PáginaI12 En Francia
Desde París
Algunos países reaccionaron de inmediato y con firmeza, Alemania; otros cambiaron sus posiciones según los días, Estados Unidos; algunos, en Occidente, se sumaron a Alemania con algún atraso, Francia y Gran Bretaña, y otros, como España, asumieron unas de las posiciones más cobardes que se conozcan sólo porque le vendieron muchos millones de dólares en armas a Arabia Saudita y no convenía protestar muy alto para no perder el negocio. El asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en el consulado saudita de Estambul ofreció todo el abanico hecho de cinismo, oportunismo político, diplomacia de los intereses y posturas asustadizas que suele agitarse en algunas crisis donde quien la provoca es un socio necesario.
Las condiciones en las que murió Jamal Khashoggi así como el rápido descubrimiento del comando de espías sauditas que intervino en la desaparición del periodista llevaron a que este caso se convirtiera en uno de los escándalos más costosos para su imagen y sus negocios a los que se haya enfrentado hasta ahora Arabia Saudita. El crimen del periodista pone a prueba la legitimidad del príncipe heredero saudí Mohammed Ben Salman, alias “MBS”, y también la lealtad de Occidente con sus retóricas democráticas. La crisis, desde ya, puso en entredicho uno de los proyectos más ambiciosos de Salman y detrás del cual las grandes empresas tecnológicas del mundo se frotaban las manos como lobos hambrientos ante su cercana presa. Riad había invitado a los directivos de las empresas de altas tecnologías a una cumbre que debía celebrarse entre el 23 y el 25 de octubre. Se trata del llamado “Davos del desierto” dedicado a avanzar en el proyecto Visión 2030. Este plan de desarrollo presentado hace dos años tenía como objetivo transformar completamente la economía saudí. Mohammed Ben Salman pretende que Arabia Saudita, primer exportador de petróleo del mundo, se vuelva un mastodonte de los servicios y de las tecnologías digitales. En ese plan Visión 2030 entraba la construcción de “Neón”, una ciudad futurista tan grande como Bélgica y cuya construcción está cifrada en 500 mil millones de dólares.
Seguramente, como lo admiten anónimamente varios empresarios franceses citados por la prensa, el caso de Khashoggi “le da un golpe al atractivo de Arabia Saudita”. Ello se tradujo ya por la anulación de los desplazamientos de decenas de empresarios que rehusaron acudir a la cumbre tecnológica del príncipe hasta que no haya vientos más limpios. Será difícil que el liberalismo renuncie en nombre de los valores a hacer fastuosos negocios con el reino wahabita, tanto más cuando que Jamal Khashoggi era un critico permanente de los delirios autoritarios del príncipe: Visión 2030 era su gran proyecto de modernización del país y el periodista uno de sus más acérrimos enemigos. Según Ankara, entre el comando de 15 personas que viajó a Turquía para ocuparse del periodista, había varios miembros que pertenecían al entorno de seguridad más estrecho del príncipe. La implicación y el objetivo que tenían estas personas al llegar a Turquía es ya inobjetable incluso si las autoridades saudíes, acorraladas por las exigencias, reconocieron que Khashoggi había muerto dentro del consulado saudí de Estambul “después de una pelea con las personas con quienes se encontró allá”. Los “encontrados” allá la tenían en todo caso muy bien pensada.
La CNN difundió imágenes sobradamente explicitas donde se muestra la forma en que el comando intentó engañar a las cámaras de seguridad de la zona para hacer creer que el periodista había salido sano y salvo por la parte de atrás del consulado. En el video de la CNN se ve a uno de los miembros del comando, Mustafá al Madani, saliendo de la representación diplomática vestido con la ropa que llevaba puesta Khashoggi cuando ingresó por el otro lado. Se hace obvio además que los servicios de inteligencia turcos tenían bien vigilados a los diplomáticos saudíes.
Riad no logra desprenderse del escándalo, incluso si hay posturas de países importantes como Estados Unidos que llevan el sello payasesco de Donald Trump y las ambigüedades que imponen los 110 mil millones de dólares que Arabia Saudita le prometió a Trump en contratos armamentistas. Encima, como faltan apenas dos semanas para que entren en vigor las sanciones contra Irán orquestadas por Washington y Riad, es casi seguro que, fuera de algún ademán retórico sin consistencia, no habrá movida norteamericana.
En Europa destaca la postura achicada del gobierno “socialista” español ante la tragedia de Estambul. Los cerca de 2.000 millones de euros en contratos de armas firmados entre Riad y Madrid le cerraron la boca el Ejecutivo del PSOE y… también a ese loro dador de lecciones que es el diario El País. Tan dispuesto siempre a decapitar a los dirigentes progresistas de América Latina y a derribar cualquier iniciativa que venga de la sociedad civil, está vez hizo la venia y se escondió en el cuartel de la libertad de guardar silencio cuando me conviene. Hay que admitir que Europa ha sido tierna y desigual ante el crimen de Khashoggi. Su postura y sus ambivalencias contrastan con la virulencia y la rapidez con la que actúa cuando se trata de Rusia. La Unión Europea le exigió a Riad “una investigación profunda” sobre la desaparición de Jamal Khashoggi. Eso es todo por el momento. La Unión está muy lejos de contemplar sanciones semejantes a las que adoptó contra Moscú cuando Rusia apareció implicada en el envenenamiento de un agente doble en Londres. Esta tibieza condujo a la canciller alemana Angela Merkel a pedir más firmeza a los europeos exigiéndoles que cesen de vender armas a Riad. Berlín, que tenía un contrato de armas con el reino wahabita por unos 400 millones de euros, decidió suspenderlo hasta que no se aclaren las circunstancias de la muerte del periodista. El ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, advirtió que la medida de Berlín “no tendrá consecuencias positivas si somos únicamente nosotros los que dejamos de exportar y vienen otros países a cubrir ese hueco”. Antes, en un comunicado conjunto, París, Berlín y Londres, habían puesto en tela de juicio la veracidad de la versión saudí sobre la muerte de Jamal Khashoggi. Pero solo Berlín suspendió la venta de las armas. París, otra de las grandes capitales que siempre salen al paso con lecciones de moralidad, no imitó a Alemania. En 2017, Francia subintró armas por 1,38 mil millones de euros. Como las armas norteamericanas, españolas, las francesas sirvieron en la ofensiva que Arabia Saudita junto a sus aliados del Golfo lanzaron en Yemen, donde además de fracasar militarmente cometieron incontables crímenes de guerra: 10.000 muertos, de los cuales, según la ONU, 9500 eran civiles. A nadie le tembló la moral cuando se trató de alimentar esa guerra. No les temblará tampoco ahora por el asesinato de un periodista en la sede de una representación consular a manos de un comando que viajó expresamente con ese propósito.