¿Qué les pasa a los personajes de una película de terror cuando el terror termina? Es una pregunta engañosa teniendo en cuenta que se sabe que nada de eso sucedió en realidad. Generalmente, los espectadores dejan el cine asumiendo que hay un final feliz para los que sobrevivieron. Pero la secuela de un clásico del género no solo discute esa idea, sino que además ofrece un recordatorio de que sobrevivir a semejante ordalía nunca es el final de la historia. Halloween, esa secuela fechada en 2018 y que se estrena este jueves, tiene lugar 40 años después de la tristemente célebre juerga de asesinatos de Michael Myers en el original dirigido por John Carpenter en 1987. Desde entonces hubo una cadena de secuelas y remakes, pero la astuta nueva incursión de David Gordon Green –con un guión coescrito por Jeff Fradley y Danny McBride– las deja a un lado. Esta vez se le evitan al espectador papelones como la revelación de que Myers es hermano de Laurie Strode o algo así. En lugar de eso, Halloween se reencuentra con Laurie, nuevamente interpretada por Jamie Lee Curtis, en el presente. Lo que se descubre es que, desde entonces, ella ha vivido bajo la letal sombra de Michael. Sus dos matrimonios fracasaron y perdió la custodia de su hija Karen (Judy Greer), que desde entonces se ha distanciado de su madre junto a su propia hija Allyson (Andi Matichak).
Para Laurie, la única prioridad ha sido mantenerse lista y preparada para lo que ve como un inevitable regreso de Myers. Esencialmente, se ha convertido en una prisionera en su propia casa, convertida en una fortaleza equipada con toda clase de armas, escondites y trampas cazabobos. La violenta campaña de Michael no terminó el 31 de octubre de 1978: se siguió desencadenando en Laurie, la única sobreviviente de la masacre.
“La película comenzó antes del movimiento #MeToo”, dice Curtis. “Fue escrita en enero de 2016, y el movimiento realmente empezó en agosto de 2017”. Aun así, puntualiza la actriz, encaja hoy perfectamente con la determinación del movimiento de destacar los profundos y duraderos efectos del trauma que sufren quienes sobreviven a situaciones de abuso y violencia. “Mujeres y hombres en todo el mundo están empezando a alzarse y decir ‘Esto me pasó a mí, pero no tiene por qué definirme’”, analiza Curtis. “Hicimos una película de horror que es ciertamente aterradora, pero en el centro de su temática está el trauma. Estamos teniendo una conversación que ha sido silenciada durante mucho tiempo”.
La historia del género de horror ha sido siempre la historia de los miedos de una nación. Ofreció un mapa de las cambiantes ansiedades, o cómo se han ido adaptando y modificando a través de las décadas. Para esta Halloween, representar el trauma de esa manera es asumir y elaborar cómo ha cambiado la relación con el miedo y la violencia, y que la naturaleza de aquel “cuco” de 1978 no es la misma hoy. Cuando el productor Irwin Yablans buscó a Carpenter para que escribiera y dirigiera una película de terror para su nueva compañía productora, soñó con “una película que tuviera el mismo impacto que El Exorcista”. Ese título de 1973 se alimentó de la creciente ansiedad pública sobre el ocultismo, disparada a partir de los crímenes del clan Manson en 1969. En lugar de eso, Halloween capturó una obsesión nacional con la figura del asesino serial, que alcanzó su cumbre a fines de los años ‘70 y comienzos de los ‘80.
La imagen de Michael Myers como una fuerza imposible de detener, a un grado casi sobrenatural, va al hueso de las caracteristícas casi automitológicas de los asesinos en serie de los setenta; fue una década acosada por personajes como el Asesino del Zodíaco o el Asesino del Alfabeto, que nunca fueron atrapados. Semejantes criminales fueron conocidos por sus extraños patrones de conducta. De algún modo, el asesino en serie era una especie de “hombre de la bolsa” cultural del período: una fuerza del mal incomprensible y sin rostro. Aún más aterrador era el concepto de cuán cerca podía estar semejante fuerza maligna. Halloween está ambientada en el pueblo ficcional de Haddonfield, Illinois, pero podría transcurrir en cualquier parte; el nombre procede de Haddonfield, New Jersey, donde creció la coguionista Debra Hill, mientras que la mayoría de los nombres de las calles son tomados de Bowling Green, Kentucky, el pueblo natal de Carpenter. A Michael se lo muestra como una amenaza directa al suburbio, a ese paisaje de cercas blancas y pasteles de manzana tan amado por la familia nuclear estadounidense.
