A ellos les tocó el discurso público y acreditado, la producción de mitos (del griego mythos) en el sentido de relato que funda toda una sociedad, que establece sus valores. A las mujeres, a nosotras, el chusmerío. La charlita liviana mientras se realizan las tareas domésticas, el parloteo sin sentido, menor, intrascendente y fragmentario. En las historias que fundaron la llamada Cultura Occidental, el reparto de atributos estaba claro y la capacidad de hablar en público incluso constituía un rasgo de género –por supuesto, el masculino–. Así lo explica Mary Beard, escritora y editora del suplemento literario del Times, profesora de Literatura Clásica, en Mujeres y poder. Un manifiesto, que publicó recientemente el sello Crítica de Editorial Planeta y reúne dos conferencias que dio en el Museo Británico.
La posibilidad de que las mujeres se ocuparan de la política de la ciudad –lo que implica, por supuesto, hablar en público– fue parodiada por Aristófanes en Lisístrata, donde se ponía de manifiesto que la única competencia verbal femenina tenía que ver con la charla privada y, en la fantasía masculina, con hablar de sexo (¿y acaso no siguen imaginando que cuando nos reunimos, es para hablar de ellos?). Hay excepciones en el mundo clásico: por ejemplo, se concede a las mujeres el permiso para expresarse públicamente en calidad de víctimas y mártires, o para defender sus propios intereses sectoriales. Pero nunca podían hablar en nombre de los varones o de la comunidad en su conjunto. Beard recorre desde distintos mitos griegos y romanos, tragedias y comedias, hasta el presente de redes y medios, con la intención de plantear desde los cimientos una serie de preguntas que no conciernen solo al discurso público sino a sus mismos fundamentos: la autoridad y el poder. ¿Por qué identificamos el poder con lo masculino? ¿Por qué Margaret Tatcher practicó hasta conseguir una voz lo suficientemente grave? O, ¿Por qué a veces nos ponemos un traje cuando queremos sentirnos poderosas? La Antigüedad griega y romana quedaron muy lejos, pero todavía parece que las mujeres tenemos que pagar un precio bastante alto para hacernos oír, e incluso cuando lo logramos puede ser que se nos perciba como usurpadoras. El libro es breve, y el desarrollo de los temas mínimo, pero ninguna lectora pasará por Mujer y poder sin cuestionarse por completo su modo de tomar o no tomar la palabra, ya sea oral o escrita, de alegar o no alegar modestia, de sentir o no la necesidad de fundamentar o aclarar demasiado lo que dice, frente a la asertividad y el desparpajo tradicionalmente masculinos.
Las conferencias de Beard llegan a nuestro país como parte de una serie de títulos que, en palabras de su editora Ana Ojeda, se proponen “darle espacio en Paidós a una zona de escrituras que tienen que ver con las voces minorizadas y, especialmente, con las voces de las mujeres, que de cuenta de la gran ebullición cultural que se registra en la calle a partir del NiUnaMenos”. Con ese espíritu, en febrero se publicó La guía de las chicas, de Marawa Ibrahim y Sinem Erkas, pequeña joya a todo color para empoderar niñas y adolescentes; en junio fue el turno de Mujeres y poder, y en agosto de Diversidad y género en la escuela de Gaby Larralde. Este mes salió Soy Sabrina, soy Santiago, de SaSa Testa, un libro breve y conmocionante acerca de lo que significa ser no binarix, y en noviembre cerrarán el año con la traducción de The Social Sex, una historia de la amistad femenina, de Marilyn Yalom y Theresa Donovan Brown. Para el año que viene están programados libros de Tamara Tenenbaum, periodista y narradora que está escribiendo sobre qué pasa cuando la pareja monógama deja de ser un objetivo aspiracional, Esther Díaz, que se encuentra trabajando sobre su autobiografía, Ayelén Pujol, periodista que prepara una historia y problemáticas del fútbol femenino en Argentina, y Dora Barrancos sobre mujeres y trabajo.