Lucio Domicio Enobarbo, así se llamaba Nerón, el emperador romano famoso por sus extravangancias y por algunos hechos de sangre que hace un tiempo son tema de revisión para los historiadores que indagan sobre la Roma del primer siglo antes de Cristo. Tal vez a causa de su fama de actor vocacional, por su empeño en dotar de anfiteatros a varias ciudades del Imperio, que el dramaturgo Alejandro Acobino haya reparado en él para dedicarle su obra Enobarbo, todavía inédita. Fallecido hace 7 años, Acobino, quien estaba escribiendo este texto alrededor de 2001, había llegado a decirle al actor Osqui Guzmán que él podría ser uno de los personajes centrales de la pieza.
El autor se refería a Atticus, un esclavo que, luego de servir a Séneca, consejero de Nerón, en su texto se convierte en Ministro de Cultura. “Un ejemplo del humor acobinesco”, festeja Guzmán en la entrevista con PáginaI12. Luego de tres años de proponerla para su programación, la obra fue estrenada en el Teatro Cervantes bajo la dirección del mismo Guzmán quien se hace cargo, claro está, del personaje que el propio autor le había asignado. Completan el elenco Manuel Fanego, Pablo Fusco, Leticia González de Lellis, Javier Lorenzo, Fernando Migueles y Pablo Seijo. La música original es de Tomás Rodríguez, el vestuario de Gabriela Aurora Fernández y la escenografía de Mariana Tirantte.
En la obra, Atticus oficia de presentador y desde ese rol acomoda las piezas de un relato que, si bien va y viene en el tiempo, mantiene como ejes tanto al emperador como a Séneca, alrededor de los cuales se mueven, entre otros, Agripina y Popea, madre y esposa de Nerón, interpretadas ambas por la misma González de Lellis. Son varios los actores que se hacen cargo de más de un rol. “Pienso en los actores como un cuerpo que tiene una dinámica, como si fuera una máquina que no para”, dice Guzmán, quien solía compartir escenario con Acobino cuando éste personificaba al presentador del grupo Sucesos Argentinos.
Autor de Continente viril y Absentha, entre otras, Acobino escribió esta obra en la que Nerón da rienda suelta a su pasión por el teatro, llegando, incluso, a encerrar al público para que no se vaya de la sala. Según cuenta Guzmán, “Aco” era un estudioso del mundo antiguo, de la tragedia y la mitología y de “toda locura que pudiese ser inspiradora para hacer teatro”. Director de espectáculos como El centésimo mono, que ya va por su octava temporada, Guzmán dirige por primera vez un texto que no es suyo, “todo un bautismo”, reconoce, satisfecho, además, por haber logrado que “un autor como Acobino vuelva al presente, que es el tiempo del teatro”.
Los personajes de Nerón y Séneca muestran una cara desconocida a la comúnmente divulgada. Porque Séneca, recordado por su proverbial sobriedad, en la obra “abandona la conducta estoica y se convierte en el centro de la intriga que lleva a la muerte al propio Nerón”. Tampoco el emperador está visto como un loco sanguinario sino como un hombre movido por la noble causa de salvar al teatro. Según subraya el actor y director, se sabe que muchos de los anfiteatros que fueron construidos en el imperio se hicieron por mandato de Nerón. Esto implica un punto de vista: “En aquel tiempo”, observa Guzmán, “ser actor era más despreciable que ser esclavo. Que un emperador fuese actor, que construyese teatros y que declarara obligatoria la asistencia a las obras era algo revolucionario”.
Para Guzmán, Enobarbo es una pieza que habla acerca de la relación de la cultura con el poder. En este sentido, interpreta que si bien es posible buscar en el poder el apoyo que permita la creación y circulación de bienes culturales, también desde el poder se promueve una utilización de la cultura para captar y adular a las mayorías. Guzmán también analiza: “Si la elite romana pensaba que el teatro era un objeto cultural sin demasiado valor, para Nerón en cambio era un motivo de adoración, un lugar donde todos los hombres pueden convertirse en dioses”.
* Enobarbo, Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815) de jueves a domingo, a las 21 hs.