Una compañera que se autoenuncia lesbiana, puta y trabajadora activa durante el Encuentro arenga a que la contraten. Otra pide que se visibilice a las chicas y chicos trans que hacen trabajo sexual y nunca son nombradxs. Alguien levanta la mano y cuenta la especificidad de su trabajo al servicio de personas con diversidad funcional y otra voz detrás de una mano levantada pregunta cuáles son los argumentos de las abolicionistas para atacar el trabajo de las trabajadoras sexuales. El taller “Estrategias para el reconocimiento del trabajo sexual” se partió en dos aulas de la Escuela 759 y ayer explotaba de asistentes que escuchaban desde el pasillo a las activistas más visibles de este movimiento que creció exponencialmente en los últimos dos años: Georgina Orellano, secretaria general nacional de Ammar y María Riot, quien también forma parte del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Argentina. “Nosotras queremos tener derechos laborales” enunciaron, y detallaron las condiciones indignas del trabajo sexual: negociar con la policía, la vigencia de los códigos contravencionales, ir detenidas de manera ilegal, el estigma, la discriminación de vecinos y vecinas, no poder jubilarse. “Somos las primeras en denunciar las malas condiciones laborales, pero somos parte de una clase obrera y el problema de la puta también lo tiene la empleada de una casa particular, una operaria de call center o una docente. Siempre nuestra pregunta es por qué solo ven la explotación de la puta si explotades somos todes” dijo Orellano. Ambas hablaron largamente de este debate que divide al movimiento feminista y describieron sus propios y personales caminos de deconstrucción para autoenunciarse putas y feministas. “En 2012 no nos reconocíamos como feministas porque el trato que recibíamos era horrible. Hay compañeras que decían yo prefiero discutir con un rati porque yo a un rati le gano discutiendo, o a lo sumo le pago la coima y me va a dejar de romper los ovarios, en cambio una abolicionista va a estar ahí, todo el tiempo juzgando, cuestionando, violentando, entonces era muy difícil que nosotras nos reconozcamos como feministas, sobre todo cuando gran parte de quienes atentaban contra nuestro trabajo eran mujeres legisladoras que, por ejemplo, se ponían al hombro el cierre de una whiskería y dejaban a trabajadoras en la calle sin preguntarse qué pasaría con ellas, muchas migrantes, quienes habían dejado a sus hijes en sus países de origen” dijo Orellano, citando un caso insólito en la ciudad de Cipoletti, donde las funcionarias públicas que promulgaban el cierre de un cabaret (que finalmente cerró) pretendían que las trabajadoras sexuales fabricaran carteras que ellas luego comprarían.
A la pregunta de varias sobre las razones del abolicionismo, Orellano y Riot explicaron que el argumento es que la prostitución es un trabajo indigno, que siempre implica explotación, que no se puede poner a las mujeres y travas en el lugar de objeto y mercancía a disposición de un cliente porque eso además favorece la trata de personas con fines sexuales. “¿Coser carteras no es ser también útil al patriarcado? Pensar que los trabajos más dignos que podemos hacer nosotras son de autocuidado, mal pagos, insalubres, feminizados también es funcional al machismo” dijo Orellano y explicó que cada territorio tiene en nuestro país sus propias leyes provinciales y ordenanzas municipales que criminalizan el trabajo sexual, por eso la organización y la militancia es vital y empoderante.
¿Cuál es la diferencia entre ser minero y ser trabajadora sexual? se preguntaba e interpelaba a quienes la escuchaban a Orellano, quien dijo que fue largo pero veloz el camino de la deconstrucción hacia el feminismo. “Nosotras no entendíamos lo que era el patriarcado porque ninguna nació feminista y todas fuimos entendiendo las situaciones de esta sociedad machista. Nos dicen que al trabajar con nuestro cuerpo, al ponerle un precio a nuestra sexualidad, le somos útiles al patriarcado, pero nosotras no somos un envase al que viene el cliente, le tira 100 pesos y le dice tirame la goma. Nosotras hacemos un servicio, que va mucho más allá del sexo: trabajamos con nuestros cuerpos, con la palabra, con la contención y con las emociones, y eso requiere los mismos derechos que el de cualquier trabajador o trabajadora exige y merece. El feminismo no es salvador, es un acompañamiento, pero no te va a decir lo que tenés que ser, eso es el patriarcado, andar yuteando el cuerpo de la compañera, eso lo hace el patriarcado, no lo hace el feminismo”.