El pasado propio puede servir de disparador de una historia que conmueva y que lo trascienda. Eso parece haberle sucedido al director argentino Benjamín Naishtat, de 33 años, con su tercer largometraje, Rojo: si bien no relata episodios familiares, sus vivencias de infancia seguramente lo estimularon a contar la historia del caldo de cultivo de la dictadura, el momento del huevo de la serpiente, como diría Ingmar Bergman. Su abuela fue Susana Aguad, una reconocida escritora y abogada de sindicalistas que perteneció a la “Córdoba Roja”. Aguad perdió la casa familiar, que fue quemada en un operativo realizado por el Comando Libertadores de América. Tras el grave episodio, se exilió con su familia en Francia. Uno de sus hijos –el padre de Naishtat– regresó a la Argentina en 1984. Dos años después nació el futuro cineasta. Tras debutar en el cine con Historia del miedo –que reflejaba la paranoia y el temor de la clase acomodada en un country–, y luego dirigir El Movimiento –donde retrataba la anárquica Argentina del siglo XIX, con un mesiánico agitador que recorría la pampa, interpretado magistralmente por el recordado Pablo Cedrón–, Naishtat decidió meterse de lleno con un relato puramente ficcional ambientado en la antesala del golpe de Estado de 1976, pero que, vale aclarar una vez más, no es autobiográfico.  

  Protagonizada por Darío Grandinetti, Rojo –que se estrenará el jueves próximo–, muestra a un hombre extraño que llega a una calma ciudad de provincia. En un restaurante, y sin motivos aparentes, comienza a agredir a Claudio (Grandinetti), un reconocido abogado. La comunidad apoya al abogado y el extraño es humillado y expulsado del lugar. Más tarde y camino a casa, Claudio y su mujer Susana (Andrea Frigerio) son interceptados por el hombre extraño, quien está determinado a cobrarse una terrible venganza. El abogado toma entonces un camino sin retorno, de muerte, secretos y silencios en un pueblo cercano al desierto. Rojo es un thriller atravesado por una investigación histórica muy rigurosa, que reflexiona sobre la sociedad civil como cómplice del terrorismo de Estado. 

“La película nació de querer abordar un lado B de la historia, como en los casetes o los long play que tenés el lado A con los hits y el lado B con cosas que se escuchan mucho menos, pero que a veces tienen más duración en el tiempo”, cuenta Naishtat, en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa Grandinetti. “Y me parecía que esta cuestión de la sociedad civil, de la clase media de la época, está muy poco contada en el cine, habiendo tantas películas de los 70. Ese fue el punto de partida. Después, se fue armando el policial y fue tomando más forma”, agrega el cineasta, que obtuvo la Concha de Plata a la Mejor Dirección por Rojo, en el Festival de San Sebastián, celebrado en septiembre. Grandinetti ganó también la Concha de Plata al Mejor Actor, en tanto el tercer galardón para Rojo quedó en manos de Pedro Sotero, por la fotografía del largometraje (ver recuadro). 

–Ser hijo de padres exiliados le permitió tener una reflexión más temprana sobre lo que sucedió en la Argentina, ¿no?

Banjamín Naishtat:–Naturalmente, eso te da un imaginario y también te da un sentido de identidad política y social. Hay muchas mezclas de motivación porque también hicimos todo un laburo con el lenguaje del cine de la época. Hay una gran mezcla de intenciones y de gente mezclada. Creo que cada uno trajo lo suyo. Y los actores también. No es que eso es sólo mío.

–En relación a lo que decía del lado B de los casetes, no es casualidad que sus películas remitan a cuestiones históricas...

B. N.:–Sí, bueno, la primera, Historia del miedo, más o menos. 

–Tiene que ver con el odio de clase. Tal vez no es un acontecimiento histórico, pero sí es algo que se vivió en la Argentina. Y se vive.

B. N.:–Sí, me encanta el cine de época, tipo Barry Lyndon, ese tipo de películas que te hacen volar un poquito más. Ves otra época. Hacerlas es un placer, el vestuario, la investigación y la recreación. Hay un goce muy fetichista en entrar a otra época. Es maravilloso. Y el cine tiene eso porque te permite viajar en el tiempo. 

–¿Qué impresiones le dejó al protagonista la primera lectura del guion?

