Mientras se escucha que los hijos son de los padres (bajo el slogan#ConMisHijosNoTeMetas para repudiar la educación sexual), el cuerpo muerto de Sheila aparece en una casa de su familia.
Cuando todavía sentimos las balas de goma que se dispararon contra nosotras en el cierre del Encuentro en Trelew, una niña es arrojada como basura dentro de una bolsa.
Cuando aún siguen las escuelas vacías porque no hay condiciones mínimas de seguridad para niñes, Sheila, que tendría que estar en 5º grado, no estaba escolarizada. Está muerta. Sheila duele, desgarra, porque un femicidio de una niña desconoce además su condición infantil.
Nos duele su cuerpo descartado, y trae de inmediato a la sensibilidad colectiva otros cuerpos: el de Melina Romero, asesinada y descartada en una bolsa de basura, el de Lucía Pérez en Mar del Plata, asesinada también cuando volvíamos del Encuentro en Rosario hace dos años, donde también se reprimió a la movilización feminista. Y el de Candela Rodríguez, porque también era una niña en edad de ir a la primaria.
En el mismo Municipio que se declaró Pro-Vida, donde trabajadoras de la salud fueron despedidas por tener un cartel que decía Ni Una Menos o por practicar abortos amparados por la ley, donde a través de Consejerías vinculadas a la Iglesia Católica que funcionan dentro de Hospital Público San Miguel se obstaculiza el acceso a los derechos sexuales, una nena desaparecida fue encontrada por la presión del barrio para que se la busque; pero Sheila ya estaba muerta. Eso no es barbarie. Es la producción sistemática de vidas devaluadas, que son explotadas por economías ilegales, las cuales ofrecen en los territorios devastados desde una salida laboral a una infraestructura de recursos básicos. Nos dicen que no valemos nada, salvo para ser mano de obra barata, o votos que contabilizan, o cupos de consumo.
Justo hace dos años, el 19 de octubre de 2016, hicimos el primer paro de mujeres para decir ¡Ya Basta! a las violencias machistas y denunciamos todas las violencias que se traman y se expresan en cada femicidio. En medio del dolor, no dejamos de tejer resistencia, movilización, fuerza en cada territorio, en cada lugar de trabajo y en cada escuela.
Seguimos diciendo que no son hechos aislados, una mujer o una travesti, una niña o una adolescente mueren cada 30 horas por causa de una violencia machista y patriarcal que se alienta desde los fundamentalismos cada vez que se quiere demonizar la Educación Sexual Integral, cada vez que nos imponen el destino único de la maternidad y la heterosexualidad obligatoria, cada vez que se pretende que los deseos sean silenciados. Cada vez que se nos encadena a la obediencia por miedo al hambre, a las deudas que nos obligan a contraer, cada vez que nos dicen que mejor quedarse calladas y dejar que otros hablen por nosotras porque nuestros gritos lastiman al poder y entonces algunos, los ejecutores protegidos por la trama estructural de la violencia patriarcal, nos lastiman o nos matan. Cada vez que nos culpabilizan por movilizarnos, por hacer visible nuestra fuerza, cada vez que nos piden moderación en nombre de una falsa pluralidad que no es más que una máscara para volver a fortalecer los pactos patriarcales que intentan silenciarnos.
Las matan, les matan, porque nosotras estamos vivas y tenemos dolor y rabia suficiente para no disciplinarnos, para no volver a encerrarnos en nuestras casas, para no creernos el verso del discurso monolítico de los medios que pone el morbo en primer plano y nunca las razones de esta guerra contra nosotrxs, contra nuestras luchas.
Volvemos a decir Ni Una Menos, lo decimos en duelo como cada vez, pero no es voluntarismo, es un límite a esa violencia que Sheila con sus diez años no pudo resistir. Y es un límite porque más allá y más acá de nuestro dolor por cada una de las víctimas cuando decimos ¡Ni Una Menos, Vivas nos queremos!, tramamos complicidad y resistencia común. En las calles, en las noches, en los barrios, en las fiestas y en las madrugadas, cuando salimos a trabajar nos reconocemos y nos acompañamos, en las ollas, cuando marchamos en los barrios y en las ciudades del país, ahí estamos tejiendo rebeldías y amparándonos. ¡Nos vemos en las calles!