Desde el 7 de octubre, primera vuelta de las elecciones, en Brasil se registraron más de 50 ataques - amenazas y agresiones verbales y físicas- de parte de simpatizantes del candidato presidencial Jair Bolsonaro (PSL) contra mujeres, personas LGBT + y opositores del candidato. Además, hubo al menos un asesinato relacionado a la disputa política en las urnas: el del maestro de capoeira Moa del Katendê, en Salvador, Bahía, muerto a cuchilladas por un partidario de Bolsonaro tras haber criticado al candidato del PSL y declarado voto en Fernando Haddad (PT). ¿Cómo se relacionan estos ataques con el fortalecimiento del discurso de odio en la arena política? ¿Y cómo este discurso se volvió útil a la hora de recaudar votos? Para la investigadora San Romanelli Assumpção, que trabaja en las áreas de democracia, derechos humanos y justicia, la connivencia de la sociedad brasileña con la tortura y la violencia es legado no sólo de la dictadura militar (1964-1985), sino del régimen esclavócrata que había entrado oficialmente en el país hasta 1888.
Un candidato a diputado de Río de Janeiro rompió una placa con el nombre de Marielle Franco y menos de una semana después se convirtió en el más votado. ¿Cómo se interpreta eso?
–Ese gesto fue el que lo hizo famoso. Hubo inteligencia política en ese acto. Hay un grupo de políticos que captan la sensibilidad social y ganan votos. En parte, eso es el carisma político, la capacidad de conectarse con esas cosas, a veces buenas y a veces tenebrosas, que generan votos. Estamos en un momento en que está en boga un tipo de carisma político que es lo que se conecta con el conservadurismo profundo de los brasileños, y nada más conservador que la violencia relacionada con el género. El lenguaje de la violencia está generalizado. Las armas son símbolos muy masculinos y la violencia opera por ideas de masculinidad y cuerpos que son violables y cuerpos que no son violables. El candidato se hizo famoso en las redes sociales, rasgar la placa con el nombre de Marielle proyectó mucho de él. Y eso también conecta con la violencia racista, de género y lesbofóbica en Brasil. Hay una afinidad electiva entre el reaccionarismo con respecto a la sexualidad y raza y el lenguaje de la violencia.
¿Es posible decir que el discurso pro-violencia (armada y contra las minorías) se ha fortalecido como capital político en estas elecciones?
–Hoy el brasileño dice cosas que no se daba el derecho de decir antes. Recibí por WhatsApp estos días una pregunta que tiene mucha relación con esto: “¿Tienes el coraje de repetir en voz alta a tus amigos y familiares las conversaciones de tu candidato como si fueran tuyas?” Para mí, esta frase va directamente al punto. Hay personas que se toman esa violencia y el discurso de odio como algo que es poco serio, que no se va a concretar. Sin embargo, por más que esta violencia no se transforme en medidas de revisión de la Constitución para disminuir los derechos políticos, existe un problema muy grande cuando se utiliza como capital político la idea de que existen ciudadanos con más o menos valor y dignidad humana.
¿Cómo llegamos a este punto?
–En los últimos años habíamos tenido un progreso de hecho para las mujeres y para las personas negras y LGBT. En las elecciones de este año, aumentó la presencia de mujeres en el Congreso. En varios momentos de la historia, siempre que tuvimos progresos en relación a la igualdad para las personas pertenecientes a minorías, hubo una reacción conservadora fuerte. Además, Brasil siempre tuvo dificultades para crear una cultura de derechos políticos y civiles. La izquierda brasileña se refiere poco a la libertad de asociación, de conciencia, de respeto mutuo en los debates públicos y la tolerancia religiosa. Y tuvimos el hábito de considerar esos valores como algo menor. Muchos expertos dicen que eso tiene relación con el hecho de que no hayamos tratado el legado de la violación de los derechos humanos de la dictadura. Pero voy más allá: tiene que ver con que nunca lidiamos con el legado de la esclavitud. ¿Cómo se obliga a las personas a abdicar de su autonomía social, mental y física si no es con la violencia? Los golpes y las balas son tortura. Los esclavos fueron torturados constantemente hasta obedecer.
¿Por qué ciertos sectores se sienten amenazados por las conquistas de las llamadas minorías?
–Lo que se refiere a nuestra vida íntima, como la forma en que la gente desarrolla deseos, está impregnado por el género e la identidad. La lucha por más igualdad y libertad en esta área hace que las personas tengan miedo y se sienten en peligro sobre esas cosas que forman parte de su identidad. Por eso una educación para la tolerancia es tan necesaria. La tolerancia es una virtud política muy difícil, y si no es practicada por una gran parte de la población, la democracia se ve amenazada. En momentos de crisis económica, crisis de seguridad pública y avance de las libertades para las minorías, estos factores forman un “caldo” de miedo y aumento de la intolerancia. La propia polarización y el discurso de violencia de una persona acaban retroalimentándose. Hay comportamientos de masa con los que las personas se sienten autorizadas a decir y defender cosas que no defenderían solas. La intolerancia de uno alimenta y estimula la intolerancia del otro. Lo que acaba convirtiéndose en una bola de nieve y muestra que tendremos años duros por delante. Nada es para siempre, ni el progreso ni el reaccionarismo. Siempre es posible revertir este proceso.
¿Cómo se relacionan los ataques de parte de los partidarios de Bolsonaro contra opositores del candidato y contra las mujeres y las personas LGBT con este discurso? ¿Cuál es la responsabilidad de los candidatos en relación con estos ataques?
–El discurso de odio alimenta el crimen de odio. Existe una relación causal. Cuanto más se fomenta el discurso de odio, mayor es la probabilidad de un crimen de odio. Estos crímenes políticos que hemos visto en las últimas semanas son crímenes de odio alimentados por un discurso de odio político. Sé que el candidato Bolsonaro llegó a decir que una cosa no tiene que ver con la otra, pero es de gran deshonestidad intelectual y política negar esa relación. Y los políticos que se consideran liberales o de izquierda tienen que pronunciarse contra el discurso de odio. Por más que cualquier candidato que venza en las urnas obtenga legitimidad democrática, existe otro tipo de legitimidad que es el del Estado de Derecho. Desde el punto de vista del Estado de Derecho, no hay legitimidad en discursos como el de Bolsonaro. Todos los que predican el discurso de odio tienen responsabilidad moral por los crímenes. Este tipo de discurso es contra las libertades civiles y los derechos humanos. El derecho a la vida, integridad física y derecho a la libertad son derechos mínimos. Ni siquiera estamos hablando de igualdad social...
¿Cómo se hace para disminuir esa recurrencia a la violencia en la política partidaria y en el debate público?
–Necesitamos diálogo. Lo que se está expresando en las urnas está en la opinión pública y en la esfera pública brasileña. Si creemos en la democracia, creemos que la esfera pública y la opinión pública tienen impacto en la política y que la gente puede argumentar públicamente para conseguir revertir retrocesos en la creencia en derechos, libertad e igualdad que están en jaque en ese momento. Es democrático luchar y competir en el plano de las ideas políticas. Tenemos que usar la compasión, la empatía y la razón para defender la dignidad humana fundamental para todos. Si todo el mundo que cree en los derechos humanos se esfuerza por el diálogo y la tolerancia para conversar con las personas que son pro-Bolsonaro, podemos incluso perder la elección, pero aumentan las posibilidades de no perder la democracia.
Esta entrevista fue publicada originalmente en la revista brasilera Gênero e Número, el 18 de octubre de 2018.
Traducción: Dolores Curia.