El joven exiliado español de 21 años, que sobrevivió al campo de concentración Buchenwald, está atrapado entre dos deseos acuciantes pero contradictorios: el deseo de vivir y olvidar y el deseo de escribir, de revivir una y otra vez en la memoria la experiencia de la muerte. Después de una noche en vela de pesadilla y angustia, un día antes de que arrojaran la primera bomba atómica sobre Hiroshima, Jorge Semprún (1923-2011) llama a la puerta de la crítica literaria y profesora Claude-Edmonde Magny (1913-1966) –seudónimo de Edmonde Vinel– muy temprano por la mañana. Ella le ofrece un café muy cargado –una proeza en 1945– y empieza a leer en voz alta un texto que le escribió especialmente para él, dos años atrás. “La pregunta acerca del valor propio de la literatura no debe ser confundida con la de su posibilidad para una persona específica. Escribir es la mejor manera que he encontrado aquí para integrar cierta experiencia, para ‘incorporármela’ verdaderamente (…), para hacer que dicha experiencia esté a mi entera disposición, totalmente convertida en aptitud como la natación o la locomoción”, se lee al comienzo de Carta sobre el poder de la escritura (Periférica), traducido por primera vez al castellano por María Virginia Jaua, y prologado por el propio Semprún.
Magny, licenciada en Filosofía, conoció a Semprún en 1939 durante un congreso de la revista Esprit, donde ella colaboraba. Pronto establecieron una relación de amistad. El adolescente que aspiraba a escribir comenzaba el tiempo del exilio y la lengua francesa se convertía en “mi segunda patria, un lugar de asilo al menos”, en palabras del autor de Autobiografía de Federico Sánchez y La escritura o la vida, entre otros títulos. Escribió la Carta sobre el poder de la escritura en 1943, se la leyó a Semprún en 1945, se publicó por primera vez en francés en 1947, fue reeditada por Flammarion en 2012 y publicada por primera vez en castellano en 2016. “¿Se acuerda de aquella noche lluviosa de primavera en la que entró usted en mi casa afirmando que jamás podría escribir ‘su’ En busca del tiempo perdido? –interpela Magny en un fragmento de la carta–. Y yo sólo podía sentir una gran simpatía, yo que al igual que usted soy cobarde e incapaz de rumiar los sufrimientos pasados, aunque fuese para liberarme de ellos”. Magny plantea que en los dos polos de la creación literaria hay obras “demasiado subjetivas, el trozo de carne ensangrentada y palpitante que uno se acaba de arrancar”; y obras “demasiado áridas que fingen poseer un contenido humano”.
“La literatura es posible sólo al término de una primera ascesis y como resultado de ese ejercicio, que permite al individuo transformar y asimilar recuerdos dolorosos, al mismo tiempo que se construye una personalidad”, afirma Magny, que fue profesora en los liceos Fénelon y Lamartine y creó para la editorial Seuil la prestigiosa colección “Pierres vives”. “En ocasiones nos encontramos en posesión del libro que el autor tuvo que escribir para extirparse del ‘purgatorio’ en el que ante nuestros ojos desplegó sus quemaduras y sus heridas secretas –continúa Magny–. De esta suerte, Tres soldados fue la novela fallida pero indispensable de John Dos Passos para concluir una experiencia intolerable y poder seguir adelante. Fue necesario que primero describiera la guerra de esa manera atormentada y subjetiva, para después representarla sosegadamente y hacer de ella en 1919 un objeto de contemplación estética”. Quizá una de las partes más cuestionables de la carta es cuando advierte que hay que alcanzar la “pureza del corazón” en el sentido en que Kierkegaard entiende la palabra “pureza” cuando escribe “ser puro es querer una sola cosa”.
Crítica literaria que no teme quedar etiquetada como puritana o intoxicada de moral, Magny extrema sus postulados: “Nadie puede escribir si no tiene el corazón puro, es decir si no se ha desprendido lo suficiente de sí mismo”. Unas páginas después se despacha contra Gustave Flaubert. “La estrechez en el arte de Flaubert proviene de la ansiedad de ese apego a sí mismo, alguien que adoptó la máscara del sacrificio por su arte y que se revela orgulloso de sus preciosas ideas universales, las mismas que ahora con frecuencia lo hacen aparecer antes nuestros ojos como un hermano de Bouvard y Pécuchet, apenas menos tonto”. En poco más de cincuenta páginas, Magny despliega una polémica cartografía de lecturas críticas, donde compara a Flaubert con Balzac, apela a Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Elegías de Duino y Cartas a un joven poeta, los tres de Rainer Maria Rilke; recurre a los poemas de John Keats, a la obra de Jean Cocteau, a La figura de la alfombra de Henry James y a Pasos falsos de Maurice Blanchot, por mencionar apenas algunos autores.
Semprún cuenta en el prólogo que el volumen que le envió Magny de la edición original lo ha acompañado en todas las circunstancias de su vida, incluso en los viajes clandestinos y revela que en 1947 ya no visitaba con frecuencia a la crítica literaria francesa porque había abandonado el proyecto de ser escritor. “Tuve que elegir entre la escritura y la vida y elegí esta última. Elegí una larga cura de afasia, de amnesia deliberada, para poder revivir. O para sobrevivir. Elegí, de paso, la ilusión de un futuro a través del compromiso político, ya que el compromiso con la escritura me llevaba al encierro de la memoria y de la muerte”, explica el escritor español que se afilió al Partido Comunista de España (PCE) en 1942 y recién publicaría su primer libro, El largo viaje, en 1963. Hacia el final del texto, Magny declara: “Escribir es una actividad seria, que no deja indemne a quien la practica. Una vez asumido el compromiso con ese camino, no es posible volver atrás”.