El fin de semana pasado fui a mi primer Encuentro Nacional de Mujeres en un contexto mundial, regional y local donde es exponencial el crecimiento derechoso, neoliberal y de odio al diferente. Fui a mi primer ENM en una provincia eternamente atravesada por tensiones del tipo colonial, donde vastas tierras están escrituradas y sus habitantes originales segregados, donde los nombres de las calles alternan apellidos mapuches con ingleses y donde todas estas causas milenarias cobraron otro peso y otra visibilidad a partir del caso Santiago Maldonado, el año pasado, dejando en evidencia lo silenciado de un pueblo y el odio estatal hacia cualquier expresión contra el statu quo.

Lo que pasa en el Encuentro es muy difícil de contar porque es más un caldo de cultivo para que pasen cosas que una serie de eventos organizados. La línea de causas y efectos, a modo de sucesión de puntos hacia adelante, no es su modelo. Al contrario, el ENM tiene más la condición de revuelta, de paréntesis espaciotemporal con sus propias reglas donde lo principal es la vibración al unísono. El ENM es muy fuerte, emocionante y alegre pero es durísimo y está lleno de dolor.

En el ENM me descubrí como cis, blanca, clasemediera, burguesa, paki, flaca y hegemónica. Entendí que la estructura de privilegiados y oprimidos se repite en infinitos niveles y que yo en general quedaba del lado de las que no se pueden quejar. De a ratos lo agradecí profundamente, de a ratos me dio bronca, de a ratos pensé que era imposible construir una identidad combativa viniendo de un lugar tan fácil. Me dediqué a escuchar, a aprender, a discutir un poquito, a llorar y a sentir que mis privilegios no solo eran injustos con respecto al resto sino que me hacían una persona menos interesante, menos sabia y con menos fuerza de la que me gustaría tener. Y eso tampoco es algo que se pueda andar diciendo sin quedar más burguesa y paki aún.

En el ENM entendí que el sujeto del feminismo no son solamente las mujeres en el sentido masivamente aceptado de la palabra, sino todes aquelles víctimas del sistema patriarcal: Judith Butler decía que no sólo no se puede hablar de tal cosa como “la mujer”, sino que ni siquiera de “las mujeres”. También que hay feministas que no comparten esta visión, que el feminismo está lleno de diferencias, algunas irreconciliables, que hay antagonismos, que funciona como la política misma, que es casi como un sistema político completo funcionando en paralelo. Hay equivalentes a River-Boca, y gorilas y peronistas dentro del feminismo.

Y está perfecto que así sea porque nada más machista que asumir que las mujeres estamos de acuerdo en todo. Un enemigo común nos reúne pero después hay tantos feminismos como feministas y diferentes niveles reconocidos de opresión que llevan a configurar diferentes jerarquías de causas, diferentes sistemas simbólicos, diferentes ideales y valores. El feminismo es una concepción del mundo: después, ese mundo tiene todas las complejidades de cualquier mundo.

Descubrí que es loco que existan tal nivel de comunión, de solidaridad, de sororidad, cuando paradójicamente lo único que nos une a todas por igual es el enojo. El odio y el cansancio. La necesidad imperiosa de que las cosas no sigan como están, la certeza de que fuimos sistemáticamente víctimas de injusticias. La certeza de que patriarcado es capitalismo. Y esa ira es hermosa: es la argamasa de esta cosa enorme que construímos entre todas, es la sustancia que permite que crezca el ¿amor? –ya ni sé si existe tal cosa o es un significante vacío funcional al conservadurismo–, o como también le dicen, la afinidad, por todos lados y entre desconocidas. Nos entendemos, nos queremos y nos defendemos porque nos une el espanto y nos sabemos solas pero acompañadas en esa lucha.

En el Encuentro Nacional de Mujeres me hice amigas a una velocidad que creo que no veía desde el jardín de infantes. Lo habilitaba un marco de absoluta solemnidad necesaria: todes estábamos ahí para hablar de temas importantes. Es ahí donde no te tiene que dar vergüenza contar que fuiste abusada, que te gustan las mujeres, que sos asexuada, que la gente cree que sos una diosa pero te sentís horrible, que la gente cree que sos fea y vos también pero en realidad nunca te importó y eso te convirtió en excluida, que abortaste o que no te sentís alineada al género que supuestamente corresponde a tu genitalidad de nacimiento. Y es notorio cómo se siente que más allá de los talleres, los actos y las actividades culturales, ese espacio de libertad es lo que todas (o todes) estaban necesitando con urgencia.

Tres días de honestidad brutal, de ponerse en tetas, de confundirse hasta la médula, de darse cuenta que hasta el deseo está mediado y que nada de lo que siempre creíste es cierto. Que todo es símbolo pero a su vez hay cuerpos. De gente que tiene infinitas diferencias pero se reúne para hacerlo caer a las patadas. El año que viene es en La Plata y en el mes de las elecciones. Tenemos que ir todas a ser la fuerza subversiva que va a cambiar el rumbo de la historia.