Por Karina Micheletto
Mediterráneo Da Capo, propone Joan Manuel Serrat a partir de uno de sus mejores discos, Mediterráneo, registrado en 1971. Volver al principio, según la expresión italiana que se usa en música desde hace siglos. Y eso es, precisamente, lo mejor que puede hacerse con estas canciones: volver a ellas, a lo que supieron construir, al lazo indestructible que es capaz de crear ese artefacto poderosísimo de la canción, sobre todo cuando pasa a formar parte de los afectos personales y colectivos. Un Gran Rex repleto y, como debe ser, eufórico, el primero de una serie de trece –todo un dato en sí mismo, en tiempos de miseria espantosa–, ratificó la permanencia de ese vínculo. Una persistencia capaz de volver piadosa la escucha y la mirada sobre lo que resulta ineluctable: el paso del tiempo.
“Uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia”, comenzó cantando Serrat, después de que la intensa banda que lo acompañaba introdujera algunos estribillos, como para ir poniendo en clima. Y así “Aquellas pequeñas cosas” fue el inicio para una serie completa que ocupó la primera parte del concierto: “Qué va a ser de ti”, “Vagabundear”, “Barquito de papel”, la tan bella “Pueblo blanco”, “Tío Alberto”, “La mujer que yo quiero”, “Lucía”, “Vencidos”, sobre el poema de León Felipe que imagina el vencido regreso del Hidalgo Caballero de La Mancha, y finalmente, “Mediterráneo”, esa declaración de amor y de pertenencia que es una de las canciones más populares de España. Cada una y de diversos modos, seguramente, un pedazo de la biografía sentimental de los que llenaron y llenarán estos conciertos en la calle Corrientes, y en lo que resta de la gira del catalán.
Aunque armado –nada menos que– de estas canciones, Serrat no llega a hacerles honor con su voz, y sobre todo con la estética elegida en este estilo tardío, en varios pasajes. La banda está lista para pasar por arriba del concierto, bien cargada de orquestaciones rimbombantes, programaciones de vientos, una viola omnipresente. Y aunque en algunos inicios de guitarra y piano solos –Miralles, con gran swing– pareciera dar un respiro, enseguida la sobrecarga instrumental vuelve al ataque. Una estética que se refuerza con una escenografía en la que se proyectan caballos galopando por una pradera, tan de aquellos posters de los 80. ¡Qué distinta ahora vuela esta canción para ti, Lucía!
Claro que por sobre estos detalles pasa, arrolladora, la fuerza de las canciones, y también todo el oficio y la capacidad de Serrat para conectarse con su público desde el escenario. El catalán puede hablar de Ulises y La Odisea bromeando al mismo tiempo con la referencia culturosa, contar con chispa quién era aquel famoso Tío Alberto, establecer al Mediterráneo como centro del mundo, chicanear con los Mundiales perdidos sin que nadie se ofenda, hacer chistes que a todos incluyen, y no olvida saludar en el Día de la Madre a todas las de cualquier tipo. Mujeres y varones le gritan que lo aman, que lo invitan a sus casas, que no se vaya nunca, y al final cantan el Olé, Olé, Olé, todo, sin salir nunca del marco de justa corrección.
Y así transcurren en el inicio aquellas canciones que el catalán compuso “en el año 1971, en un pequeño hotel de la costa brava catalana”, según contó. Y que por lo tanto están cumpliendo su 47° aniversario. ¿Por qué no esperar a los cincuenta y festejar la cifra redonda, como es costumbre? “La fragilidad de la vida me hace pecar de prudente y celebrar las cosas por anticipado”, advierte.
En la segunda parte del show siguen otros grandes temas: “Menos tu vientre” y “Para la libertad”, que grabó al año siguiente en el disco a Miguel Hernández, “Cantares”, “Penélope”, “Romance de Curro El Palmo”, “Hoy puede ser un gran día”, “De vez en cuando la vida”, “Esos locos bajitos”, que ahora es “A menudo los nietos se nos parecen”, “Fiesta”. Todas, canciones que el tiempo y todos los que las escucharon en ese tiempo volvieron himnos, y que por tanto siguen portando por sí mismas fuerza y vida propias.
El tiempo puso las canciones en un lugar privilegiado, el del afecto del público. También ubicó un lugar para el intérprete, que hoy las canta con más memoria que voz, parado con gran oficio en ese puente que construyen los artistas populares. Si existe algo así como un estilo tardío, el de Serrat tiene la potencia de los recuerdos. Si la invitación de Mediterráneo Da Capo es la de volver al inicio, al punto de partida... Terminado el concierto, es legítimo sentir ganas de correr a poner el disco.