La tierra tembló. Eso fue lo que sentimos el 19 de octubre pasado durante y después de ese paro de mujeres que extendió sus movimiento a buena parte de mundo. La tierra tiembla. Pueden sentirse bajo los pies cómo se estremece el núcleo de una potencia rebelde que no se apaga, al contrario, se enciende aún sin aire. Se escuchan las diferentes lenguas, se escucha el llamado al próximo paro, el 8 de marzo, en inglés y catalán, en polaco, en guaraní, en francés, en creol, en español, en coreano. Puede escucharse, con apenas un poco de atención, como se tensan los hilos de la comunicación que recrean una lengua vieja y pastiche, la que hablamos entre nosotras. Mientras Donald Trump pavonea su melena en el punto más alto de la mayor potencia del mundo, sin que su misoginia lo manche, sin que su desprecio por los otros lo erosione, sin que su promesa de sangre y fuego contra todo lo otro que considera otro asuste del todo; otra lengua se va hablando, anda de boca en boca, más veloz que un virus, más contagiosa que el miedo. Mientras Vladimir Puttin habla de la moral de las prostitutas para defender a su amigo americano y mira con indiferencia cómo el parlamento de su país defiende los golpes como pedagogía familiar y valor tradicional, los rumores crecen, se hacen bramidos; dicen mujeres en muchos idiomas pero cuando dicen “mujeres” están diciendo lesbianas, migrantes, musulmanes, travestis, discapacitados y discapacitadas. Todos y todas las despreciadas por esos apretones de manos entre machos dominantes, saludos protocolares, flujos de capital, tasas de deuda. La tierra tiembla. El sábado el epicentro será Washington, si todavía no se escucha del todo claro es porque negar es la tarea, pero las mujeres ya se están moviendo, en esa capital y en el mundo: para enviar un mensaje como dice s manifiesto, “a la nueva administración de Estados Unidos y a mundo: los derechos humanos de las mujeres son derechos humanos. Nosotras nos mantenemos juntas en el reconocimiento de que defender a las más marginadas –y marginados– entre nosotras es defendernos a todas”. Y cuando termine el sábado, los pasos no se habrán quedado quietos, porque todavía tenemos que seguir caminando hasta ese momento en que dejemos de hacerlo, al menos dejemos de hacerlo para producir valor para el mercado porque será el turno de la huelga, esa palabra que se nos cae de boca en boca, ahora que sabemos que cada vez estamos más juntas, que nos ven, que decir mujeres es decir una enorme multiplicidad de formas de ser y de estar en el mundo pero sobre todo y ahora, es reapropiarse de una rebeldía que parecía sumergida debajo de derechos civiles adquiridos a medias y que ahora no nos alcanzan porque lo que queremos es algo que atisbamos, probamos con la punta de las lenguas desatadas pero no sabemos. Queremos cambiarlo todo. Y como provoca Madonna desde una red social, sencillamente ya lo estamos haciendo.
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Este artículo fue publicado originalmente el día 20 de enero de 2017