Catherine Millet, escritora francesa, invitada a dar la Conferencia Inaugural del Filba –Feria Internacional del Libro en Buenos Aires– frente a un auditorio repleto de gente, empezó su conferencia con “la mujer no existe”, amparándose en Lacan para atacar el movimiento #metoo (como ya lo hizo en una tribuna firmada por una parte de la creme de la creme de la elite de actrices, escritoras, intelectuales francesas preocupadas por perder el “flirteo” como marca cultural). Con amplia repercusión mediática, propone criticar la idea de “sororidad” ¿Qué posibilita y a su vez opera este discurso de un (anti)feminismo aleccionador hoy en Buenos Aires, entre olas verdes y el Encuentro en Trelew que reunió en estos mismos días más de 50.000? 

Opera, primero, un deslizamiento apenas perceptible pero demoledor: de la pregunta (crucial) por el sustrato en común que queda después de las olas de denuncias, y del cuestionamiento (muy legítimo) de una “identidad mujer” sólida, homogénea y constante, pasa, como si nada, a una recusación de toda posibilidad de un “nosotras” colectivo en la lucha política. Argumenta: nuestras experiencias como mujeres son distintas, entonces no podemos entrar en solidaridad entre mujeres solo por serlo. Y sigue: me puedo sentir más cercana de un varón que sufre que de otra mujer ¿Pero quién, cuándo, dijo que cuando se habla de solidaridad homogeneizamos y jerarquizamos las experiencias desde un punto de vista de identidad del ser? ¿Cómo ignorar que esta pregunta por la identidad mujer atraviesa desde décadas las discusiones y prácticas feministas? 

Sobre todo, ¡qué manera de desembarcar desde Francia a dar lecciones de feminismo correcto! En ningún momento –de la conferencia transcripta en los diarios por lo menos– menciona la situación aquí, donde no prendió tanto #metoo sino #niunamenos ¿En qué trama de enunciación se inscribe para tomar la palabra sin mencionar aunque sea el lugar en el que está hablando? Para dar lecciones, ignorando que aquí también hay pujas para que el #nosotras cuando decimos #nosmueveeldeseo #Nosotrasparamos emerja de un llamarse en heterogeneidad, entre mujeres y no tanto, con cuerpas distintas, conectando experiencias vitales disidentes más que desde una identidad. 

Catherine Millet rechaza la idea de sororidad que le parece el mayor peligro del momento post #metoo (¡y que acusa de ejercer una censura a su palabra! implícitamente “libertaria”), porque quienes hablan hoy en día de “hermanxs”, son ¡los musulmanes! A       ver si sigo: sororidad remite a un viejo fondo medieval que supimos “superar” o al peligro “lamentablemente” “comunitarista” que lxs musulmanxs hacen pesar sobre Francia, la pura republicana de la liberté, égalité… ¡fraternité! Salta a la vista (sin duda aún más por nuestro origen común, que me vuelve evidente la con-formación francesa de su pensar, que también es la mía) las alianzas epidérmicas entre la defensa de la “seducción a la francesa” y una islamofobia latente, o por lo menos el recurso casi reflejo al fantasma de los malos musulmanes.   

 “Afirmo (…) que no es exacto pretender que Francia por hablar del país que conozco mejor, es en su conjunto una sociedad patriarcal. La situación de las mujeres es diferente según el medio al que pertenecen; urbano, rural, laico, religioso, musulmán, etc.” Para salvar la imagen de Francia insiste en los medios que ponen en peligro a la libre sociedad francesa: lo rural, lo religioso, y lo ¡musulmán! ¿Por qué esa distinción? como si el islam fuera un grado más del peligro religioso. El discurso reciente del Papá Francisco comparando el aborto voluntario a contratar un asesino a sueldo: ¿no es violencia religiosa contra las mujeres de tenor alto? Sin hablar las alianzas evangélicas o grupos híper religiosos que salen a agredir y matar homosexuales, travestis y trans en Brasil. 

