En el 2016, Netflix sacó un documental sobre un spring brake (las vacaciones que tienen los universitarixs estadounidenses en primavera), en una de las playas típicas de florida en la que estos eventos tienen lugar. El documental se llama Liberated: the new sexual revolution, pero la trama es bastante distinta a lo que el título promete. En él, un camarógrafo sigue de cerca a dos grupos de amigos varones (clase media, blanca y escolarizada) por la jornada vacacional, al mismo tiempo que llena de entrevistas a algunas chicas y chicos fuera del contexto fiestero, sobre cómo se vive el spring brake. Los chicos se manejan en hordas. Compiten por cuál toma más alcohol, por cuál aguanta más la embriaguez y por cuál puede conquistar más chicas para ser penetradas sin ningún cuidado, sin ningún disfrute o antesala, básicamente sin ningún placer.

En los grupos de muchachos siempre hay uno o dos que mandan la parada: quienes deciden qué harán los demás. Son admirados por haberse levantado a la mayor cantidad de chicas y también ponen la vara moral del resto de los muchachos. Hay una nueva ética claramente voraz de la manada que, unida, opera bajo sus propias reglas.

Hay algunas entrevistas a solas a los chicos que no lideran los grupos, quienes admiten, en privado y lejos de los ojos juzgadores de sus amigos, que en realidad no se sienten del todo cómodos con la dinámica, que quisieran enamorarse, que están cansados y quisieran dormir, que quisieran poder demostrar algunas emociones. No importa si lo que impone la mayoría del grupo atenta contra sus propios deseos, contra su salud y la salud de las y los demás: harían cualquier cosa para no quedar en ridículo, para no ser señalados de poco hombres, de putos, de maricones.

El documental avanza con un ritmo que empieza a generar una tensión digna de película de terror. Las pequeñas células de muchachos se unen y organizan en la playa mediante un pacto tácito que no necesita voz para acorralar mujeres entre 10, 15, 20 pibes y gritarles entre todos que se saquen partes de la bikini, mientras algunos las tocan. Al unísono, como si lo tuvieran ensayado, como si se conocieran de antes, una coreografía salvaje y barbárica en la que es claro que la chica que se saca la bikini no tiene otra opción.

El documental termina cuando finalmente -y confirmando toda sospecha previa del fatal desenlace- los chicos terminan por violar a una chica en la playa, a plena luz del día y ante las cámaras de teléfono de muchos que, si no participan del acto, tampoco lo detienen y además lo filman. Quienes violan a la chica y quienes miran no son amigos, no se conocen. Son tipos de distintos grupitos que violaron a una mujer en colectivo. Quién sabe por qué, quién sabe cómo habrá empezado, quién sabe cómo avanzó, quién sabe por qué ninguno los detuvo, ninguno se detuvo.

La joda termina. Llegan las autoridades, la policía, los bomberos. El alcalde del pueblo de Florida habla con sorpresa, como si él no supiera, como si todos ellos no supieran que fueron socializados para eso, que muy probablemente presenciaron o no evitaron situaciones parecidas. Porque eso es la masculinidad hegemónica como la conocemos. Es violencia, es privilegio, es complicidad y es corporativa a pesar de lxs demás, con el objetivo de atacar y dominar a todas las identidades feminizadas, todo lo que está a su paso. Frágil y endeble.

Es la norma naturalizada hasta que algunas situaciones, como las del documental, la dejan en evidencia y exponen su brutalidad sin eufemismos. Con parámetros éticos y morales sujetos a la presión de los demás hombres, al temor de la humillación y de la expulsión de la manada, al sometimiento. Eso no es tóxico: tóxica es la mayonesa dejada al sol un día de verano, la masculinidad es violenta, violentísima y peligrosa.

(*) Integrante de Red De Mujeres.