Es posible imaginar la siguiente ficción sobre la obra de Rogelio Polesello (1939-2014): que las tintas que pintó a fines de los años cincuenta podría haberlas pintado en los dos mil y que sus pinturas, objetos y esculturas realizados cuando ya era un consagrado, en los años noventa, podrían haber sido hechos por el jovencito de diecinueve o veinte años que pintó aquellas obras tempranas, a poco de haber terminado sus estudios. En Polesello toda obra resulta actual, incluso futura, más allá de su realización temprana o reciente, como si desde el comienzo hubiera concebido una mirada programática.
Cada pieza del artista es una construcción visual llena de efectos formales, hallazgos técnicos, atributos de superficie y gran poder de seducción. Su obra, de realización y terminación siempre rigurosa, fue elaborada en series, citas y autocitas. Desde sus comienzos, el artista fue plenamente consciente de lo que significaba una estrategia pictórica, una carrera de artista visual.
La galería Del Infinito presenta una brevísima aunque contundente antología de obras de Polesello que abarca un arco temporal de cuarenta y dos años, y que sin embargo revela una notable sincronía.
La breve antología, distribuida en dos salas, se compone de unas quince piezas, complementadas con bocetos y documentos.
Podría tomarse literalmente el nombre de la galería para sostener la proyección de infinitud de la obra de Polesello, siempre actual, siempre futura.
La exhibición lleva el título Vortex y al entrar a la primera gran sala, lo que sorprende es el montaje de Julián Mizrahi. El espacio ortogonal de la galería, gracias al modo en que están colgados los cuadros (a distintas alturas, en diagonal a los ángulos, sujetos al techo pero no contra las paredes) y montadas las esculturas de acrílico (alrededor de la gran columna central, por ejemplo), fue transformado en un espacio de rotación, fluido, dotado de tal circulación, que genera la ilusión de circularidad. Los núcleos visuales, las zonas de tensión, las fugas visuales producidas por la ubicación diagonal de las piezas, las deformaciones que aportan los grandes acrílicos del artista –cuando se mira la sala y las demás obras a través de ellos–, construyen el concepto de vórtice, una circulación visual en torno de ciertos ejes. Se trata de otorgar un sentido de movimiento que interpreta el dinamismo dado por la obra de Polesello.
El conjunto de los trabajos reunidos deja ver la condición programática del artista frente a su obra. Cada pieza contiene, implica y anticipa la siguiente.
En la sala grande, las placas escultóricas de acrílico exhibidas van desde fines de los años sesenta, hasta mediados de los setenta. Las pinturas de mediano o gran formato van desde mediados de los noventa hasta comienzos de los dos mil. Y a pesar de que están separadas por décadas, se advierte una supresión del paso del tiempo: de allí la intemporalidad/ infinitud que supone. En varias de sus telas se abren ventanas dentro de las cuales se repite, a escala menor, el diseño del mismo cuadro en que están inscriptas o de otro cuadro de la serie. Esas ventanas, en la heráldica, se denominan técnicamente “contraabismos” y consisten en inclusiones que remiten a la noción de infinito y a una plano conceptual de la composición.
Los esculturas de acrílico, como enormes lentes múltiples y distorsionantes, recomponen en otra dimensión las formas y patrones de la muestra. De manera que la mirada retrospectiva sobre su propia obra no sólo funciona como propuesta conceptual –en la que pasado y presente adquieren mutuos sentid– sino que la condición retrospectiva se vuelve también literal: a través de los acrílicos de los años sesenta y setenta es posible ver –distorsionada– la obra de los años noventa y dos mil. Una obra se ve, literalmente, a través de la otra. Esta cualidad óptica y conceptual resulta clave para entender en parte el mecanismo que rige el programa artístico de Polesello.
Sus obras impactan por su rigurosa perfección, asociada no sólo a la geometría, sino al diseño y hasta a la publicidad, en el sentido de lo notablemente persuasiva que resulta.
La matriz de su trabajo está condensada en gran parte en el comienzo, cuando se inició en el Op-Art, en 1958, a los 19 años, recién egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, y luego de su deslumbramiento por la exposición de Vasarely que se había presentado en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) ese mismo año.
A partir de sus placas/ lentes de acrílico que comenzó a hacer en la década del sesenta, Polesello trabajó la idea de que los espectadores vieran el mundo a través de su obra. Entonces, como ahora, se invitaba al visitante a poner el ojo entre las concavidades de cada acrílico. Polesello tenía claro que uno de los efectos del arte es lograr que los demás vean el mundo a través de la mirada del artista.
La geometrización de la imagen hace evidente el principio constructivo de sus patrones visuales. Queda claro el factor de progresión y secuencialidad de sus formas, estructuras y diseños. La raíz de ese mundo artificioso, decorativo y sofisticado, que huye del vacío, lleno de falsos espacios y falsos volúmenes, ya estaba en los ojos de la infancia del artista, perplejo por la realidad como maquinaria y precozmente intuitivo respecto de la certeza de que esa realidad está construida y es modificable. Con destreza y virtuosismo fabricó una obra sin fisuras, autosuficiente y rigurosa en que cada cuadro es al mismo tiempo único, pero también parte de una serie interminable que comenzó en los años cincuenta y sigue hasta hoy, fuera del tiempo, con exposiciones que rescatan y mantienen vigente su trabajo.
Como escribe Elena Oliveras en el texto de presentación de la muestra, en relación con la serie de pinturas en blanco y negro exhibidas, “Polesello acepta el riesgo de la ‘imperfección’; de allí que algunas de sus pinturas muestren, junto a la estructura perfecta de líneas rectas y curvas -resaltada en el minimalismo cromático de sus obras en blanco y negro-la impronta de una entonación subjetiva. Es lo que encontramos en el ‘barrido’ de algunos fondos en los que ha quedado la marca del gesto irrepetible. Doble juego del orden y lo aleatorio que revelan la complejidad de un pensamiento”.
Los acrílicos tallados que se exhiben en ambas salas, así como los bocetos mostrados en la segunda sala revelan que el artista tuvo en mente los procesos de producción industrial, la idea de ir “perfeccionando” los modelos visuales de sus trabajos a lo largo del tiempo.
Esta breve antología permite pensar retrospectivamente la obra de Polesello, porque funciona como una propuesta conceptual en la que pasado y presente aportan mutuos sentido complementarios, dado que es posible concatenar la producción de los años cincuenta y sesenta, con la de los noventa y dos mil.
* En la galería Del Infinito, Avenida Quintana 325, planta baja, hasta fin de noviembre.