El horror y el espanto no dejan ver cuáles fueron los motivos por los que la vida de Sheila termina de esta manera. El cómo inunda las páginas de los diarios y las voces de las radios, pero poco nos detenemos sobre cuáles son los porqués. Si uno tan solo se atreve a preguntar sobre las causas de estos dramas, muchos de nuestros contertulios reaccionarán criticándonos de garantistas o haciendo caso omiso a la pregunta pedirán la pena de muerte de los asesinos como una forma eficaz para evitar futuros casos, la mayoría de ellos intrafamiliares.
Escuché en Radio Con Vos al fiscal general de San Martín, de la provincia de Buenos Aires, mencionar que son ya 300 los casos de abusos de menores (la gran mayoría jóvenes niñas) en esa localidad, muchos de los cuales ya cuentan con condena efectiva.
De inmediato, mis pensamientos fueron hacia el mismo lado del periodista Sietecase, quien le preguntó al fiscal sobre los motivos de estas atrocidades y las probables estrategias de prevención. La escolaridad fue esgrimida como una de las causales propias de la marginalidad, pero el fiscal no dejó de mencionar que aun en la clase media, con menor índice de deserción escolar, existen casos de abusos sexuales.
En nuestra sociedad venimos discutiendo mansamente los contenidos y el lugar docente de la educación sexual. Ya nadie se pregunta por qué no ejecutamos como deberíamos la ley 26.150 de Educación Sexual Integral promulgada en el 2006, y lo curioso es que nadie se siente incómodo por tener una ley que no tenga expresión fáctica en los colegios. No sentimos ni vergüenza y este es un evento cada vez más frecuente.
Por ello nuevamente estamos discutiendo si la educación sexual debe ser un tema relegado a la familia exclusivamente o al Estado junto con el entorno familiar. Para los primeros, el entorno familiar evitaría que se le hable a sus hijos sobre métodos anticonceptivos, el conocimiento del cuerpo o las diversidades sexuales que tanto espantan a una parte de la sociedad y que según la Iglesia requerirían de una terapia psiquiátrica. Para otros, en cambio, el entorno debiera ser escolar y bien precoz. En los contenidos de un programa de educación sexual deberíamos explicar a los niños que su cuerpo es de ellos y de nadie más, cuáles son sus partes íntimas, dónde se encuentran y quiénes pueden tener acceso a ellas en circunstancias tan solo muy especiales. Asimismo deberíamos reforzar la idea por la que no deben recibir regalos de otros a cambio de favores físicos o que nadie debe invitarlos a mantener un secreto. También se debería hablar sobre cuáles son los juegos permitidos de los no permitidos y cuáles son los entornos de violencia que deben referir a un adulto de confianza (maestro, enfermero escolar, personal del comedor o a un familiar). Aprender a decir no o a no sentir culpas antes las dudas o los hechos son pilares fundamentales para fortalecer la personalidad y la autonomía de los niños.
El caso de Sheila y de tantos otros niños y niñas muestran, con ventajas o desventajas sociales y económicas, una ausencia total de educación sexual que bien podría ser preventiva de estas situaciones, tanto en la riqueza como en la pobreza. Lamentablemente la Iglesia y los legisladores anuentes trabajan fervientemente para que todo quede en la nada y para que la educación sexual sea considerada como un evento peligroso. Somos un país acostumbrado a que nada cambie.
Los niños primero... rezan los políticos, pero en realidad el rezo debiera ser a que si no cambiamos, los niños serán los primeros en sufrir las consecuencias. La continuidad de la penalización del aborto ha sido un “triunfo de la democracia”... No me sorprendería que pronto asistamos a otro que podría ser la derogación de la ley de Educación Sexual Integral.
* Doctor en Medicina.