PáginaI12 En Francia
Desde París
Estaban destinadas a ser un espacio social y responsable y terminaron convirtiéndose en un instrumento masivo de manipulación política y en un basural donde abundan las amenazas, los insultos, los agravios, las calumnias masivas, las venganzas y los patoteros anónimos de toda índole: las redes sociales son el depósito infinito de las peores inclinaciones de la condición humana. Del Brexit en Gran Bretaña, pasando por la elección de Donald Trump hasta la consulta presidencial brasileña donde WhatsApp sirvió de lazo para sembrar incontables mentiras, la eficacia de las redes está sobradamente probada. Ya no cabe llamarlas redes sociales sino “redes suciales” o, como las definen dos autores franceses que acaban de publicar un ensayo- investigación sobre el tema, liza y llanamente “un monstruo”. El sueño igualitario desembocó en une pesadilla colectiva. La semióloga Pauline Escande-Gauquié y el teórico de los medios Bertrand Naivin exploran los pasillos más oscuros en el libro Monstres 2.0, l’autre visage des réseaux sociaux (ed. François Bourin) (Monstruos 2.0, el otro rostro de las redes sociales). Twitter, FaceBook, Instagram y los demás derivados con sus ejércitos de conspiradores, trols y vengadores incógnitos son un espacio de suciedad globalizada. Pauline Escande-Gauquié observa que “la redes sociales funcionan como un médium, o sea, una técnica, a través de la cual los desbordamientos del espacio real se multiplican porque dentro de ese otro espacio virtual no hay control ni regulación. Allí todo depende del libre arbitrio, o sea, de la capacidad de los individuos a autorregularse”.
Esa autorregulación, en las redes, es una utopía. Reina la angustia y una suerte de maldad descontrolada. La semióloga francesa observa a este respecto que “las redes sociales nos empujan cada vez más hacia el pathos y cada vez menos a la reflexión”. Entre todos estos odios y violencia arrojadas en las redes se perdió la utopía inicial de quienes las crearon, tanto más cuanto que, asegura la autora, “en el espacio virtual ciertas fronteras que se activan en el mundo real explotan, lo que termina explicando la profanación y la transgresión”. Al principio, “la cultura web estuvo empujada por una cultura que giró en torno al acceso gratuito al conocimiento para todos. La idea central consistió en que la expresión fuera totalmente libre y, de esa forma, romper la verticalidad y permitir que el público tuviera la oportunidad de expresarse con otra mirada sobre los acontecimientos, tantos los históricos como los de la actualidad”. Ese enfoque-sueño quedó sepultado, y no sólo por las agresiones o agravios, sino por una suerte de totalitarismo del chantaje y la vigilancia. Eso es precisamente lo que los autores de Monstruos 2.0 llaman “el control absoluto”. Según precisa Pauline Escande-Gauquié, se trata de un régimen donde el “riesgo totalitario no esta personificado por un ente de vigilancia. No. Está basado en la lógica de la sociedad de vigilancia. Cada ciudadano tiene la capacidad de vigilar, de multiplicarse. Ya no es un órgano de vigilancia que lo observa todo para controlar. Ahora es el control de todo por todos, a cada momento sabemos que todo el mundo está mirando, controlando”.
Resulta agraviante constatar que en una sociedad totalmente libre de su expresión los individuos acepten sin protestar que las redes se entremetan en todo, a cada instante, que cada huella sea convertida en dinero y que no existe ni se reclame un marco de regulación. Los pocos dirigentes políticos que tratan de limitar los zarpazos del Monstruo se encuentran en minoría. La propia Comisaria europea de Justicia, Vera Jourova, calificó a Facebook como “un flujo de basura”. Las redes parecen convertirnos en seres con una doble identidad. El psicólogo y psicoanalista Michaël Stora, fundador del Observatorio de los mundos digitales en ciencias humanas (OMNSH) y autor del libro Hiperconnexion (Editorial Larouse) comenta que “se pueden ver a las redes sociales como una suerte de baile de máscaras. La idea que preside todo es que en las redes me permito ser ese otro que, por lo general, no me autorizo a ser”. De allí una de las características monstruosas del territorio virtual, al cual, a propósito de Facebook, Michaël Stora califica como una suerte de “tiranía invisible”. Facebook sería así, para los dos autores de Monstruos 2.0, “un nuevo Leviatán, al mismo tiempo vector de socialidad y monstruo voraz que vive no ya en un caos acuático sino digital”. Esos monstruos plantean “un interrogante a nuestra humanidad y a los desvíos de nuestra época”, asegura Pauline Escande-Gauquié, para la cual, por un lado “será necesario reforzar de una u otra forma nuestra educación digital porque las redes no son solo un espacio de likes o selfies inocentes. Por otro lado, será preciso sancionar financieramente a las empresas que administran las redes monstruos. No podemos pensar más en vivir desconectados porque esos útiles son fenomenales si se los utiliza bien”.
Mientras tanto, conviviremos con un territorio virtual donde reinan el patoterismo y el arreglo de cuentas, las identidades múltiples y los traficantes de opiniones. Los racistas, los homófonos, los misóginos, los agresores de mujeres, los cornudos y cornudas y las empresas que hacen dinero con todo esto tienen al alcance de sus dedos un mundo ideal. La pregunta que subyace a lo largo de todo el libro consiste en saber si las redes sociales nos convierten en monstruos potenciales o no hacen más que despertar el monstruo que ya estaba adentro. “El problema, destaca la autora, es que con internet tendemos a confundir la vida virtual y la vida real. Antes, ambas estaban bien separadas, pero ya no”. Y dentro de esa virtualidad se abren las fauces de los Monstruos en plural porque esta investigación descubre que, en las redes, somos monstruos múltiples: “monstruos híbridos con varias cabezas como la Hidra de la mitología griega cuyas cabezas vuelven a crecer cuando se las corta. Las redes sociales reproducen esa hibridez porque allí se pueden crear varias identidades con las que se revelan así nuestras zonas obscuras: monstruos devoradores, empezando por el mismo medio que devora el tiempo y nuestras capacidades criticas cuando nos tienta permanentemente a escribir, a mirar y a opinar de forma adicta: monstruo de la bestialidad también desde el momento en que las redes sociales alientan a la expresión de nuestras pulsiones más mórbidas y agresivas. Y esa bestialidad es, a menudo, el signo de un retroceso civil”. En suma, las redes, según los autores, ofrecen la alternativa perfecta: santos en la vida cívica y real, monstruos encubiertos en las redes.