Identidad y memoria son dos nociones que siempre están en la base de los conflictos que sufren los personajes que imagina Héctor Levy-Daniel, autor de El fruto más amargo, de reciente estreno, bajo su propia dirección. Interpretada por Roxana Randón, Dana Basso, Iride Mockert y Gustavo Pardi, la obra tiene lugar en el pequeño pueblo donde María, la hija de una mujer humilde, es criada por una familia dueña de industrias y campos. Convertida en la tiránica supervisora de los negocios familiares, María deberá mantenerse a resguardo de su verdadera madre, recientemente contratada como parte del servicio doméstico, con la idea de estar cerca suyo. “Hay por ahí un cierto coqueteo con el melodrama”, afirma el dramaturgo en conversación con este diario.
Sobre el personaje de María, Levy-Daniel piensa que ella “elige aniquilar toda certeza”. El autor, años después de haber participado del Ciclo Teatro X la Identidad con su obra El fichero, se pregunta
¿Qué pasa cuando alguien no quiere asumir su verdadera identidad? “Puede pasar que, si esa persona pertenece a una estructura de poder no quiera confrontarse con la verdad por miedo a perder todo lo que tiene. Y por esto elige vivir con la duda pero vivir en la comodidad”, concluye.
Sin embargo, Levy-Daniel afirma que más que como a un caso singular, la obra puede comprenderse como “la metáfora de la Argentina, de lo que sus habitantes están dispuestos a hacer para conseguir diferenciarse de otros, para verse mejor que los que económicamente están por debajo de ellos”, opina el autor quien concibe a El fruto… como a una obra de anticipación. “La escribí hace algunos años”, cuenta, “y nunca pensé que tendríamos un gobierno como éste, resultado de una enorme falta de memoria”.
–La madre está convencida de que su historia es real…
–Es que esa madre tiene la capacidad de incorporar su fantasía al punto que se convence de haber vivido el parto de su hija. Puede describir en detalle lo que no vivió jamás. Y la verdadera madre es como una idische mame: ingresa en la casa y los deslumbra a todos con su habilidades culinarias. A todos menos a la hija que, como si la reconociera inconcientemente, la rechaza desde el primer momento.
–¿Qué representa el personaje de María?
–La negación de la verdad: María conoce su verdadera identidad pero la niega. Sabe que la madre adoptiva no la secuestró, sino que se trató de una adopción de pueblo. Desde ahí yo partí de un esquema en el que una identidad artificial “pelea” con la identidad real y gana la primera, la identidad de una fascista.
–¿Tiene rasgos de melodrama?
–Me gusta coquetear con el melodrama. Lo veo en el cine, en las películas de Fassbinder, por ejemplo, y me gusta muchísimo, porque hay que encontrar el punto justo. Doy indicios para que luego se produzca el reconocimiento entre los personajes, aunque es cierto que la anagnórisis (momento de reconocimiento por parte de los personajes de circunstancias claves de su historia) también está en la tragedia clásica.
–También hay un pantano, como lugar del mal…
–María asume los atributos del poder en el manejo de las empresas y los campos de su familia. Y como está a favor de la represión, es por eso que manda a matar a los que están en su contra.
–Cuando eligió este pueblo de ficción, ¿pensaba en un lugar determinado?
–En la ciudad se vive en forma anónima. En cambio en los pequeños pueblos cada uno se conoce y es más sencillo el planteo de todo conflicto. En un lugar chico están las mismas reglas que gobiernan el mundo.
–¿Siempre hay metáforas en su teatro?
–Yo planteo mis obras no como alegatos documentales sino como una serie de metáforas, aún en las obras que se basan en hechos históricos. Todas plantean resonancias que no son directas, que cambian según los espectadores. Siempre intento reflexionar sobre lo que vivimos.
–¿Cómo entiende a esta obra en ese sentido?
–Para mí el teatro es un instrumento de conocimiento. Es filosofía desde otros medios. Y escribir teatro me permite pensar en este tiempo, en las miserias y grandezas, en los aciertos y en los errores.
* El fruto más amargo, El Extranjero (Valentín Gómez 3378), sábados a las 17 hs.)