Darío Grandinetti:–Antes de eso voy a decir que el proyecto, en general, lo recibí de un modo que me llamó mucho la atención. Antes de leer el guion, había una cantidad de material, él me contaba cómo la pensaba rodar, los encuadres, el color, muchas referencias del cine de los 70. Cuando empecé a leer el guion podía imaginarme más o menos cómo pensaba filmarlo. Me pareció muy original porque por primera vez veía un texto desde ese punto de vista, mostrando al civil, al hombre de a pie, al cómplice. Y con un tiempo en los diálogos también poco habitual. Enseguida me resultó muy atractivo, no sólo porque hablaba de lo que hablaba, sino por la forma en que lo hacía. 

–¿Sus propios recuerdos de la Argentina de los 70 lo ayudaron a componer el personaje? 

D. G.:–Es brutal lo que tiene la película: un clima de lo que ocurría. Eso me pasó viéndola. Y es genial porque él no había nacido. Tiene un valor cinematográfico enorme. Diría cinematográfico más que testimonial e histórico, que también lo tiene. Rojo se dio en San Sebastián ante una sala con 1800 personas. Los días siguientes también se dio a sala llena. Y la mayoría de la gente no sabía del contexto histórico en el que transcurre. Salimos del cine y la gente aplaudía como loca valorando la película en sí. Eso fue muy revelador para mí. 

–Es cierto que el público extranjero no conoce del contexto histórico previo a la dictadura. ¿Ese contexto está en parte como fuera de campo en la película?

B. N.:–Funciona un poco como fuera de campo. Igual está, para el que lo pueda leer. Está a merced del público y cada uno se adueña de la película por donde puede y por donde le sale. Como decía Darío, la mostramos en España, también en Canadá, donde hay mucho menos idea de lo que pasó en Latinoamérica en los 70. Igual, la gente se conecta.  Hoy estamos viviendo en un mundo que invita mucho a ese tipo de reflexiones y la película está construida para que uno acceda, independientemente del bagaje histórico que tenga. 

–¿Por qué creen que si la Triple A fue la antesala del golpe de Estado no se habla tanto de ese momento o no fue abordado cinematográficamente con la misma intensidad que el cine sobre la dictadura?

B. N.:–Yo no diría que es una película de la Triple A. Más bien es del caldo de cultivo de un consenso social con el totalitarismo. Por ejemplo, en la provincia de Córdoba no actuaba la Triple A, actuaba un comando que era del Ejército. Hablo de antes de la dictadura. Se llamaba Comando Libertadores de América. Y nuestra película transcurre en el interior del país. Entonces, no me gustaría entrar a decir algo de la Triple A porque si tengo que ponerme riguroso históricamente, el Ejército ya estaba actuando en un montón de provincias, como por ejemplo, en Tucumán. 

–¿El film es una toma de postura política sobre la violencia?

D. G.:–No lo pensé así, al menos. Aspiro a que sirva para reflexionar sobre todo aquello que creemos que no va a volver a ocurrir y que sigue ocurriendo de otras maneras. 

B. N.:–Cuando ves lo de Brasil, pensás que, de otra manera, sí. 

D. G.:–Hay que estar atentos. Están ahí. No se han ido nunca ni se van a ir. Hay que neutralizarlos con políticas, en democracia, con herramientas democráticas, cultura, que es el principal enemigo de ellos. No es casual que todas las derechas del mundo se caguen en la cultura y en la educación. Todas. La herramienta es la política. No me vengan con el desprestigio, que la corrupción es sinónimo de política y sinónimo de kirchnerismo. Parece que la corrupción se genera porque el corrupto le mete la mano en el bolsillo al corruptor. No. Viene un corruptor y te pone la plata. De eso no se habla nunca. 

–Con el surgimiento de los neofascismos y las derechas volviendo al poder, hay un tema clave: la sociedad no es solamente víctima sino que hay una complicidad civil. Y de algún modo, la película habla de eso, de la complicidad civil, ¿no?

B. N.:–Tengo la esperanza de que ese sea “el” tema. El tema que tratamos es ese, cuando la acción es por omisión. Tratamos de contar sobre una sociedad que participa calladamente. 

D. G.:–Y también porque elige ignorar. Te dice: “No te metas”, “En esto, no”, “Yo de política no hablo”. En el fondo hay una gran ignorancia y una mediocridad porque todo lo que hacemos en nuestra vida está condicionado por la política. Casi lo diría al revés: la política está condicionada por nuestras actitudes diarias, cotidianas. Entonces, es un disparate cuando dicen esas frases.  

