Famosas y famosos concurren a un programa de televisión (Pasado de copas, la nueva adquisición de Telefé, una franquicia de la muy exitosa Drunk History) en el que la idea es que los invitados se emborrachen en cámara para contar una versión libre de alguna anécdota de la historia argentina. Por ejemplo, recuerdan cómo eligieron sus colores los hinchas de Boca y River, el conflicto de medianeras que Juan Domingo Perón tuvo con Ava Gardner por unos caniches o la pelea del siglo entre Firpo y Dempsey, que condujo a la legalización del box en este país. Los planos del invitado empinando el codo se alternan con otros en los que actores como Federico D’Elía y Fabián Mazzei recrean la escena. Se escucha la voz del borracho y se ve a los actores representando lo que narra. El efecto cómico surge de la superposición del hipo de una Lizy Tagliani o un Federico Bal sobre la imagen de una Celeste Cid o un Manuel Vicente. Sin duda, el papelón tiene un efecto igualitario, una ilusión de proximidad con los famosos. ¿Pero vale mostrarlo a cualquier precio? La semana pasada la Sociedad Argentina de Medicina, la Asociación de Psiquiatras Argentinos, la Sociedad Argentina de Salud Integral del Adolescente, entre otras, además de investigadores del Conicet y ONGs, publicaron un comunicado en el que expresaban su “profunda preocupación” por la emisión de este programa, que a su entender “promueve y naturaliza el consumo de alcohol”, que es el “principal factor de riesgo de muerte para las personas de 15 a 49 años”. La producción de Pasado de copas se resguarda con el anuncio de que los narradores bebieron rodeados de técnicos, productores, guionistas y un médico. Y hay una señal de alerta: “La televisión es ficción, no intenten esto en su casa”.
Cuando a Marina Risso, toxicóloga del Hospital Fernández, se le pregunta qué opina de Pasado de copas, responde con datos: “En 2017 salimos primeros en consumo de alcohol en América Latina. Entre 2010 y 2017 se duplicó en adolescentes en paralelo al incremento de la publicidad”. Argentina tiene una ley de alcohol de 1997 que impide la publicidad dirigida a menores. La ciudad de Buenos Aires tiene otra ley que limita la publicidad de alcohol y prohíbe la cartelería. Se podría pensar que en Pasado de copas no hay publicidad porque no se mencionan marcas, “pero hay publicidad encubierta. Lo que se alienta es el consumo en sí”, advierte Risso. Además, la ley de Lucha contra el Alcoholismo prohíbe los “torneos, concursos, y demás eventos que requieran la ingesta de bebidas alcohólicas” con modalidades que no sean la cata y el testeo. También está probado, asegura Risso, “que casi todos los chicos miran tele independientemente del horario de protección al menor (lo dice la Defensoría del Público). Además, el programa está en Internet. Pero ocurre que la industria del alcohol tiene un lobby tan inmenso como la del tabaco”.
En el debut de la versión local de Gran Hermano, uno de los participantes, Pablo, el carilindo, se emborrachó. Terminó lanzando sobre su cama y después fue arrastrado desde las axilas por sus recién estrenados compinches. Todo un país lo vio abrazando el inodoro en una de las escenas que persiste en la memoria de las generaciones que crecieron mirando la expansión del género reality. En 2007 la novedad de Gran Hermano era poder ver las miserias, ya no de desconocidos, sino de estrellas: las antológicas borracheras de Juan José Camero o la pasión por el exhibicionismo –no siempre justificada por el vino– de Carlitos Nair Menem, el hijo que hasta entonces no había sido reconocido por Carlos Saúl. Un caso aparte, con plus de sadismo, fue el de Nino Dolce. Los programas de chimentos lo carronearon por las que supuestamente eran crisis de abstinencia. Hacían chistes sobre sus ojeras y sus “bolsas”. La fascinación por los mareados, en especial si son famosos, como anzuelo para el rating no es original. Pero sí lo es la borrachera, por más que esté guionada, como razón de ser de un programa, como es el caso de Pasado de copas.
La panelista Connie Ansaldi, después de unos vasos de whisky y de contar la Batalla de Caseros, terminó con oxígeno. No es la primera vez que se pone en riesgo la salud de un participante en la TV argentina reciente. Hay ejemplos que van desde A todo color (de 1980, con Fernando Bravo) hasta los accidentes de Expedición Robinson, pasando por el espectáculo de humillación que monta Cuestión de peso. Carlos Ulanovsky, periodista e historiador de los medios, recuerda a Expedición Robinson, como la “versión argenta, un horrible extreme makeover, del reality estadounidense, que no por nada se llamaba Survivor. Una de las prendas era caminar sobre una soga dispuesta sobre una jaula con cuatro tigres acechantes”.
La diferencia con, por ejemplo, las borracheras de Gran Hermano, es que en Pasado de copas la curda no es consecuencia de la fiesta, ni daño colateral ni fruto de una decisión, sino un fin en sí mismo. El otro objetivo es que la audiencia, mientras se ríe de los furcios e incoherencias del borracho, de paso, aprenda Historia. Los debates que el programa de Telefé generó en las redes (“¿Está mal reírse de un borracho?”) toman otro color si se los mira desde el punto de vista de la salud pública. Para Pablo Dragotto, Director Nacional de Prevención en Materia de Drogas de Sedronar, en Pasado de copas “se banaliza el consumo”. Pero más allá de eso “se podría aprovechar el espacio para informar sobre lo que esta sustancia genera. En un contexto en el que el consumo de alcohol en adolescentes aumentó un 50 por ciento, seguir promoviendo desde los medios sin ninguna vuelta de tuerca ciertas representaciones de ese tipo de consumo empeora un cuadro que de por sí es complicado”.