Este otoño, cuando se llevó a cabo el estreno mundial de Nace una estrella en Cannes, Lady Gaga nos dejó claro una cosa (a todas las que no pudimos llegar a la sala): que nos agarremos para el vestido que se va a poner la noche del Oscar, porque si empezamos con este Valentino rosa de plumas, es posible que terminemos con algo que nos haga estallar la cabeza. Así funciona la maquinaria de Hollywood: película, vestidos, fiestas, premios, estupideces, drogas, y unas narrativas populares completamente estereotipadas. Siempre fue así desde sus inicios. Paul Virilio se preguntaba si era casualidad o mera contemporaneidad que la maquinaria abrumadora y siempre concentrada en la repetición redundante de Hollywood naciera y floreciera exactamente al mismo tiempo y con el mismo ritmo que la maquinaria repetitiva Nazi, al otro extremo del capitalismo.
Como sea Nace una estrella es, desde los comienzos del cine sonoro, la narrativa que mejor expresa la reflexión sobre la industria. Se resume en estos términos humanistas que todos conocemos y que a nadie le importan: la industria está en contra del individuo y su maquinaria es siempre una maquinaria destructiva. Poéticamente en la película (que va por su 4ta versión, 1937, 1954, 1976, 2018) diríamos que cuando nace una estrella, una estrella se apaga y que cuando nosotros vemos morir una estrella esa estrella ya murió hace mucho tiempo, porque la velocidad de la luz, bla bla bla... y cualquier metáfora astronómica o astrológica que le quieras meter va a quedar bien.
Es decir, Hollywood jamás pudo y jamás podrá representar la tragedia. Inmediatamente la vuelve melodrama y la muerte nunca importa; lo que importan son los deudos y la escena del duelo, el llanto y todo eso. Por eso aunque en la versión original de la preguerra estaba claro que hablábamos de la chica de campo (¡de South Dakota, la hicieron, pobre amor!) que se enfrenta a la maquina industrial lo hace de manera trágica, y aunque en la versión del 54 (con Judy Garland) se jugara un poco a representar en un espejo a la estrella naciente con la actriz (para ese momento ya pasada por la rehab y ya caída en desgracia por “la maquinaria”) y aunque en la versión del 76 Barbra Streisand fuera una líder feminista, todas las versiones son un telenovelón para llorar, (Acá viene un recontra spoiler, pero no importa porque viene spoileado desde hace un siglo) no porque el muchacho sea suicida, sino porque sufrimos al saber que nuestra estrella canta con verdad, con sentimiento, y con tristeza sacada de sí misma. Y si la historia, con todo su melodrama despojado de mexicanidad (es decir, sin parodia), es un ícono gay, es porque una estrella que nace, somos todxs nosotrxs a la mañana, porque, finalmente, no hay nada como una loca para saber que, no importa dónde estés, una loca se hace de abajo todos los días de la semana.
Esta versión, tiene como rasgo “modernizador”, (porque en cada versión lo que se debate es de qué manera ahora te consagra y te aplasta Hollywood) la lucha irreconciliable entre una música “comprometida” (el rock) y la entrega total al sistema (el pop). Pero también se cambió la guerra entre los sexos (el hombre que no soporta que la mujer triunfe), por unos personajes que luchan contra sus fantasmas familiares, padre abusador, y madre muerta, etc... Bueno, chicas, ¿qué quieren? La versión del 76 fue escrita por una súper heavy, Joan Didion. En esta tenemos a los estudios de Hollywood buscando entender los nuevos mercados, los nuevos lanzamientos (que crearon una expectativa por la película un poco exagerada y, por lo tanto, un poco desilusionante, porque es difícil estar a la altura de semejante marketing).
En cuanto a la estrella, la verdad sea dicha, es una película más sobre el personaje de Bradley (el verdadero conflictuado) que sobre Gaga (cuyo personaje es la de una chica víctima del ascenso sin fisuras). Las otras estrellas son las co estrellas, obviamente. Le damos un Oscar al que hace del hermano de Bradley que es el típico actor que no sabés quién es pero lo conocés como si fuera tu marido y que cuando le dan el Oscar y lo ves subir al escenario (y vos seguís sin acordarte el nombre) decís: “Sí, lo tiene remerecido…. era hora de que se lo dieran…”. Andá y googlealo, yo no tengo tiempo, porque tengo que entregar esta nota.
También aparece Shangela Laquifa Wadley, la travucarda de Ru Paul Drag Race 2, 3, 4, y cien mil que todos amamos y adoramos en la temporada y que necesitamos que venga a todas la temporadas, a perder, como siempre, y a iluminarlo todo… Pero sus escenas, que son geniales, claro, no sé si le dan para un Oscar, pero por ahí, la invitamos a la fiesta para ver por lo menos un vestidito lindo que supere el nivel madrina de Windsor que se ponen las actrices de Hollywood para hacerse las finas.
¿Qué más? Ah, sí. Están las canciones. Está obviamente la del final donde ella nos explica que necesita su super hit a la altura de Celine en Titanic y de Whitney en El guardaespaldas, y que logra imitar unos timbres de ambas que lo vuelven todo tan nítido (gracias a nuestro Dios del autotune) que casi dirías que no sirve para nada, y que no te vas a enamorar con esta canción como lo hiciste con las otras… Y está la “importante” que tiene ese verso tan para reflexionar sobre las relaciones humanas: “Ya estamos lejos de la zona donde hacemos pie…” y también está una reflexión de ese actor que hace del hermano de Bradley que te lo explica todo: “Jack (el protagonista) dijo una vez que la música es esencialmente doce notas entre una octava. Doce notas y la octava se repite. Es la misma historia una y otra vez, para siempre…”
Para ser una película que ya se hace sola como automática, es una especulación bastante profunda. Eso sí, cuando la escuchás en el cine, te sentís una tarada.