Mostrarse desde la propia obra puede doler tanto como andar con un cuchillo clavado e intentar respirar mientras la sangre nos abandona. La cabeza de una artista está volcada hacia fuera. Mira un mundo abrillantado por sus obsesiones. Obstinado en señalar, como una prueba secreta, lo que desea que pase, lo que trama, lo que está por hacer. Así puede entenderse lo real para alguien como Denise Groesman, como una especie de laberinto que ya no tiene encantamientos. Un lugar a donde hablar de las imágenes que produce puede ser similar a sentir que todas las personas que se acercan invaden ese instante tan inspirado como quieto cuando las ideas todavía no terminan de salir.
En Animal romántico, Agostina Luz López se enlaza en la tarea de meterse en la obra de su amiga para sacarla de su interioridad y convertirla en la narradora de su historia. Suerte de dramaturga que guía la discontinuidad de la trama por sus deseos encendidos de artista visual. De esa manera, Agostina piensa una estructura que se propone discutir la creación en sí misma como acción y como un modo de relacionarse con lxs otrxs, como una situación donde la figura del padre, encarnada por Marcelo Subiotto, aparece como una presencia anómala en esa complicidad de jóvenes. La tonalidad del actor brinda una violencia mansa en esa reflexión que Denise y Agostina construyen como actriz y directora.
Hay algo en el cuerpo que le habla a Denise y que en su manera de llevarlo a la escena pone en discusión la esencia misma de una propuesta que podría quedar atrapada en el Biodrama. Tal vez Animal romántico amplía este género al dejar que la protagonista gane terreno en la espesura rupestre de esas imágenes que se hacen laberinto cargado en el escenario. Superficie a habitar después por el público, donde están colgados los autorretratos que el padre de Denise asume como si de pronto descubriera que tiene varias hijas diferentes.
En su anhelo de volver a algo primitivo, en esas telas pintadas que son muros, en esas pieles que cubren a Denise y a Rita Pauls después de hacer el amor, hay algo de la imaginación llevado a la realidad con ese ímpetu inocente que no se preocupa por el sentido de la adecuación. Las dos chicas desnudas se desarman en una belleza plástica.
Si Rafael es el chico duende, suerte de criatura pergeñada por Denise, tan femenino y sabio como extraviado, el personaje de Pauls contiene el relato de una adolescencia alucinada. En el colegio ella trazaba su comunidad de amigas que la veneraban. Una magia que las acerca a las protagonistas de Criaturas celestiales. Es que Denise y Rita parecen identificarse con esas adolescentes del film de Peter Jackson, aprisionadas por la escritura, poseídas por sus invenciones al punto de dejar de distinguir lo que ocurría ante sus ojos. A la cotidianidad opaca, ellas le imponían sus historias de epopeya. Al colegio prolijo Rita o Denise, si es que habla por ella, lo increpaban con el festín de la fantasía como una ceremonia interminable.
En el cuerpo Denise aplica sus obras como prótesis rosadas, extensiones que agrandan los ojos. Una mirada estrábica que puede crear porque todo a su alrededor se percibe deforme. Animal romántico es la imprecisión de acercarse a una obra como algo que puede estar deshecho, que no protege, que propone un estado de alarma contenida, como una fiera con la cabeza cortada. M
Animal romántico se presenta de jueves a sábados a las 21 y los domingos a las 20 en el Teatro Sarmiento.