El recinto y la calle evocaron con fuerte similitud el tratamiento de la reforma jubilatoria, a fines del año pasado. Repasemos.
- Aprobación del regresivo proyecto oficialista con escandaletes (anche amagos de piñas) durante la sesión.
- Protesta masiva en la zona de Congreso, represión brutal y premeditada.
- Infiltración conspicua de servicios y policías (mal) caracterizados como manifestantes.
En aquel entonces, la resultante se tradujo como una victoria macrista en todos los tableros disputados. La reforma consolidaba la propuesta de Cambiemos. Las escenas televisivas asociaban al kirchnerismo y a la izquierda con la violencia. El presidente Mauricio Macri avanzaba tranqui en pos de la reelección, palanqueado por las elecciones de medio término.
Los profetas del éxito se almorzaban la cena pensaba este cronista quien, aún así, compartía una idea expandida: Macri era favorito para 2019, arrancaba la carrera en pole position.
Los vaticinios fallaron. Los damnificados por los cambios en las jubilaciones se dieron cuenta, oh sorpresa. La formidable crisis económica de este año despabiló a muchos argentinos afectados en su víscera más sensible, asediados por la inflación y los aumentos de tarifas. La reputación del Gobierno cayó, las perspectivas electorales de Macri se ensombrecieron.
Las proyecciones del Presupuesto son desoladoras. El Gobierno inmola el futuro de millones de personas en el altar del Fondo Monetario Internacional (FMI). Perdurará y se ahondará la estanflación, se agravarán el desempleo y la pobreza, sobrevendrán más cierres de establecimientos.
El castigo mayor recorre en sentido invertido la pirámide social: los más humildes sufrirán mayores perjuicios. Una novedad no los consuela: la clase media comenzó a rodar cuesta abajo, sin ilusiones de remontar mientras dure el “modelo”.
En los territorios se replica lo social: la Nación sufre tremendos recortes, de todas maneras menos graves que los de las provincias, los municipios rozarán la indigencia.
Casi todos los argentinos, en octubre de 2019, estarán peor que cuando desembarcó Cambiemos. Macri dejó de ser favorito y hasta algunos de su tropa analizan la (poco práctica supone uno) hipótesis de ensayar con la candidatura de la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal.
Retomemos semejanzas o, mejor dicho, simetrías. Macri no tenía “comprada” la reelección hace un año ni está vencido de antemano hoy. Es más posible su relevo. El Gobierno ha hecho todo para ser desplazado. Pero conserva algo así como un 30 por ciento del electorado y fragmentada a la oposición. Esta goza de las mejores chances pero supeditadas a su capacidad de organizarse, de suturar la fragmentación, de conformar un espacio amplio y convocante. Ya no pesca en el estanque del kirchnerismo sino en un “universo” de potenciales adherentes que (acaso) supera los dos tercios del electorado.
En Diputados, el macrismo sacó ventaja de la dispersión del archipiélago peronista. Supo capitalizar el manejo del Estado, una ventaja comparativa.
En las urnas, la disputa es distinta. No resuelven las elites políticas sino el padrón electoral. De nuevo: el Gobierno ha generado las condiciones socio económicas que llevaron a perder a otros que lo antecedieron. Pero la oposición demora un armado, un comando conjunto, una propuesta de salida. Algo de eso se palpó en el Congreso incluso entre quienes votaron negativo.