No es un invento del firmante de esta nota. Lo dijo Macri. “Cada uno tiene que cobrar lo que corresponde”,sostuvo el presidente en la inauguración de un parque eólico en la provincia de Chubut. “Nadie puede pretender cobrar más de lo que vale su trabajo porque deja a cientos de miles de argentinos sin trabajo.” El salario, argumentó además, es una parte de la “logística” de las obras. Pasó como pasa todo actualmente en este país sin merecer mayores comentarios ni reflexiones. Sin embargo, en esas palabras está la clave ideológica de este gobierno y su presidente.
El lugar del trabajo y de los trabajadores es una clave central de la conformación histórica de la Argentina contemporánea. Perón entró en la historia por sacar de la oscuridad esta elemental premisa. Por recogerla de la historia del sindicalismo anarquista, socialista, comunista y socialcristiano. Por comprender que la negación de los derechos obreros era la causa principal de las grandes destrucciones, de las guerras civiles y la decadencia de las naciones. Ese impulso solidario constituye el elemento fundamental de la cultura política argentina contemporánea y fue el objeto principal a destruir por las agendas represivas y terroristas de las dictaduras durante los últimos 50 años de historia. La solidez material y moral de los movimientos de los trabajadores es una diferencia específica de nuestra historia.
La baja del salario es el principio básico de la plataforma nunca escrita de la política oligárquica en el país. Es la clave de la “competitividad”, de la conquista de un lugar en el mundo, del equilibrio de las cuentas fiscales y hasta de la “armonía social”. Se necesita disciplinar la mano de obra argentina para ser un país ordenado, para terminar con los piquetes que obstruyen las calles, para ser un país normal, como lo son aquellos que no ponen en discusión la superioridad moral del capital sobre el trabajo. Hay en la oligarquía nativa envidia por el modo en que resolvieron este problema algunos países cercanos. Chile, por ejemplo, donde la dictadura pinochetista tuvo éxito en una reconstrucción material, cultural y moral que borró por muchos años la herencia de Allende y de la Unidad Popular. Mientras que aquí la politiquería de comité –incluida en ella buena parte del personal de las dictaduras cívico-militares– terminó siempre negociando con políticos y sindicalistas y conviviendo con la cultura populista. Macri es hoy el exponente principal de este diagnóstico político. Es esa su obsesión principal, el eje que organiza su utopía individualista, anti solidaria, falsamente meritocrática puesto que no se puede llamar mérito a la herencia familiar defendida con represión, persecución y muerte como ha sucedido de modo recurrente en nuestra historia.
Por eso el apellido Moyano simboliza hoy la roca dura que el gobierno quiere horadar de una vez y para siempre. Los dirigentes sindicales que portan ese apellido merecen muchas críticas de las que esta página no se ha abstenido. Pero el lugar político y estratégico de los Moyano se explica por circunstancias irreductibles a las conductas que suelen ser objeto de esas críticas, dos de ellas fundamentales: la fuerza material del sindicato de camioneros - unida a su peso en la vida pública del país, en “la calle”- y la consecuencia de estos dirigentes en su defensa, que incluye la invulnerabilidad ante las amenazas del poder. Ese apellido tiene hoy un significado concreto : es la representación del país que no tiene miedo al apriete político, mediático y judicial. Y ese significado es cardinal en la etapa que viene porque el gobierno ha perdido toda capacidad de atraer esperanzas populares. Le queda la publicidad y el látigo. Y no hay estrategia de marketing que pueda sobrevivir a lo que hoy es una evidencia: lo que queda del período de gobierno asoma como un tiempo de sufrimientos para la gran mayoría de los habitantes de este país. De modo que es altamente probable que el poder político se vaya desplazando hacia una mayor centralidad del ministerio de seguridad.
Por su parte, el juez Carzoglio ha producido un hecho trascendente: se ha opuesto a un nuevo abuso judicial macrista y no dio la orden de detención a Pablo Moyano. Se colocó así en el ojo de la tormenta; rápidamente se desató la jauría periodística contra su persona y con la misma rapidez el procurador de Vidal lo amenazó con el procesamiento por falso testimonio. Estos hechos son relevantes. Porque son un palo en la rueda del más grande ataque contra el estado de derecho desde 1983, que consiste en convertir a uno de los poderes de la república en una agencia de persecución, provocación y hostigamiento de la vida política democrática. Después de la decisión de este juez tienen otra potencia muchas voces de dentro y fuera del poder judicial que vienen impugnando el atropello autoritario. Y empieza a aparecer la inquietud en la corporación judicial sobre la suerte que puede esperar a algunos de los alfiles principales del macrismo en su tarea de someter al poder judicial a sus arbitrios, que consisten en despejar la ruta para el triunfo de un proyecto neocolonial en el país. La relevancia del hecho consiste también en que los objetos de la persecución provisoriamente desbaratada son referencias principales del movimiento obrero. Y esto en tiempos en que uno de los filos de la contrarreforma judicial de facto que está en marcha apunta a debilitar el fuero laboral con el fin de producir desde los fallos judiciales las reformas legales para las que no han conseguido mayorías parlamentarias.
En suma, el trabajo está en el centro de la escena política argentina. Macri lo ha puesto allí con la insólita frase mencionada al comienzo de esta columna. Como un contra homenaje al aniversario número 200 del nacimiento de Karl Marx, la frase presidencial deroga por decreto la teoría de la plusvalía. Desde ahora sabemos que las patronales, cuyo lugar en el mundo es la beneficencia, han estado contratando trabajadores aun cuando éstos cobran más que lo que vale su trabajo. Es muy fácil deducir de esta insólita afirmación que el desastroso resultado de las políticas económicas de este gobierno no son el fruto de errores circunstanciales sino el fracaso –y el principio del fin– de una experiencia política guiada por la utopía de rehacer la cultura política argentina. De producir el tránsito del populismo al mundo feliz. El mundo feliz del dominio incompartido de las grandes patronales locales y globales.