A las 6 de la mañana salieron de Pergamino los trabajadores y trabajadoras nucleadas en el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata) para estar en Luján antes de que arranque la misa. Fueron 180 kilómetros de cantos y banderas. Llegaron en micros a pedir, según explicaron, “eso que le está faltando a mucha gente”: trabajo. “Lo que pasa es que los que podemos venir tenemos que hacerlo por los que no pueden y venimos a pedir por ellos”, resumió Juan, uno de los compañeros del grupo ubicado en uno de los laterales de la basílica y del escenario. Un grupo que, en sus propias palabras, estaba integrado por “privilegiados”, es decir por trabajadores con empleo.

En las calles de Luján miles y miles de trabajadores y trabajadoras organizadas se aunaron tras el “Paz, pan y trabajo” para pedir por sus propias consignas. Para pedir por la clase trabajadora. Incluso en el caso de pequeños comerciantes. “Nosotros vinimos porque acá hay mucha gente buscando lo que nosotros producimos, que es el pan, y nos pareció importante decir que nuestra industria también está muy destruida y que así nunca vamos a poder tenerlo”, contaron los agrupados en el Centro de Industriales Panaderos de Avellaneda, que también viajaron mucho –más de dos horas– y en micros porque “el pueblo está muy mal”.

Trabajadores sueltos, por su cuenta, también hubo, pero menos. Mirta, de 71 años, de La Plata, y de la jubilación mínima, fue una de ellas. Lloró durante toda la charla con PáginaI12, que sólo llegó a preguntarle por qué se acercó.”Perdón, es que esto me emociona y no puedo… Es muy fuerte volver a vivirlo. Es una pena que no haya muchísima más gente, aunque esté todo lleno. Vine con mi marido porque hay que mostrarle al gobierno que somos personas, que lo que pensamos importa, y que no puede gobernar solamente para un grupo como pretende hacer. Evidentemente Mauricio Macri no sabe nada de política, porque si tuviera una mínima idea gobernaría para el pueblo y no contra él”, sentenció la mujer, que no terminó de ponerse de acuerdo nunca con su compañero sobre si hasta Luján fueron dos horas y media o fueron tres. 

Desde el micrófono una locutora anunció “el desfile” de la Virgen. La figura entró empujada de frente a la Catedral. Alejandro y sus compañeros de la delegación de Camioneros de Tucumán que viajaron 22 horas para estar en Luján nada más que dos. “Queremos que haya un cambio positivo para todas las clases sociales, que tengamos prosperidad y sigamos adelante como pasaba antes. Si sigue así, el gobierno va a ir muy mal. La gente no tiene trabajo y necesita respuestas ya”, opinó, al tiempo que sostuvo ante este diario que “quedándonos en nuestras casas no vamos a llegar a ninguna solución”.

Como Alejandro, como Mirta, y también como Juan, Marilú y Ana María estuvieron desde temprano y hasta el final. Su caso fue algo distinto. A ambas las echaron de su lugar de trabajo –la empresa de productos de cuero Prune– en los últimos meses “por ser mujeres y apostar a la organización sindical”. La primera trabajaba en ventas en distintos locales y fue despedida hace seis meses. La segunda en manufactura y fue cesanteada hace un mes. “Fuimos al Encuentro Nacional de Mujeres la semana pasada y ahora venimos acá porque nosotras somos las que bancamos la casa, las que ponemos el cuerpo y las más perjudicadas por este esquema neoliberal”, deslizaron las manifestantes del Sindicato de Empleados, Capataces y Encargados de la Industria del Cuero (Seceic) que, pese a su propia situación, se movilizaron “por las que no tienen fuerzas para luchar más”.

No lo supieron ni tuvieron contacto, pero muy cerca de ellas, un poco más cerca de la valla que dividió a los y las dirigentes, los párrocos y la Virgen del resto de la gente, otro grupo de mujeres trabajadoras organizadas manifestó a este diario algo similar. “Nosotras las mujeres necesitamos un poco de paz. Nos destrozan la salud pública, nos sacan la escuela pública y con estas políticas económicas no damos más”, empezó a decir una, pero su hija la interrumpió. “Ma, ¿ésa quién es?”, preguntó Milagros (vaya nombre), de 9 años, una de las pocas niñas de todo el lugar. “Es la Virgen de Luján, hija”, le dijo la madre. Esta cronista se alejó oportunamente del grupo cuando las empleadas municipales empezaron a ensayar una respuesta acorde a su edad para la última pregunta de la nena: “¿Y ella es la que nos tiene que ayudar?”.