–Es una película sobre los 70 con un estilo cinematográfico cercano al de aquella época...

B. N.:–Sí, parecía interesante revisitar esa forma de filmar porque es muy cruda, muy seca. Es también divertida. Y fuimos para ese lado. Creo que una de las cosas que más le sorprende a la gente es encontrarse con ese lenguaje, con esos movimientos de cámara, con esos zooms. Es un cine que se ve poco, pero es de los más grandes que hubo. 

–Es también una historia sobre las miserias humanas, sobre personas que son bien calificadas socialmente pero que esconden un lado oscuro. 

D. G.:–Sí, también es eso. Bueno, los grandes cómplices fueron esos tibios. Tibios en el mejor de los casos. Esos pusilánimes que sacaban partido de todo. Que sacan partido de todo. Y la peli también habla de tomar conciencia de que no se puede sacar conclusiones solamente en función de cómo le va a uno. Si fuera así, no tendría ningún sentido votar. Habla profundamente de eso. También es verdad que la película tiene el valor cinematográfico del que hablábamos antes, como para disfrutarla, pensando que es una cosa fantasiosa o imaginaria, que pudo haber ocurrido y no ocurrió. O que podrá ocurrir pero no lo sabemos. Y ojalá se piense así porque ayudaría a verla sin partidismos, porque siempre los que hacemos este tipo de películas somos tildados de determinada manera, como que estamos defendiendo algo y atacando también algo específico. Yo sí que estoy de un lado de la grieta y no tengo problemas en admitirlo, pero la película pretende otra cosa, más amplia. Alguien la podrá ver creyendo que ese monstruo que se está armando es el kirchnerismo (risas). 

–¿Se puede decir que su personaje tiene una doble moral?

D. G.:–Tiene muchas morales: “Si no le gustan, tengo otras”. Es un inmoral. Me imagino un tipo pegajoso, como una anguila. A este tipo no me costaría imaginármelo marcando gente o, incluso, teniendo una participación más activa.

B. N.:–Lo bueno es que no sabés porque si lo supieras perdería la ambigüedad.

D. G.:–Claro, lo que vemos ahí es un tipo que no sabemos para dónde va.

B. N.:–La ambigüedad es más inquietante.

–Si bien el personaje tiene su lado oscuro, cuesta verlo como el villano de la historia. ¿Ahí radica la ambigüedad?

B. N.:–La propuesta dramatúrgica es un poco esa, que el espectador empatice con una especie de ser bastante miserable. Como somos todos en alguna medida. Todos tenemos nuestras pequeñas miserias. Si lees Crimen y castigo te enganchás leyendo sobre un asesino. Es un efecto de identificación muy fuerte que tienen los personajes miserables, mucho más que los virtuosos. Y me parece mucho más interesante trabajar con eso que con uno que es “villano, villano”. 

–Si bien Rojo es una película sobre un tiempo pasado puede tener una lectura en este contexto de avanzada del neofascismo del que hablaban antes...

D. G.:–Sí, el mundo está así. Europa también, es tremendo. No son partidos de derecha. Hay francamente fascistas. Tenemos que estar atentos. Uno no puede olvidar su rol de ciudadano. No se puede. Se puede pero no se debería. Si no, se contaría que apareció una nave espacial y nos inoculó el germen del fascismo. 

B.N.:– Y las cosas vienen de antes de los 70.

D. G.:– Y causa gracia que le atribuyan las cosas al kirchnerismo, como si antes no hubiera existido nada. ¿Antes de Néstor y Cristina se vivía en armonía total en el mundo? Es un disparate. 

–¿Hay política cultural en la Argentina?

B. N.:–Sí, una muy mala. Es una política elitista. Hay un retroceso muy grande. Y en lo que nos compete hay un peligro de que el cine argentino, que es uno de los diez más importantes del mundo, pierda su lugar. Dentro de los próximos años, no sé si vamos a estar en los festivales de San Sebastián, Cannes, Venecia y todo lo demás, porque se está filmando dos o tres semanas, no se están dando créditos, no se están designando comités. La gente que está ahora en el poder no tiene ninguna relación con la cultura, no sabe ni lo que es. 

–¿No sabe lo que es o sabe y la quiere eliminar?

D. G.:–Sí, la quieren eliminar. Le tienen pánico. 

B. N.:–La masa del caldo de cultivo que ellos necesitan es gente embrutecida, no pensante. Entonces, la cultura es un obstáculo para eso.