Muchos de los más notorios y publicitados asesinos en serie de los setenta llegaron para corporizar una amenaza similar. Ted Bundy era un hombre encantador y bien parecido, con un trabajo en el Partido Republicano; John Wayne Gacy podía disfrazarse de payaso para actuar en fiestas infantiles del barrio. De hecho, Michael estuvo a punto de portar una máscara de payaso, hasta que se decidió que usara el ahora icónico aspecto con una máscara del Capitán Kirk pintada de un blanco azulado. Es la mejor opción: una cara casi sin rasgos ni expresión que viene a recordar al asesino no identificado entre nosotros. En el principio el film pudo ser largamente vilipendiado por los críticos (la legendaria Pauline Kael, de The New Yorker, dijo que “carece de todo menos un estúpido sentido del terror”), pero Halloween pulsó una cuerda especial en los espectadores. Filmada con un miserable presupuesto de 320 mil dólares, terminó recaudando 40 millones, que a precios de hoy equivalen a 200.
En 2018, el asesino serial ya no arrastra la misma amenaza. Las estadísticas llegaron a su pico en los años ochenta, pero desde entonces sufrieron una sostenida declinación. El asesino en serie ahora se ha convertido en un fenómeno histórico más que coyuntural, el objeto de un interminable curso de podcasts y documentales de Netflix que se lanzan ansiosamente a desmenuzar los detalles, en un intento de comprender qué sucedió o por qué sucedió: eso queda debidamente representado en esta Halloween, que presenta a dos periodistas ingleses que buscan desenterrar información del pasado de Michael para un podcast. Hasta cierto punto, la amenaza de Myers ha sido neutralizada, lo que quizá explica por qué la remake que hizo Rob Zombie en 2007 invirtió tanta energía en tratar de explicar su historia: un intento de entenderlo mejor. En la versión 2018 la naturaleza de la maldad de Michael ha cambiado: es un peligro mucho más inmediato y, a la luz de la cambiante comprensión del trauma, mucho más duradero.
En particular, la Halloween de 2018 busca reflejar cómo la investigación demostró que el trauma puede ser transmitido a través de las generaciones, en la herencia genética y en el comportamiento. Según explica Curtis, “el trauma es un efecto residual de la violencia. Sabemos eso. Lo sabemos a través de la historia, porque la estudiamos. Porque es generacional. Si no se trabaja en ello, se transmite. Por eso esta película trata del trauma generacional”. En el film, Karen se descubre incapaz de perdonar a su madre por una infancia vivida en un miedo permanente, mientras Allyson lucha por diferenciarse del estrés heredado de las experiencias de Laurie. Esta nueva película, en un sentido, marca la evolución final de “la última chica”, un tópico que estableció el film de 1978, aunque su legado aún es conflictivo. Curtis no era la preferencia inicial de Carpenter para el personaje, pero se convenció cuando supo que era hija de Janet Leigh, la protagonista de Psicosis. Dado eso, la Laurie de Curtis podía ser vendida como alguien que heredaba el título de “reina de los gritos” de su madre. Al ser su debut en la gran pantalla, la actriz cobró solo 8 mil dólares, aunque significó el lanzamiento de su carrera.
De cualquier manera, y a pesar de la insistencia de Hill de que Laurie fuera vista como “un personaje fuerte, con voluntad de hierro y sin temor a nada”, el hecho de que fuera Laurie la virgen quien sobreviviera se convirtió en un hecho central en el debate de si la película contribuía a una narrativa en la que una mujer sexualmente activa estaba condenada a –lo merecía– alguna clase de castigo. Más allá de los debates sobre la “chica final”, esta Halloween no solo deconstruye la idea sino que cuestiona la misma validez del término, cuando puede encontrarse poca sensación de final para Laurie. El trauma no permite esa clase de victoria. Y es un terror que debe reconocerse.
A Curtis, su regreso al personaje de Laurie finalmente le permitió responder una importante pregunta: “¿Qué le pasa a esta gente al día siguiente?”. A sus ojos, Laurie volvió a la escuela el 1º de noviembre de 1978, al día siguiente de la masacre de Michael, “con solo una venda en el brazo, pero siendo una persona diferente”. La Laurie que era popular, a la que le iba bien en las clases, que se sentía atraída por un chico y tenía toda una vida por delante, era ahora la Laurie a la que se señalaba y sobre la que se murmuraba en los pasillos. “Eso es lo que produce el trauma”, dice la actriz. “Se lleva tu inocencia, tu fuerza vital. Y te deja con una mancha, con un distintivo, la marca del trauma. Y tenés que conseguir ayuda, y eso es algo que sabemos. Esta es una película que trata de una mujer que no pudo conseguir esa clase de ayuda”.
Clarisse Loughrey: De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.