Frente a situaciones de opresión y exclusión, el arte, muchas veces, es una respuesta, siendo el slam uno de los espacios donde muchos/as jóvenes que quedan apartados/as de los sistemas de comunicación masivos, toman la palabra. Pedro Echegoyen, quien junto a Paula Impala lleva a cabo torneos de poesía performática en Quilmes, manifiesta que “vivimos en un país en el que hay muchas voces calladas a la fuerza y organizar tales encuentros es una de las formas en las que esas voces se fortalecen y se hacen escuchar”.
De lo que se trata es de un evento en el que cada participante tiene como máximo 3 minutos 20 segundos para leer un texto de su autoría en un escenario. Los/as evaluadores/as de las interpretaciones son los/as espectadores/as. Pedro cuenta que, en Argentina, actualmente se realizan aproximadamente 15 manifestaciones artísticas mensuales de este tipo en diferentes provincias. “En todos lados surgen historias. Sólo hay que estar atento y saber encontrar la forma de decir eso que pasa. Redactamos, entre otras cuestiones, sobre la política, el amor, la muerte, la comida, las redes sociales”, asegura.
La escritura poética existe desde hace muchos años. Sin embargo, el slam aparece para empezar a comprender al arte como modo de comunicación e intervención en la realidad concreta. María Cristina Mata, en su artículo titulado Comunicación Popular: continuidades, transformaciones y desafíos, expresa que no es posible pensar la realidad y nombrarla con autonomía cuando a uno/a se lo/a despoja de la palabra propia o cuando alguien es acallado/a en la esfera pública.
Mientras que Paula expresa que recitar sus fragmentos implica un compromiso social y “lo personal es político”, Pedro afirma que su escritura es indisociable de temas políticos y coyunturales: “Lloré con la desaparición de Santiago Maldonado, sentí alegría al ver a esa inmensa ola verde exigiendo la legalización del aborto y, por supuesto, siento enojo por la desfinanciación de la educación pública por parte de este gobierno. Todas estas emociones terminan en mis textos”.
En tiempos en que el acceso y la participación en medios comunicacionales son acotados, las competencias de poesía dan pie a la interacción. Según Pedro, “si prendés la televisión, podés estar horas escuchando a famosos/as y políticos/as hablando en nombre de `la gente´, diciendo `la gente siente tal cosa´ o `la gente quiere tal cosa´. El slam es el lugar en donde esas personas son capaces de decir cómo se sienten y qué es lo que quieren sin intermediarios. No es casual que varios de los temas que se presentan no tengan nada que ver con lo que uno escucha en la prensa”.
La comunicación no es un mero intercambio de información ni se da fuera de un contexto, sino en un marco determinado de la estructura social. En un momento en el que las juventudes en Argentina se encuentran movilizándose en relación con la defensa de derechos básicos, los certámenes mencionados son un sitio más de manifestación para las mismas.
“La buena recepción en los/as jóvenes tiene que ver con que el slam apunta –sin limitarse– a lo que es la poesía popular, mundana y millenial. Hay un proceso de deconstrucción no destructivo”, cuenta Paula, a lo que Pedro agrega que estos acontecimientos dejaron de ser ambientes elitistas, serios, solemnes y aburridos. Él coincide con que las nuevas generaciones van abriendo paso en este tipo de desafíos literarios e involucra una variable más de lectura vinculada a los consumos audiovisuales: “Se van rompiendo estereotipos y amoldándose a los requerimientos de quienes suelen estar más acostumbrados/as a las imágenes que a las palabras”.
Los concursos son una especie de ritual. Como expone Pedro, “cada vez veo más pibes/as compitiendo o asistiendo. Hay quienes tienen intérpretes orales preferidos/as y los/as van a ver especialmente. No únicamente se los/as reconoce con chasquidos, también aplausos, ovaciones de pie y hasta canciones como las de la cancha. No hay nada que envidiarles a los boliches”.
Alexander Blok, poeta ruso, expresaba que “el poeta crea la armonía partiendo del caos”. En relación con ello, mientras que Paula considera entender al arte como verbo y no como sustantivo, Pedro piensa que “no hace falta ser Sherlock Holmes para notar la gran cantidad de catástrofes que produjo y, aún, hace la humanidad”, pero que actividades como las que él y su compañera llevan adelante recorren el camino opuesto: tienen comienzo en las ruinas y terminan en algo hermoso.
* Licenciada en Comunicación UNQ