PáginaI12 En China
Desde Pingyao
Dos visitas de peso y relieve marcaron el recorrido del Festival Internacional de Cine de Pingyao Crouching Tiger Hidden Dragon, cuyos “tigres agachados” y “dragones escondidos” continuaron sumando títulos en las dos secciones principales. Por un lado, el gran realizador surcoreano Lee Chang-dong visitó la antiquísima ciudad china para acompañar una única exhibición de su última película, Burning –presente en la Competencia Oficial del Festival de Cannes el pasado mes de mayo–, y ofrecer una masterclass a sala llena en el espacio cerrado más grande del Festival Palace de Pingyao (sin contar el inmenso auditorio a cielo abierto, bautizado con el nombre de Platform, que todas las noches ofrece sus galas a quien esté dispuesto a soportar las bajas temperaturas nocturnas). Las quinientas localidades no fueron suficientes para todos los espectadores y periodistas que atiborraron el lugar y las escaleras se transformaron en improvisadas butacas para quienes deseaban oír al realizador de Peppermint Candy y Poesía, quien hizo una profunda descripción de sus intereses narrativos y estéticos, recorrió su propia obra cinematográfica (Lee también es un reconocido escritor) y describió algunos secretos de la realización de Burning. Basada en un cuento del japonés Haruki Murakami, la adaptación transforma esas escasas páginas en 150 minutos que reflexionan sobre el estado de las cosas en la juventud coreana contemporánea y el libertario acto de fabricar historias de ficción, al tiempo que homenajea y recrea, de manera absolutamente original y estimulante, los mecanismos del cine de suspenso.
El segundo visitante más que ilustre viajó desde tierras hongkonesas y presentó al público una prístina restauración digital de uno de sus títulos menos conocidos. Throw Down (2004), de Johnnie To, fue restaurada a partir de los negativos originales por el prestigioso laboratorio italiano L’Immagine Ritrovata, recuperando el brillo de los colores primarios de las luces de neón que le dan marco a la historia, intensidad que, según confirmó el realizador en una charla abierta con el público, las copias en 35mm originales ya habían perdido en gran medida. Proyectada también a sala llena, se transformó en un auténtico placer cinéfilo asistir a un enrevesado y muy entretenido relato que remite al clásico díptico de Akira Kurosawa Sanshiro Sugata: aquí también hay un grupo de hombres obsesionados con la práctica del judo, aunque el espacio que los rodea no sea el Japón de los años de la Segunda Guerra sino la moderna y cosmopolita metrópolis de Hong Kong. No fue la única restauración presente en el festival: las páginas del catálogo permiten acceder a la información básica de nueve largometrajes producidos durante el período del deshielo soviético, desde la ópera prima de Elem Klimov, Welcome, or No Trespassing (1964), hasta el poco visto debut de Andrey Konchalovsky, El primer maestro (1965), pasando por el particular relato revolucionario de Gleb Panfilov No pasar bajo fuego (1968). La sección retrospectiva “La joven guardia: Nueva Ola Soviética de los años 60 y 70” permitió que un público mayoritariamente joven pudiera acceder a esas películas, aunque la falta de subtítulos en inglés dejó afuera a la prensa extranjera presente.
La principal sección competitiva sumó films de muy diversos orígenes, entre otros el primer largometraje de ficción del serbio Ognjen Glanovic, The Load, que viene de presentarse en varios festivales luego de su estreno mundial en Cannes. Se trata de un relato híper concentrado tanto en tiempo como en espacio, aunque el recorrido de su protagonista –un camionero que debe transportar una misteriosa carga durante varios cientos de kilómetros hasta la ciudad de Belgrado, en un territorio devastado por la guerra– pueda hacer pensar en la reconocible silueta de la road movie. El guión del propio Glanovic introduce de manera recurrente unos breves corrimientos de la historia central, apartándose del camión y su contenido, para volver luego al núcleo del relato, transformando así lo que podría haber sido una pintura minimalista sobre los horrores de la guerra en un fresco social y generacional. Debido a su dura descripción de atrocidades reales ocurridas durante el bombardeo de la OTAN en el territorio de la ex Yugoslavia en 1999, el film fue definido en su país de origen, por ciertos sectores conservadores, como anti serbio, generando una polémica política y cultural de cierta envergadura.
Presentada hace pocas semanas en Toronto, la china The Crossing cruza una y otra vez, como su protagonista adolescente, la controlada frontera que divide Hong Kong de la ciudad de Shenzhen, dos territorios de un mismo país con estilos de vida, economías y libertades muy diferentes. La protagonista cursa los últimos años de la escuela secundaria y sueña con visitar Japón junto a su compañera y mejor amiga. El encuentro casual con un joven que forma parte de una banda de traficantes de teléfonos móviles decide su futuro inmediato: hacer las veces de mula de los modelos más recientes de celulares desde la híper capitalista ex colonia británica al territorio vigilado de la Madre Patria comunista. Si bien el film comienza a perder algo de su interés a medida que se interna en el terreno del drama romántico juvenil, la primera hora ofrece una precisa y fresca mirada sobre diversas formas de vida en la compleja y contradictoria China contemporánea, en la cual conviven cotidianamente lo moderno y lo milenario.
Otro notable título reciente, ganador del Leopardo de Oro en el Festival de Locarno, A Land Imagined, del realizador nacido en Singapur Yeo Siew Hua, se resiste a una categorización facilista. Los primeros minutos parecen indicar que se trata de un relato de intriga y suspenso que, a su vez, intenta describir las paupérrimas condiciones laborales de un grupo de trabajadores de China y Bangladesh, hacinados en minúsculos cuartos colectivos a la espera de su siguiente turno en una empresa dedicada a ganarle tierra al mar. Un detective de Singapur con problemas de insomnio comienza a investigar la misteriosa desaparición de un obrero chino, pero, a poco de comenzar, el film cambia radicalmente el punto de vista y sigue de cerca precisamente a ese personaje, como así también su relación con un compañero de trabajo y con la joven empleada de un cibercafé. De a poco, A Land Imagined comienza a desdibujar los límites entre realidad e invención, entre las visiones de la vigilia y aquellas ligadas a los sueños, internándose en un laberinto narrativo casi siempre fascinante y, en cierta medida, inasible. En última instancia, lo que termina triunfando no es tanto una idea sobre el estado del mundo –aunque eso también esté presente, y no en escasa medida– sino la posibilidad de la imaginación y la poesía, a pesar de los males que lo aquejan.