueron citados diez jugadores que no estuvieron en el Mundial de Rusia. Pero el concepto está claro. Y también, la idea de afrontar el partido con la mayor seriedad posible. Se juegue donde se juegue, Argentina es el archirrival histórico de Brasil, aquel al que es preciso ganarle donde quiera que sea y bajo cualquier circunstancia.
Aunque diga en público que su tarea tiene un límite que no va más allá del último día de 2018, por lo bajo Scaloni ambiciona llegar por lo menos, a la Copa América de Brasil. Si mañana su Selección triunfa, su espalda será más ancha para sustentar ese sueño. Si, por el contrario, perdiera feo en los números y en la cancha, a lo sumo le quedarán los dos amistosos de noviembre ante México en la Bombonera y en San Juan antes de entregar el mando a un sucesor que todavía no tiene nombre y apellido.
Para decirlo con mayor claridad: Scaloni se juega su cargo mañana. Sabe que los dirigentes perezosos y oportunistas lo juzgarán con el resultado puesto. Y asumirá el riesgo con un equipo joven e inexperto. Si gana, ganará mucho. Si pierde, perderá casi todo. Después de dos amistosos inútiles ante Guatemala e Irak y un empate de ocasión ante Colombia, Brasil dará la pauta de donde está parada la Selección Argentina, 90 días después de aquel mazazo demoledor en Rusia.