Muere, por lo menos, una mujer cada tres días por femicidio en Francia. Ocultar esto forma parte de la enunciación intelectual francesa que viene acá a dar lecciones de feminismo correcto y seudo “libertario”, defendiendo una imagen reforzada por el tapete rojo desplegado, fleur de lance del progreso occidental, solo amenazada por sus zonas de retrocesos atávicos y… ¡su historia migrante! 

Pero ojo, no solo se liberó la palabra de la denuncia, sino que tiemblan los modos de autorización de la enunciación también teórica o intelectual. Se volvió insoportable la trama de ese discurso aleccionador, apoyado en el circuito aceitado de la diplomacia cultural francesa, neocolonial, digámoslo en este 12 de octubre 2018. Tampoco alcanza más con citar una lista de autores como argumento de autoridad para juzgar #metoo (Lacan, Joyce, DH Lawrence, Beauvoir, Duras, Colette y más) intentando mostrar que hablaron en voz propia, de situaciones singulares de mujeres y no para cambiar el mundo, ya que –siempre según su reducción inicial– no buscaron representar a todas las mujeres: sigue confundiendo cambio político con representación identitaria unificante, contraponiéndole una… ¡escritura femenina de la vida propia!

El punto de CM es en el fondo preciso y un tanto insípido: “Disculpas por expresarme así: tengo mucha simpatía por Simone de Beauvoir; menos por la militante de figura austera y de declaraciones a menudo categóricas, que por la mujer y por los escritos que la reflejan”. Hacerle esto a una existencialista ¡separar los actos de su escritura y de su propia existencia! Semejante separación entre los dos aspectos del pensamiento de Beauvoir nos devela el fundamento de su argumentación (anti)feminista: vino acá a hacer gala de su aborrecimiento de la postura militante que asocia a priori y estrechamente con ser “austera” y “categórica”, pues es necesariamente homogeneizar posiciones y no dejar brecha para las dudas y los sentimientos. 

No la esperamos, ni necesitamos reducir tanto la figura de la lucha, para cuestionar #metoo: desde el inicio, circuló la inquietud por su aspecto individual y punitivista, y la importancia de pensar, a la hora de enfrentar las violencias hacia las mujeres, los parecidos y diferencias con Ni una menos y las perspectivas latinoamericanas de diferentes movimientos feministas populares que hacen otra lectura colectiva, económico-financiera, de la situación de violencia y se preguntan cómo no caer en un punitivismo. 

Y llega tarde para dar la lección de progreso “libertario”, en un momento en el que los modos de enunciación de la teoría, las lecturas, las intervenciones “intelectuales” como LA luz que alumbraría el oscuro y torpe camino de procesos vitales, políticos, artísticos inclusive, tambalean fuerte. Tienden a funcionar cada vez más como alianzas, constelaciones, con cercanías y lejanías, un libro en una mano, una pintura magenta, verde, o una olla, en la otra. Se liberó la palabra, se autorizan otras voces para narrar e interrogar las transformaciones en curso, y ¡no tenemos por qué seguir escuchando a quienes nos dicen que hay que escuchar! Se está cuestionando las políticas de las citas como repetición de trama de autoridad, se está escribiendo tiradas en los pisos, se está gritando en auditorios, se está ocupando micrófonos de ceremonia con voces –propias Y colectivas–, se escriben fanzines, se leen en voz alta poemas de talleres de escritura, se fotocopian capítulos como se trafican drogas, se publican compilaciones colectivas, se transforma incluso la lengua de quienes hacemos “teoría”. Sí, Señora Millet, vamos a manchar los libros con lo que salpique de nuestras cocinas llevadas a cielo abierto, traficando saberes al mejor estilo ¡brujas del Medioevo! Y no es el tan temido “retroceso” del progresismo republicano (racista) francés. No, son alianzas entre lenguas que hablan, comen y besan. 

* Filósofa y bailarina. Autora de Pensar con mover (Ed. Cactus).