Blas Radi (36) fue invitado recientemente a una conferencia en la Universidad de Toulouse sobre la inclusión del género en las ciencias, y allí señaló: “Hemos repetido hasta el cansancio que el género es una construcción cultural. Perfecto, pero en tanto es una construcción, está sometida al cambio y ha cambiado mucho la manera en la que el género se construye. ¿Por qué no pensar en eso? A menudo la ‘perspectiva de género’ tiende a ignorar el cambio y este es un problema que no se queda en la teoría, sino que afecta las instituciones y tiene consecuencias negativas en la vida de las personas, sobre todo para aquellas que se identifican con un género distinto al asignado al nacer.”
Radi fue parte del equipo que redactó la Ley de Identidad de Género y participó como experto del debate parlamentario sobre la legalización del aborto. De acuerdo con él, la perspectiva trans expresa un cambio de paradigma que interpela no solamente al Estado y sus agentes, sino también a los movimientos sociales. “Se trata de una perspectiva novedosa que rompe con el modelo de la diferencia sexual y el binarismo de género. La ley de identidad de género argentina se hace eco de este cambio. Sin embargo, nuestra mirada del mundo está comprometida con una serie de concepciones muy conservadoras sobre el género y el sexo, con lo cual tanto nuestras instituciones como los movimientos sociales, incluso los más progresistas, se aferran dogmáticamente a la idea de que existen dos sexos, dos géneros, y que están conectados por una especie de necesidad biológica”.
Los baños, los formularios administrativos, las prácticas médicas, los deportes y todos los instrumentos normativos están estructurados sobre el género binario y la diferencia sexual.
Exacto. Son parte del repertorio de injusticias cotidianas al que nos hemos ido acostumbrando al punto tal que, con frecuencia, erradicarlas nos parece demasiado o nos parece mal. De hecho, a menudo su mero señalamiento despierta el rechazo de la comunidad. Que sean injusticias cotidianas no quiere decir que emerjan de un supuesto ser nacional que las tiñe de matices folclóricos aceptables, ni que sean imperceptibles o irrelevantes. Que sean cotidianas quiere decir, por un lado, que se repiten permanentemente, al punto que esa sucesión regular de injusticias marca el ritmo de la vida de muchas personas, incluso personas que a veces las ignoran y hasta las justifican. Por otra parte, que sean cotidianas quiere decir que tienen una legitimidad consuetudinaria, que es avalada por normas no codificadas de convivencia social.
Ahora, no se trata de hacer un tercer baño, desarrollar un equipo médico especial o promover juegos olímpicos trans. Pero es lo primero que se nos ocurre: que hay varones y mujeres, por un lado, y por el otro hay personas trans, que necesitan instituciones paralelas. Esa es una representación equivocada. Si las creencias que sostenían nuestras instituciones fueron socavadas, es necesario reestructurar nuestras instituciones por completo, incluyendo las concepciones tradicionales acerca de lo que entendemos por hombres y mujeres. En esta reestructuración, el respeto del nombre y de la identidad de género de las personas trans es una práctica valiosa y necesaria pero no suficiente. Las representaciones sobre el género estructuran todos los aspectos de nuestra vida, incluso aquellos que parecen tener poco o nada que ver con el género, por ejemplo, mandar una carta por correo postal.
¿La filosofía puede hacer algo con todo esto?
Sí. Espero mucho de la filosofía. Me formé con personas que recitaban fragmentos de Adorno para decir que la filosofía no tiene que servir para nada porque la lógica de la utilidad es afín al capitalismo. Pero no estamos en Europa de mediados del siglo pasado, estamos en Argentina en 2018. Creo que reivindicar la inutilidad de la filosofía como proyecto emancipatorio es una expresión del privilegio. La filosofía puede ser un fin en sí misma sólo cuando tenés todas tus necesidades cubiertas.
Muchas personas hemos necesitado y todavía necesitamos trabajar mucho sobre las instituciones para hacerlas habitables, porque, en general, no tienen lugar para nosotrxs. La universidad no es la excepción. Trabajar sobre las condiciones institucionales para ser posibles dentro de la academia implica generar las condiciones de inteligibilidad que conduzcan a esa hospitalidad. Pero los diálogos entre representantes de las instituciones y las personas marginadas se producen en condiciones asimétricas.
En este terreno tan desafiante la filosofía puede jugar un rol significativo. En mi caso, el trabajo que hago contribuye a pensar cómo funcionan las identidades sociales y los prejuicios en la economía de la credibilidad, y también a desarrollar estrategias para desmontar las injusticias sistemáticas que experimentan las personas marginadas en sus intercambios epistémicos.
Dijiste en una conferencia que te dedicás a los estudios trans. ¿Podés contarnos en qué consisten?
Es un campo emergente e interdisciplinario, que tiene un compromiso social y político explícito. En general, se reconoce que comenzaron a desarrollarse en los años 90, pero, por supuesto, toda periodización tiene algo de arbitrario. La clave fue la toma de la palabra por parte de las personas trans -que históricamente han sido objeto de estudio-, una especie de “¡ya basta!” epistémico articulado bajo la consigna del activismo de las personas con discapacidad: “nada de nosotrxs sin nosotrxs”.
El desarrollo ha sido bastante desparejo a nivel global pero ha tenido un impacto significativo en todas partes. Hay contextos, como el estadounidense, donde los estudios trans han sabido ganarse un cierto reconocimiento institucional, y otros contextos donde eso todavía es impensado. En Argentina este desarrollo no ha tenido un espacio propio en la academia pero se ha dado de una manera sostenida durante los últimos 25 años, por lo menos. La referencia ineludible en nuestro país es Mauro Cabral, un intelectual agudo cuyo pensamiento ha transformado la escena intelectual y política.
La existencia de intelectuales trans trastoca los roles acostumbrados en la producción de conocimiento, eso es algo difícil de asimilar, incluso para muchas personas trans.