El desierto patagónico fue como el cuerpo de las mujeres. La insinuación de lo que falta para decir lo que había que poner. En el origen de la Argentina el desierto no era desierto. No era que no había nadie, sino que se corría de lugar a las que estaban para hacer del mito de la virginidad terrenal una proeza de conquista a sangre y espada. Nadie vuelve igual de un Encuentro. El desierto tampoco. Ahora el Encuentro es Plurinacional y de Mujeres, Lesbianas y Trans. “Ni la tierra, ni las mujeres somos territorios de conquista”, se gritó en la lectura del documento de la Comisión Organizadora que inició, el sábado 13 de octubre, las actividades del 33° Encuentro de Mujeres en Trelew, el Encuentro en el pueblo más chico (de solo 100.000 habitantes para recibir a más de 50.000 visitantes), más austral (en Chubut), más áspero como el viento que secaba la boca y resquebrajaba la piel y, sin embargo, no acobardaba a las mujeres que llegaban y volvían como si el viento, realmente, fuera solo motor para multiplicarse.
El desierto no fue desierto, dijeron, en multiplicidad de voces, las mujeres originarias que pidieron sacar la mano de la boca en un grito que nació en las películas de Far West y correr el mito de la nación vaciada por el de una noción poblada por las mapuches y tehuelches que hoy son expulsadas de su tierra y que piden (más que nunca frente a un conservadurismo feroz y global) hacer del feminismo una tierra sin fronteras. No había desierto, en el desierto, sino un deseo invisibilizado, como las mujeres, fuera del rejunte de las ciudades o del embotellamiento de los cuerpos dominantes. Sin embargo, el desierto fue la excusa para hacer del cuerpo de las mujeres un arma de gobierno. “Gobernar es poblar”, dijo Juan B. Alberdi. Y en el control de la población y del parto como herramienta de política también destilaba el racismo que puede leerse en esta frase: “¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés?”.
Las mujeres ya no se casan con quien se les dice, no se casan por casar sino por si quieren casarse con quien quieren, ya los zapateros ingleses no son (no necesariamente) el mejor partido, los mejores partidos no son los que dicen a las mujeres lo que tienen que hacer y las mujeres no aceptan un gobierno sobre su cuerpo, sino ser pueblo para sus deseos y las Araucarias pueden también tomar la voz mutilada por el polvo de la historia o el centralismo porteño para hacer su propia pueblada de derechos.
La historia de la restricción de los derechos sexuales en Argentina está íntimamente ligada a la Patagonia como espejismo desierto. Así, por ejemplo, el Brujo (José López Rega, ministro de Bienestar Social de Juan Domingo Perón), el 28 de febrero de 1974, decretó el control de la comercialización y la venta de productos anticonceptivos y de desarrollar actividades relacionadas con el control de la natalidad. La dictadura los prohibió. Raúl Alfonsín los permitió. Pero recién en el 2002 se votó su gratuidad y en el 2018 el Senado freno la legalización del aborto. Todavía el mito del desierto nos vuelve nómades de nuestra libertad.
La apertura del Encuentro se hizo en el autódromo “Mary Valle”, allá donde las mujeres casi no llegan, si no es para ser trofeos del deseo ajeno, allí donde comienzan las bardas, la geografía que resulta antesala del desierto patagónico, apenas un atisbo de relieve, una insinuación hecha en salto de meseta, en la planicie donde el horizonte se hace extenso y las bardas se vuelven una bandera del lenguaje, ahí donde el feminismo vuelve a las bardas un territorio propio en el que la historia puede re escribirse de nuevo, no con lo que nos falta, sino con lo que queremos.
Ahora que sí nos ven, somos las nietas de las brujas (y no de los brujos del poder) y las bardas son una inmensidad del deseo en donde el futuro está poblado por los cuerpos revelados a seguir siendo gobernados por controles y mitos.
Las bardas somos lo que queremos ser: nuestra propia sed.