Una pena que ganara Brasil, doble pena porque ganó sobre la hora, cuando ya nos disponíamos a ver la definición desde el punto del penal que le hubiera puesto un poco de color al mediocre clásico sudamericano, y triple pena porque no hubo tiempo para ver si tenía un poco de reacción el equipo argentino con el marcador quebrado.
El conjunto nacional, consciente de la realidad que lo ponía varios escalones por debajo de su rival en jerarquía individual y juego de conjunto, planteó el partido con la idea del 0 a 0 y estuvo ahí nomás de conseguir el objetivo. El entrenador sabía que un empate contra los rutilantes amarillos le abría nuevos caminos a la fantasía de quedarse con el cargo al menos hasta la Copa América, porque en este ambiente resultadista ya se sabe cómo pesan los marcadores finales. Retrocede varios casilleros Scaloni, pero lo más lógico será que no tome la derrota como un punto de referencia para colgarlo de una plaza pública. No era un genial estrategia tapado si se empataba y no es un desastre ahora con la derrota
Brasil ganó en el último minuto, pero dejó clara su superioridad en el transcurso de casi todo el encuentro. Jugó a media máquina por tres razones: 1) el calor agobiante, 2) la necesidad de cuidar las piernas, 3) la certeza de que no tienen nada que demostrarle al técnico, porque la mayoría son firmes titulares.
No fue apabullante la superioridad de los amarillos, no pelotearon a Romero, no enloquecieron a los defensores, pero trataron mejor la pelota, la mantuvieron por lo general muy lejos de su propio arquero y casi no corrieron riesgos.
Los primeros 10 minutos del segundo tiempo fueron un espejismo. En ese ratito los argentinos elaboraron un par de interesantes jugadas, presionaron en tres cuartos de cancha y hasta se acercaron un poco a Alisson. Pero también en ese breve lapso, los rivales armaron un par de contras y eso terminó operando como alarma para que volvieran las precauciones, el bloque sólido, la idea de aguantar el resultado antes que jugar el partido. Los antecedentes de los rivales terminaron imponiendo la necesidad de meterse otra vez en la trinchera.
En el análisis individual se puede rescatar a Saravia (ganó más de lo que perdió en los mano a mano con Neymar), a Otamendi que tuvo un muy buen rendimiento, aunque le cabe algo de culpa en el gol de Brasil, y queda el reproche para Romero, que salió a destiempo en el cabezazo del final.
No fue papelón, no fue derrota humillante como aquella que se sufrió ante España en la previa del Mundial, ni tampoco una demostración de que estamos en un mismo plano que Brasil.